El Domingo de Ramos por la tarde quedaron para salir a ver procesiones. Como siempre, Raquel se puso sus mejores galas y aprovechando que hacía calor, optó por un mono celeste de lunares. Parte de su espalda estaba al aire, pero su pelo suelto lo ocultaba. No se puso tacones porque era consciente de que estaría mucho tiempo de pie y sabía que podría acabar con los pies destrozados. En su lugar calzó unos zapatos lila con algo de plataforma para que los adoquines del centro no le hicieran daño al caminar. Como complemento eligió un bolso pequeño, del mismo color que los zapatos, en el que podría llevar el móvil, las llaves, un pequeño monedero y un par de paquetes de pañuelos. Decidió no maquillarse porque se conocía lo suficiente como para saber que podría llorar en algún momento. Cuando salió de su habitación y la vio Cristina, las dos sonrieron.
—Que guapa estás, hija mía. No sabes lo orgullosa que estoy de ti y de todo lo que has avanzado durante este tiempo.
Abrió los brazos y recibió a su hija en un abrazo fraternal lleno de mucho amor. Al separarse, la madre le dio un beso en la frente a la hija.
—Gracias, mamá. Estoy nerviosa y expectante…
Un escalofrío recorrió su espina dorsal al pensar en Julián y en esa semana que siempre había sido tan mágica para ella.
El timbré sonó y Marisa se acercó para abrir la puerta.
—¿Está lista Raquel?
Marisa miró hacia donde estaban madre e hija, que ya se acercaban, y le respondió con un movimiento afirmativo de cabeza.
—Estás preciosa, Raquel —dijo Marisa como anticipo a lo que Julián vería.
Y cuando la chica se presentó ante sus ojos no pudo evitar esbozar una sonrisa.
—Marisa tiene razón, estás preciosa —comentó él, acercándose a ella para darle un beso en cada una de sus mejillas.
También posó su mano derecha sobre la espalda de Raquel, lo que provocó en ella todo tipo de sensaciones.
—Hasta luego —se despidieron ambos.
—Mantenme informada de cuándo volvéis —pidió Cristina.
—¡Lo haré! —exclamó Raquel en respuesta.
Durante el trayecto en coche, ambos permanecieron callados durante unos minutos. La chica no dejaba de pensar en lo que había perdido estando con su ex y en lo que estaba ganando en ese momento de su vida. Para que sus pensamientos iniciales no cobraran fuerza, inició una conversación.
—¿Sueles hacer esto siempre o lo estás haciendo por mí?
Julián esperaba cualquier cosa, menos esa pregunta.
—¿A qué te refieres?
—Mañana sales de costalero y hoy piensas patearte media Sevilla para hacerme feliz.
—Tú lo has dicho, pero respondiendo a tu pregunta anterior sí que lo he hecho algunos años. No lo veo incompatible, ni siquiera para quien sale de nazareno.
Raquel le observó y se perdió en su perfil. Él también estaba guapo, siempre le veía así, pero con el traje de chaqueta que vestía ese día supo que no podría dejar de mirarle. Al parar en un semáforo, Julián se giró hacia ella.
—¿Qué me miras tanto? —quiso saber.
—Lo guapo que estás. Creo que voy a ser la envidia de muchas —rio, retirando finalmente la mirada de él.
De nuevo se puso en verde y él volvió a centrarse en la conducción. Aparcó en el barrio de Triana, lejos de la capilla de una de las hermandades del día. Tras coger el estuche donde solía llevar su cámara, emprendieron la marcha hacia esa zona. Julián agarró la mano izquierda de Raquel y fueron todo el camino de esa forma.
—¿Qué es lo que más echas de menos desde que dejaste de vivir la Semana Santa?
—La emoción. Sobre todo la emoción.
El fotógrafo apretó la mano de la chica y la observó con una sonrisa. Ella le devolvió la mirada entre tímida y fascinada. Vio en los ojos de Julián todo lo que podría haberle dicho con palabras.
—¿Has pensado en salir con tu hermandad el año que viene?
—Hice una promesa… —respondió ella tras unos segundos de silencio—. Y lo haré este año. Tengo la papeleta de sitio preparada para la noche del viernes.
—¿De verdad?
Raquel asintió.
—Lo digo totalmente en serio, jamás bromearía sobre algo así.
Julián no se lo pensó dos veces y la estrechó entre sus brazos en medio de la calle. Unos segundos después volvieron a caminar hacia zona peatonal de la calle San Jacinto, que era donde se encontraba la capilla de La Estrella. Tardaron unos minutos más en llegar, justo a tiempo para coger un buen sitio.
···
Llevaban de pie media hora. O quizá una hora completa. Raquel no recordaba la hora exacta a la que llegaron, pero sí rememoró las largas horas de espera que siempre había aguantado para ver una cofradía completa. La nostalgia llegó a ella de pronto, recordando los años en los que sus padres la acompañaban en Semana Santa. El libro de reglas ya había pasado sin que ella se percatara y fue el sonido de la gente mandando callar y la voz del capataz mandando los que la trajeron al presente. Los árboles apenas le permitían ver al paso salir, pero no le hizo falta. Aún quedaba tramo de calle para deleitarse con esa visión y emocionarse con el movimiento de los costaleros bajo el paso.
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Editado: 17.06.2020