El niño perdido del millonario

Capítulo 17: Angelitos de césped

ELIZABETH

—Ahora mismo estamos en una etapa de calma. Desde su última recaída ha mejorado bastante y tiene mucha energía. Esta mañana preguntó si podía ir al jardín porque quería ver las flores, pero luego dijo que mejor esperaría a que llegaras. —La enfermera Rose me miró con una sonrisa—. Ha pasado un tiempo desde que lo vi tan animado, y la doctora dijo que está bien si quiere salir.

»También… los exámenes detectaron un aumento en su conteo de granulocitos, lo que sugiere que está mejor preparado para combatir cualquier infección; sin embargo, esto es transitorio.

Ella remarcó especialmente esa parte, y el desaire me llenó. Por supuesto, había días buenos y días malos, era consciente de ello.

La enfermera se fue y pasamos a ver a Dayan, que apenas vernos se animó, sus ojitos brillantes de emoción.

—¡Dizzy, Duka! —Estiró los brazos hacia arriba y dejó de lado el libro de cuentos que leía—. ¿Vinieron a llevarme al jardín? —Su astucia me hizo mirarlo con curiosidad y él soltó una risita traviesa—. Estuve espedando hasta esta hora porque sabía que vendrías, Dizzy, ¡y también vino Duka! ¿Estaban en una cita? —Puso una mirada insinuante y astuta que me sorprendió.

—Eres un pillo, ¿sabes? —soltó Luka, acercándose a la cama y acariciándole la cabeza.

Dayan soltó otra risita y se congració por la caricia.

—Es que vinieron juntos —murmuró—, y Dizzy es buena y tú también.

—¿Por eso tendríamos una cita? —curioseó Luka mientras le hacía cariñitos en la cabeza.

Dayan volvió a reír y se removió un poco por los cariñitos.

—Yo creo que hacen la pareja perfecta —razonó todo inocencia.

Luka lo cargó, en tanto yo acomodaba la silla de ruedas para él, pero Day se aferró al pelinegro como un monito y lo miró.

—¿Me puedes llevar así? Es más cómodo.

Sus ojitos brillaron, nadie en la Tierra podía resistirse a ellos, y Luka no fue la salvedad. El mayor soltó una risita y asintió.

—Eres toda una alma manipuladora, ¿sabes?

Day soltó la carcajada y se metió en su pecho, poniéndose cómodo.

—¡Pero yo no peso nada! ¡Soy una plumita, ligerito! —soltó inocente.

Luka se rio y se dirigió a la puerta, y yo solo los miré con el corazón acelerado por lo tierno de la escena y, sobre todo, porque me encantaba que Day estuviera abriéndose a otras personas. No me parecía que Luka fuera una mala influencia, fuera de los tatuajes o el hecho de que fumara de vez en cuando, porque eso no determinaba el valor de una persona a mis ojos.

Me fui tras ellos con la silla de ruedas, por si acaso, y a medio camino me di cuenta de que Dayan había cerrado los ojos y estaba abrazado al pelinegro, que lucía pensativo, como si su mente estuviera en otra parte.

Los dos se llevaban bien en poco tiempo. Era curioso.

Al llegar al jardín, tras ponerle las sandalias a Day, Luka lo sentó en el césped y, de la nada, el nene se tiró y empezó a mover los brazos, y como pudo las piernas.

—¡Dizzy, Luka, miren! ¡Ángeles de césped! —Se echó a reír, alegrando mi corazón, pero de pronto se detuvo y nos miró—. ¡Vengan! ¡Vamos todos a hacer angelitos de césped!

El pelinegro me miró con dudas, pero solo sonreí. No tenía problemas en hacer esto por él, así que me puse a su lado y empecé a hacer ángeles, pero Day esperaba por un Luka que, luego de unos instantes, cedió y nos imitó.

Day volvió a acostarse e hizo ángeles con nosotros. Tras unos segundos, me senté y empecé a hacerle cosquillas. Él soltó la risa, una carcajada incontenible mientras buscaba que no le siguiera haciendo cosquillas, aunque sabía que le encantaba.

No lo veía, pero Luka nos contemplaba desde un costado con una sonrisa, y para cuando le dirigí un vistazo, su expresión llena de ternura y nostalgia me tomó desprevenida.

Entonces me detuve y Day respiró hondo. Estaba rojito, colorado en medio de la noche, pero se sentó enseguida y miró a Luka con astucia. Al segundo siguiente se lanzó sobre él como pudo y empezó a hacerle cosquillas en la barriga, haciendo ruiditos de «cuchi, cuchi» que me hicieron reír sin control.

Luka, sorprendido, lo tomó entre sus brazos y empezó a jugar con él, sumiendo todo en un ambiente tranquilo y refrescante que me era inesperado, pero ameno.

Day se separó entonces y empezó a arrastrarse para ir hacia un pequeño cúmulo de flores dormidas, y vi que el mayor arrugó la cara.

—¿No puede ni pararse en sus pies? —me preguntó en voz baja.

—Hace mucho que no tiene la fuerza suficiente, y necesitará recuperarse mejor y mucha terapia para poder dar algunos pasos.

—Hmm… —Se sumió en sus pensamientos, y unos segundos después, viendo unos árboles algo lejos con flores nocturnas, se levantó y se le acercó—. Dayan, te gustaría subir a mis hombros para tomar una flor.

Aquello fue como agua de mayo para el pequeño, que enseguida asintió gustoso y estiró los brazos. Day había aprendido a caminar, pero sus constantes anemias lo dejaban sin fuerzas, por lo que apenas era capaz de sostenerse a sí mismo.




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