El niño perdido del millonario

Capítulo 5: El mundo se enfrió

ELIZABETH

Fruncí los labios y mantuve la calma.

Dayan no estaba en la lista de niños que podían ser adoptados, ni siquiera en la de los que podían ir a un hogar de acogida, y Olivia me encargó su cuidado por una razón muy poderosa aunque se decía que no viviría mucho más.

Entonces, decidí.

—Acepto, señor Herzog.

Una sonrisa pintó sus labios, y todo lo demás transcurrió con inesperada facilidad.

Olivia vino a la empresa, se firmó el contrato tras una discusión de condiciones, y yo también hice lo propio.

El dinero se hizo efectivo al día siguiente y mi jefa respiró aliviada, contenta de poder pagar las deudas que nos apretaban el cuello y tener disponibilidad para planificar el próximo año.

¿Las deudas médicas de Dayan…? Eso era otro asunto. Ni la donación completa alcanzaría para saldarla, pero se pagó una pequeña parte.

La mañana del sábado era mi día libre. Tenía planeado ir a visitar a Dayan por la tarde, pues temprano tenía una… ¿cita? ¿Podía calificarlo así?

Bueno, mi jefe quería comprarme algunos atuendos para unos compromisos a los que debía acompañarlo próximamente.

Cuando llamó, bajé las escaleras y salí del edificio donde vivía, encontrando al frente un BMW Serie 3 de color negro que parecía nuevo de paquete. ¿Cómo sabía de autos? A Dayan le gustaban, así que solíamos ver videos cuando iba a visitarlo, entre otras cosas.

Él saludó sonriente y me hizo una seña. Rodeé el auto y oí los seguros desactivarse, abrí y subí.

—Buen día, Elizabeth —saludó animado, lo que me dio curiosidad, y al verlo fue aún más raro.

No se parecía al serio y apuesto CEO que estaba en la oficina: usaba jeans y un suéter gris arremangado que me dejaba ver la parte final de una manga tatuada que mostraba a un búho en su antebrazo izquierdo, y la parte final de un tribal en lo alto de su antebrazo derecho.

Él miró alrededor y suspiró.

—No quiero ser tachado de clasista, pero… ¿has pensado, con tus nuevos ingresos, mudarte a un mejor lugar?

Fruncí un poco el ceño y noté su vacilación, pero negué por la cabeza.

—Tengo mejores ingresos, pero la verdad es que no vivo aquí por mis ingresos, sino porque es conveniente —contesté calmada.

Él arrugó la frente pero no dijo nada más, asintió y arrancó el motor, y se hizo el silencio.

—Entonces… ¿para qué se supone que es la ropa de hoy? —pregunté a tientas, porque tampoco me había dicho mucho al respecto.

—La fiesta de compromiso de Tara y Malcolm —dijo con calma—. Llevan juntos un montón de años, pero se van a casar ahora porque sus hijas se los pidieron, es curioso —murmuró y soltó una risita.

Podía ver el brillo de sus ojos y porte jovial, lo que de alguna manera me hizo sentirme más cómoda a su alrededor.

—¿No quiere ir solo a la fiesta, señor Herzog?

—Llámame Luka, Elizabeth. Se supone que estamos en confianza, ¿no? —Volteó a verme al parar en un semáforo—. Y podría ir solo, pero no quiero. —Sonrió, y la duda creció en mi interior—. He ido solo a tres eventos en las últimas seis semanas, y ya perdí la cuenta de cuántos padres, madres, tíos y abuelos creen que sus hijas, sobrinas o nietas son la chica perfecta para mí, pero tampoco puedo rechazarlos porque, bueno… soy más o menos un recién llegado, a pesar de que llevo años trabajando con Tara. No es conveniente.

Asimilé sus palabras y asentí con la cabeza.

—El mundo de los ricos es complicado… tienes que ser muy hipócrita y tener mucha paciencia —solté sin importarme si podía sonar dura, pues no era mi estilo.

Lo oí reír y volteé a su lado.

—Tienes razón. Somos una parda de hipócritas e interesados —comentó con burdo humor, aunque no entendí si debía reírme—. Entonces, cuéntame un poco más. Dijiste que eras cuidadora en el orfanato. ¿Ayudas a los niños a vestirse y cosas así?

Solté una risita sin poder evitarlo, ganándome su mirar curioso.

—En el orfanato no hay niños que no puedan vestirse solos, todos están en casas de acogida. Tenemos varios adolescentes y algunos niños grandes, ya sabes, los niños a los que nadie quiere porque no son preciosos bebitos con mejillas sonrosadas. —Fruncí el ceño inevitablemente, pues ese aspecto de la sociedad solía molestarme, y él se dio cuenta, pero continué—: Al principio me encargaba de vigilar sus calificaciones y controlar que no llevaran nada raro a las instalaciones, pero eso fue hasta los seis meses, porque luego la señora Young me asignó el cuidado de un niño que, por desgracia, debe vivir en el hospital por su frágil salud.

—¿Está muy enfermo? ¿Es algo grave?

—Los médicos no saben exactamente qué es —dije y suspiré—, pero no puede estar fuera del hospital y, por supuesto, no es candidato para adopción ni nada parecido, aunque es un niño muy dulce y amable.

Mi voz se suavizó sin poder evitarlo y los ojos me brillaron. No me di cuenta, pero él me miró y sonrió, una sonrisa cargada de significado, antes de volver a la carretera.




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