El niño perdido del millonario

capítulo 14: El amor supera la sangre

ELIZABETH

—La última vez que fumé fue hace más de una hora, y son cigarrillos con casi nada de nicotina, así que no debería haber problema. ¿o sí, enfermera?

Rose lo miró y luego a mí, que no tuve tiempo de reaccionar, porque ella se adelantó en el pasillo.

—¡Sígame, rápido!

Casi corrió por el pasillo, siendo seguida por un Luka que no tardó en alcanzarla, y ella le preguntó las cosas básicas, sobre medicamentos, tratamiento, las fechas de sus tatuajes y si tenía alguna enfermedad crónica, aunque le haría un test rápido.

Él contestó todo con calma, pero no lo oí muy bien porque iba más retrasada y con la mente puesta en Dayan.

¿Por qué un nene tan hermoso tenía que sufrir tanto?

Lo llevaron a la sala para donar, y como aún no podía ver a Dayan me quedé con él. Tras tratar la sangre a toda velocidad por la urgencia, fuimos al cuarto de Dayan, donde otra enfermera lo vigilaba al dedillo. Prepararon la transfusión, y poco a poco, mientras la sangre pasaba, vi cómo el color volví a sus mejillas.

Me senté a un lado de la cama, a la espera, y vi a Luka sentarse al otro, con una expresión preocupada y concentrada que me inquietó, pues él en realidad era un foráneo en todo esto. ¿Acaso se preocupaba por Dayan?

Más o menos un par de minutos después entró la doctora, que revisó sus signos vitales en la máquina antes de dirigirse a mí.

—Su condición está empeorando y, honestamente, no es mucho lo que podamos hacer. Hasta ahora hemos intentado encontrar la causa de su enfermedad y apenas controlamos los síntomas, pero cada día se debilita más. El pronóstico no es alentador.

Apreté los labios y un estremecimiento me recorrió por dentro.

—¿Hay una forma de averiguar lo que tiene? —preguntó de pronto Luka, bastante sereno mientras miraba a la doctora.

—Quizá. —Ella fijo su atención en él—. Pero es algo que requeriría de mucho dinero, además de instalaciones especializadas, y equipos y médicos con los que aquí no contamos. Somos un hospital de segundo nivel, para un caso como el de Dayan es necesaria una instalación de cuarto nivel. Hacemos lo que podemos. —La doctora resopló y miró a Dayan, inconsciente en la cama.

»Es triste verlo marchitarse, porque tiene un alma bondadosa y es muy inteligente, pero… —Volvió a resoplar—. Por favor, avísenle a la enfermera cuando despierte. Vendré a verlo lo antes posible.

La doctora se fue y yo bajé la cabeza, apretando los puños sobre mis muslos en un intento de reprimir mis emociones. El corazón se me aceleró en el pecho y, con lágrimas en los ojos, tomé la pequeña mano de Dayan, fría al tacto.

Las lágrimas rodaron por mis mejillas y respiré hondo. Si se marchita significaba que moriría, y no había nada que yo pudiera hacer… no podía sacarlo de aquí y llevarlo a un lugar mejor, el dinero no me alcanzaba para eso.

Me adelanté y besé su frente con cuidado.

—Lo siento… lo siento, Day. Quiero ayudar más, pero…

Se me escapó un sollozo y bajé la cabeza, intentando calmarme porque no estaba sola. Pero no quería perderlo. Este niño formaba parte de mí aunque no era mi hijo, era precioso y especial… Yo no tenía hijos, pero lo veía a él como uno y… y si no sobrevivía.

Bajé más la postura, ignorante de momento de la nostalgia con la que Luka me miraba, y de que se había levantado al oír mi llanto.

Solo lo tomé en cuenta cuando sus brazos me envolvieron sobre los hombros y me sorprendí, dando un saltito.

—Tranquila, Lizzy… tal vez todo mejore.

—¿Cómo? No puedo ayudarlo y… si él se va yo…

Las lágrimas seguían cayendo y mi impotencia crecía. ¿Por qué la salud tenía que ser tan cara en este país?

Solté la mano de Dayan y me abracé a Luka con fuerza. Sus brazos me rodearon mejor y acarició mi espalda.

—Él te importa mucho —murmuró.

—Es lo más estable que he tenido hasta ahora —contesté contra su pecho—. Cuidarlo y estar al pendiente es mi mundo y… no quiero perderlo, pero no puedo hacer nada, ¡soy una inútil! Sin importar cuánto me esfuerzo, cuan duro trabajo en casa, no es suficiente para sacarlo de aquí.

Él me separó de pronto, y encontré su gesto dudoso.

—¿Tienes otro trabajo?

Asentí con la cabeza.

—Hago traducciones en línea desde el francés. Pensé que así podría apoyarlo y trasladarlo a un mejor lugar, pero las facturas son demasiado caras y…

—Pero él no es tu hijo.

—¡No importa! Lo amo mucho y no quiero perderlo, quiero que sea feliz, que crezca sano y se convierta en un hombre de bien. ¿A quién le importa si no es mi hijo de sangre? Lo he cuidado desde que era un bebé, lo amo como si fuera mi hijo, aunque nunca he tenido hijos y… solo quiero que sea feliz.

La desesperación se filtraba en mis palabras, y me llevé las manos a la cara para secarme las lágrimas y los mocos. Fue entonces que detecté movimiento de la cama, y al voltear encontré la carita de Dayan frunciéndose, y de repente sus ojitos se abrieron y me miraron.




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