—No has hecho nada, de verdad, ha sido más bien cosa mía… —Fue lo único que dijo.
Él no insistió más y cuando la puerta del ascensor se abrió, ambos entraron en silencio. Julián pulsó el botón del tercero y quedaron a solas en el interior. Los dos mantuvieron sus ojos fijos en la puerta, pero en la mente de Raquel las cosas estaban siendo muy diferentes. Por alguna razón, los nervios se apoderaron de ella pensando en la remota posibilidad de que sucediera algo entre ellos. En ese momento y en ese lugar. Entrelazó sus dedos sin levantar los brazos y se concentró en mantener la mirada sobre la puerta… Al menos hasta que notó la mano de Julián sobre su hombro.
—¿Tienes algo que hacer esta noche? —preguntó.
Raquel posó su mirada sobre él y respondió al momento:
—No, ¿por qué?
—¿Aceptarías por fin mi propuesta de tomar algo conmigo?
—¿En tu casa? —Le apetecía muchísimo estar con él. Él asintió en respuesta a su pregunta y ella volvió a hablar:— Está bien, iré a soltar mis cosas y a avisar a mi madre de que estaré contigo.
El ascensor se abrió en la tercera planta y ambos salieron. Él se detuvo a la altura de su puerta y ella siguió hasta llegar a su casa. Diez minutos después, llamó al timbre del piso de Julián y él la recibió con una sonrisa.
—Bienvenida a mi humilde hogar.
Un pequeño pasillo desembocaba en el salón. Julián la invitó a sentarse en el sofá que estaba ubicado frente a la televisión apagada y delante de una mesa rectangular con varias sillas. Aunque vivía solo, ella suponía que esa mesa la usaría cuando tuviera invitados. Se sentó en el lado derecho, cercano a la ventana, y Julián se quedó de pie.
—¿Qué quieres tomar? ¿Agua, refresco, cerveza, …? —preguntó.
—¿Tienes café? —Él asintió—. Entonces tomaré café, si no te importa. —Sonrió.
—Claro que no. —Le devolvió la sonrisa.
Fue hasta la cocina y el sonido de la cafetera le indicó que estaba preparando el café. Mientras tanto, Raquel observó algunos de los cuadros de la estancia y se levantó para poder apreciar mejor las fotografías enmarcadas. Recordó, como tantas otras veces, ese momento que compartieron y en el que ella le enseñó sus bocetos. Sintió sus mejillas arder y regresó al sofá para volver a sentarse. Unos minutos después, Julián se acercó a ella con dos tazas y las depositó sobre la mesita que había entre el sofá y la televisión. Después se sentó a su lado y la observó con una sonrisa, consciente de que algo le sucedía a su acompañante.
—¿Sucede algo? —preguntó.
Ella sacudió la cabeza y le miró a los ojos de manera directa. Se fijó en que eran marrones, pero no de la típica tonalidad, sino una muy distinta. Había algo en ellos que a Raquel le resultó increíblemente atractivo.
—Este fin de semana me gustaría dibujarte. Si no tienes impedimento, claro.
Evadió su pregunta porque no tenía nada que responder ajeno a lo que Julián ya sabía.
—No tengo nada que hacer este fin de semana, salvo ocuparme de mis plantas.
—¡Estupendo! Podría incluso dibujarte mientras tanto, no sería la primera vez que lo hago… —De nuevo notó cierta calidez en sus mejillas que intentó disipar con un trago del café, pero no contó con que seguía un poco caliente. Sus mejillas se tiñeron de rojo con el calor instantáneo que sintió. Soltó la taza sobre la mesita y vio cómo él también bebía de la suya—. O, si lo prefieres, podría dibujarte aquí mismo. En mi casa no podría concentrarme bien con mi madre y Marisa por allí.
Sabía que, en caso de que Julián fuera a su casa, se sentiría incómoda con su madre y Marisa soltando frases embarazosas.
—Lo iremos viendo, pero si prefieres hacerlo aquí no tengo ningún problema. Creo que sería una buena oportunidad para seguir conociéndonos.
Los ojos de ambos se quedaron fijos sobre los del otro. Julián la había invitado para conocerla un poco más, pero con ella era fácil permanecer en silencio sin que este fuera incómodo para los dos. Disfrutaba observando cada parte de su rostro, reteniendo en su memoria cualquier hallazgo nuevo de su piel, sus labios o su mirada.
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Editado: 17.06.2020