El niño perdido del millonario

Capítulo 11: No más paz

ELIZABETH

Las miradas sobre nosotros no se hicieron esperar, pero intenté mantenerme concentrada en el hombre con el que danzaba aquel suave vals.

—¿Te gusta ser observada, Lizzy? Yo creo que es refrescante —murmuró, en su voz se notaba un ápice de burla.

—La verdad es que no —contesté y me acercó más a él, lo que me incomodó un poco aunque permanecí quieta.

—Bueno, te aseguro que no muerdo, así que no te preocupes, ¿de acuerdo?

Sus claros ojos me contemplaron con un entusiasmo antinatural, y el aroma amaderado de su colonia se mezcló con un ápice de tabaco y llenó mis sentidos, provocando raras cosquillas en mi interior, mas no lo rechacé.

Cuando la canción terminó, encontré sus orbes de nuevo.

—¿Quieres ir a un lugar más despejado?

Viendo a la gente alrededor, asentí, y él me llevó de la mano fuera del salón, hacia el ascensor, una pequeña cabina, y pulsó el botón para ir al último piso.

—¿Conoces este lugar?

—Vine un par de veces para verlo hace días con Malcolm. Arriba hay un salón alejado del bullicio que tiene un pequeño balcón bastante pintoresco.

Fruncí el ceño, pero no dije nada y acepté su mano cuando salimos de ahí. Hasta ahora Luka me parecía un hombre curioso y raro a partes iguales, algo alejado del canon típico del hombre rico que conocía, y eso me resultaba interesante.

Seguimos un pasillo y aparecieron algunas puertas, él abrió una y pasamos, y pude ver un pequeño salón con decoraciones sobrias, unos muebles, mesa de centro y simplicidad. La ventana del balcón estaba cerrada y la temperatura bastante cómoda.

Él se sentó en el sofá y yo también, aunque poco un más alejada. Unos segundos después lo vi resoplar.

—Tenías razón con eso de que la gente se te echa encima —espeté y también resoplé.

Luka soltó una carcajada y sacó su cigarrera, un cigarro y lo encendió.

—Encarnas el papel de un rebelde —añadí con cierta confianza que quién sabe de dónde saqué.

—¿Cómo así?

—La actitud, los tatuajes, el físico y fumas, todo un rebelde —dije sin pensar demasiado y rio, lo que me hizo sonreír.

—¿Crees que tengo buen cuerpo? —curioseó medio pícaro tras darle una calada a su cigarrillo.

—Pues sí, estás muy bueno —contesté con honestidad y me encogí de hombros.

—Estás más directa, eso me gusta.

Tiré la vista a un lado con medio puchero.

—Cómo sea, no deberías fumar, es malo para la salud.

—Estos son muy bajos en nicotina, tienen como tres miligramos, de los cuales menos de uno llega a mis pulmones, así que… —Se encogió de hombros, restando importancia, y fruncí el ceño.

—¿Si no quieres fumar porque no simplemente lo dejas?

—Estoy en proceso —dijo al instante y me miró—. Dejar de fumar no es fácil, ¿sabes? Sobre todo con una vida tan estresante… Espero dejarlo pronto, por eso fumo estos. —Alzó el cigarro a medio fumar, sonriente—. ¿Quieres probar? ¿Alguna vez has fumado?

Fruncí el ceño.

—Un par de veces, pero el sabor era raro —musité en respuesta y soltó una risita traviesa.

—Vamos, prueba un poco, no es tan malo.

Me extendió el cigarro, lo que me pareció una locura, porque sugería que fumara algo que él ya había fumado antes; pero acabé por tomarlo y le di una calada, tras lo que me ahogué y empecé a toser.

Su risa no se hizo esperar, y sentí su mano en mi espalda en una caricia consoladora mientras me quitaba el cigarro de la mano, y para cuando me recuperé y alcé la cara, lo vi negar con la cabeza.

—Definitivamente no es lo mío, pero tienes razón, sabe diferente —murmuré y carraspeé.

—¿Ves? Espero dejar de fumar en algún momento. Por ahora solo me fumo uno o dos al día. —Respiré hondo y miré alrededor para calmarme, siendo sorprendida por su siguiente pregunta—: ¿Cómo sigue el niño?

—¿Dayan? —Fruncí el ceño extrañada y él asintió—. Está mejor, pero sigue delicado. Está aburrido porque no ha podido salir a caminar estos días. Es un niño tan listo y amable… es una pena que esté enfermo.

La ilusión se apoderó de mi tono, aunque no pude evitar sentir tristeza a la vez, y enseguida sentí unas palmaditas en mi cabeza que me hicieron espabilar.

Al alzar la vista, encontré los afables ojos de Luka y también una ligera impresión; sin embargo, la cálida tensión del momento se rompió cuando, de pronto, se escuchó un fuerte ruido y empezó a sonar la alarma de emergencias.

Fruncí el ceño al tiempo que él apagaba su cigarrillo, extrañado, y se levantó para caminar hacia la puerta.

Cuando lo hizo, una humareda procedente de ambos lados del pasillo arremetió, lo que me hizo soltar un chillido, y enseguida se oyó una fuerte explosión que hizo temblar el suelo.

Me quedé tiesa en mi lugar, atacada por los nervios, justo al ver un poderoso fuego anaranjado venir en nuestra dirección.




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