Raquel se tomó aquella sesión como un ensayo, aunque no tendría nada que ver con la que se llevaría a cabo durante el fin de semana. De hecho, se haría unas cuantas fotos con su madre y con Marisa y se iría a casa a dibujar. Ya que había dejado por imposible su trabajo de fin de grado hasta que hablara con su tutora, no tenía otra cosa que hacer. Además, le apetecía seguir haciendo bocetos de Julián. Sin embargo, al llegar al estudio, él propuso empezar a calentar motores solo con Cristina y su pareja, por lo que Raquel tuvo que esperar y observar cómo se desarrollaba todo. Su intención inicial era ver las poses de ambas, pero en cuanto Julián se puso a fotografiarlas no pudo evitar fijarse en todos sus movimientos. La mayor parte de su rostro quedaba oculta tras la cámara, al menos desde la posición en la que la chica se encontraba.
Después de varias fotos y distintas poses, Julián tomó un pequeño descanso dejando la cámara en el trípode y se acercó a Raquel, que seguía con la expresión embobada de haber estado contemplándole durante un buen rato. Cuando reaccionó y vio que iba hacia ella, sacudió la cabeza y miró hacia otro lado un poco avergonzada.
—¿Qué te está pareciendo?
A Raquel le extrañó la pregunta.
—No sabría decirte, la verdad… —Llevó la mano derecha hacia su mentón—. Teniendo en cuenta que estoy viendo las cosas desde aquí…
—Pues ve preparándote porque después de este pequeño descanso te toca posar con ellas en algunas fotos.
Si su intención con esas palabras fue conseguir una reacción en ella, lo consiguió.
—¿Ya?
Julián sonrió antes de responder con otra pregunta:
—¿Cuánto más quieres esperar?
—Ahí llevas razón… —Raquel emitió una sonora carcajada que provocó que incluso sus madres prestaran atención a ese suceso. Cuando se dio cuenta de que era el foco de atención, se detuvo. Volvió a hablar, dirigiéndose solo a Julián—. Cuanto antes pase esta tortura, mejor.
Lo que dijo sonó más solemne de lo que habría querido, pero eso a él no le afectó.
—Haré todo lo posible porque no sea una tortura. —Y le guiñó un ojo antes de irse en busca de una botella de agua.
Cuando desapareció de la vista de las tres mujeres, Cristina se acercó a Raquel al ver que tenía una expresión extraña en el rostro.
—¿Ocurre algo, cielo?
—No podría decírtelo aunque quisiera. Al menos, no aquí —respondió la chica.
—Está bien, entonces cuando estemos en casa me lo cuentas si te apetece, ¿vale?
Raquel asintió segundo antes de que Julián volviera a aparecer. En ese instante no se acercó para charlar con ella, sino que fue hasta el trípode y cogió la cámara. Cristina volvió a situarse junto a Marisa y Raquel, lejos de hacer lo mismo o preguntar, se quedó quieta en el sitio. Aún seguía en shock tras lo que él le había dicho, aunque, si lo pensaba mejor, no tenía nada que temer. No debía tener miedo estando con su familia. ¡Era una estupidez! Al ver que Julián no se ponía manos a la obra, y que no le quitaba los ojos de encima, fue hacia su madre y se puso en la zona que mejor le pareció. Como si eso fuera suficiente para él…
—Colócate ahí —dijo, señalando una especie de asiento bajo que había frente a Cristina y Marisa, cuyos brazos se tocaban. Cuando Raquel se sentó, puso su mejor pose y sonrió para la cámara, que ya estaba en posición—. Muy bien, aguantad un poco así…
Y el flash la dejó completamente ciega, pero no en el sentido estricto de la palabra.
Para el resto de las fotos el proceso fue parecido. Él le sugería donde ponerse, siempre desde su posición cercana al trípode, y ella solo se colocaba en el lugar. Posaba y se relajaba cuando el flash volvía a provocar que viera puntitos blancos por la estancia. En ningún momento se acercó a ellas para dar ninguna indicación, sino que lo hacía todo mirando a través del objetivo o en la distancia. Al terminar con su parte en aquella sesión, se llevó la sorpresa de sentir decepción. Aunque cuando recordó que ese fin de semana estaría a solas con él en el mismo lugar, esa sensación desapareció para dejar paso a sus nervios, que parecían no dejarla en paz desde el fin de semana anterior.
Cuando llegó a su casa, entró en su habitación y cerró la habitación. Abrió la ventana un poco para dejar que el aire fresco entrara y sacó todos sus utensilios de dibujo. Después de eso sacó todos los bocetos que tenía de Julián y los esparció por la mesa. Desde arriba, sin sentarse aún en su silla, miró durante unos minutos todos los que había hecho. Por supuesto, algunos eran mejores que otros, pero se sentía muy orgullosa de su evolución esbozando a personas. Entonces se fijó en uno de los últimos y lo cogió para verlo más de cerca. Esa mirada que iba más allá del papel había cambiado mucho desde ese día, aunque no había pasado tanto desde que fueron al parque de María Luisa. Los ojos de Julián le habían transmitido algo inusual antes de que se fueran al estudio fotográfico. ¿O solo eran imaginaciones suyas?
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Editado: 17.06.2020