El niño perdido del millonario

Capítulo 4: Toma una decisión

ELIZABETH

Aparqué en un estacionamiento cercano y me detuve frente a la imponente Torre Yuanfen, donde se gestionaban muchos de los más importantes negocios del estado, entre ellos la Corporación Yuanfen.

Apreté los labios y, con el corazón acelerado, entré al opulente edificio, dirigiéndome a la recepción.

—Buenos días, me gustaría hablar con el señor Luka Herzog —dije con toda la calma que pude.

La recepcionista alzó la cara y me miró con una sonrisa.

—Buenos días. ¿Tiene una cita, señorita?

Negué con la cabeza, pero saqué la tarjeta de presentación que me dio.

—Soy Elizabeth Jones, y trabajo como cuidadora en el orfanato Young-Dawson, en El Bronx. El día de ayer el señor Herzog me dio su tarjeta y me pidió que viniera a verlo para charla sobre una donación para nuestra casa.

Acto seguido, saqué mi credencial de empleado y se la extendí. Ella comprobó la autenticidad de ambas y asintió con la cabeza.

—Entiendo… —Miró algo en su pantalla y suspiró—. En estos momentos el señor Herzog no se encuentra en la oficina, pero puede esperar en la sala de espera a su llegada y le informaré cuando esté disponible, ¿le parece bien?

Le di una sonrisa cortés y asentí con la cabeza.

Ella me indicó dónde se encontraba la sala de espera, pero, justo cuando me disponía a ir hasta allí, un grupo de personas entró en el edificio.

Al voltear, de inmediato reconocí al menos a tres guardaespaldas, hombres fornidos que usaban cerrado traje negro, y en medio de eso a un sujeto rubio que reconocí como el empleado de Luka que inmovilizó a Spencer. A un lado iba una mujer castaña que tomaba apenas su mano, y al otro otra pareja y charlaban tranquilos. Parecían estar en su tiempo libre.

Tras ellos pude ver a la persona con quien quería hablar. Con un traje a medida y un porte indiscutible, parecía un muñequito de torta, y no pude evitar admirar su guapura. Charlaba con una dama asiática y un varón pelirrojo a quienes enseguida identifiqué como Tara Liu y Malcolm Doyle. Eran Madame y su esposo. Bueno, no estaban casados, no aún, pero su boda se encontraba a la vuelta de la esquina, y llevaban tanto tiempo juntos que, aún sin papeles, todos sabían que lo suyo era para siempre.

Apreté los labios y me quedé en mi sitio por reflejo, quizá contemplando la grandiosidad de la gente adinerada, y fue cuando se dio cuenta de mi presencia. Me sonrió, un gesto que me aceleró el corazón, y se disculpó con las demás personas para venir hasta donde yo estaba.

Ellos se fueron, e incluso la recepcionista se sorprendió un poco al verlo dirigirse a mí.

—Elizabeth, qué bueno verte —saludó informal, y recordé aquello de que quería tutearme de la noche anterior.

—Señor Herzog, buenos días. Vine a hablar sobre su propuesta.

Sus ojos brillaron, junto a una sonrisa.

—Llámame Luka, por favor. Y ven, vamos a mi oficina. Es el mejor lugar para hablar de negocios.

Me hizo una seña para que avanzara, y nos dirigimos a los ascensores, donde pude ver que Madame y su prometido subían a una cabina con los guardaespaldas, en tanto las otras dos parejas se quedaron afuera.

—Señor Herzog. —Al llegar, el hombre rubio de ayer llamó a su jefe y me dio una mirada.

—Henrik, cuando lleguemos arriba, por favor, prepara una plantilla de contrato y envíala a mi correo. También, prepara un acuerdo de donación, por favor.

El rubio miró a su jefe y asintió con la cabeza. En ese momento, Luka se volvió hacia mí.

—Elizabeth, estos son Henrik e Ivett, mis asistentes. Henrik se encarga de Herzog Industries, e Ivett se encarga de Élel Minerals. —Miré a la pareja, que seguía tomada de la mano, y los saludé, pero él continuó—: Y allá están Tamara y Jeremy, los asistentes de Tara Liu y Malcolm Doyle respectivamente.

También los saludé con un asentimiento y me presenté:

—Soy Elizabeth Jones, un placer conocerlos.

Ellos me sonrieron en respuesta, y la puerta de otro de los ascensores se abrió. Luka me guio dentro y subimos al piso donde se encontraba su oficina.

Cuando se cerraron las puertas, me sentí algo incómoda en la cabina.

—¿Tuviste tiempo de pensarlo bien? —preguntó él, aparentemente ajeno a mi sentir.

—Sí… también consulté con mi jefa, ya que era necesario.

—Entiendo, es comprensible —comentó.

Yo iba delante, pero pude ver su reflejo en las puertas metalizadas, y su sonrisa relajada era evidente.

Por suerte, llegamos rápido al piso y salimos. Me llevó a su oficina, un lugar amplio y bien iluminado, con bonitas vistas de la ciudad, y me invitó a sentarme en un sofá, en una estancia de recibo.

—Tengo café, té helado, agua y wiski, ¿qué prefieres? —preguntó mientras se quitaba el saco e iba a dejarlo a un lado.

—Té, por favor —contesté y él presionó el botón de su interfono para pedirle dos vasos de té helado a su asistente, cualquiera de los dos.

Luego tomó su laptop, se acercó al recibidor y se sentó en el sillón al costado.




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