Él no soy yo

Capítulo 38

El sábado de la semana siguiente, Raquel se reunió con su padre para ponerle al corriente. No lo hizo antes porque el trabajo de fin de grado la tenía bastante ocupada, además de otras cosas que llevaba tiempo preparando. No dejó de dibujar tanto de forma tradicional como en digital y eso la tenía agotada.

Quedó con él en la puerta de uno de los Edificios Panorama y esperó con la vista fija en su móvil. Recibió un mensaje de Julián, que en ese momento estaba en su estudio cerca de allí, y lo abrió para leerlo.

Julián Santos:

¡Hola, preciosa! Que todo vaya bien con tu padre esta tarde. No olvides decirle que le invitamos a cenar a mi casa, junto a tu madre y a Marisa, el viernes que viene. Siento no poder decírtelo en persona, pero solo he tenido algo de tiempo para enviarte este mensaje. Parece como si todos se hubieran puesto de acuerdo para venir hoy al estudio… Como se nota que soy el único de la zona que abre los sábados por la tarde… ¡Nos vemos luego! Te quiero.

Ella sonrió a medida que lo leía y respondió aún con esa sonrisa bobalicona en el rostro.

Raquel M. Torres:

¡Hola, guapo! Muchas gracias y no te preocupes, que estés tan ocupado es buena señal para tu negocio. Nos vemos luego. Te quiero.

Cerró la aplicación, bloqueó el móvil y levantó la mirada. Vio a su padre en la distancia y se acercó para que él no tuviera que llegar hasta donde estaba ella. Raquel rodeó a su padre para abrazarle como saludo y cuando se separaron, ambos se dieron dos besos en las mejillas. Ricardo sonrió al ver a su hija feliz.

—No es una mera visita de cortesía, ¿verdad?

La chica negó con la cabeza.

—Nunca es una visita de cortesía y lo sabes, papá.

Caminaron de vuelta hacia el lugar donde le había esperado ella para dirigirse hacia el puente del Alamillo. Raquel pensó que irían al parque con el mismo nombre, pero su padre la condujo hasta otro situado enfrente. Caminaron por la orilla del Guadalquivir mientras conversaban sobre lo que las últimas novedades.

—Quizá sea demasiado pronto para decir esto, pero creo que Pablo al fin ha entendido las cosas… —comentó ella—. Parecía imposible, pero desde la semana pasada no ha vuelto a intentar contactar conmigo. Me siento como si me hubiera quitado un peso de encima, de verdad…

Ricardo la tomó de los hombros con su brazo izquierdo para acercarla a él. Le dio un beso en la sien y la liberó poco después.

—Entonces no has tenido que usar la palabra mágica, me alegro.

—No, pero la guardaré por si acaso, así que no te olvides de ella.

—No lo haré. —Su padre le hizo un guiño.

Al llegar al parque de San Jerónimo, los dos se sentaron en un banco cercano a la estatua del Huevo de Colón. Raquel la observó bajo la atenta mirada de Ricardo.

—Es una pena que apenas le hayan dado tregua a este magnífico monumento… —comentó él.

La chica se giró hacia él con curiosidad. Apenas había visitado ese parque y desconocía todo lo que tuviera que ver con el lugar.

—¿A qué te refieres?

—Fíjate. —Ricardo señaló hacia la parte alta—. ¿Ves esos huecos extraños? Son de piezas que robaron en su momento. Una verdadera lástima.

Él negó con la cabeza.

—Pero ¿cómo pudieron hacerlo? Desde aquí se ve que está algo, no quiero imaginar su altura estando más cerca.

—Todo el mundo encuentra la forma de conseguir lo que quiere. Nunca lo olvides.

Recordó cuando, de pequeña, su padre le daba algunas lecciones del estilo. Por su trabajo como policía apenas pasaba tiempo con ella y su madre, pero esos pocos ratos los recordaba maravillosos. Volvió a sonreír al pensar que ambos podrían recuperar todo ese tiempo perdido durante su desaparición. Eso le recordó lo que Julián le había dicho.

—¡Ah! Antes de que se me olvide… —De repente se puso un poco histérica—. Julián me ha dicho que vengas a cenar el viernes que viene a su casa. También estarán mamá y Marisa.

Él la miró y acarició su mejilla embobado.

—No sabes cuánto echaba de menos que pasáramos tiempo juntos. —Su voz sonó nostálgica y al darse cuenta le pidió disculpas—. Lo siento, hija… Dile a Julián que por supuesto que me apunto.

—No te preocupes, papá, entiendo por qué lo dices. —Tomó la mano de su padre y la besó. Luego la mantuvo entre las suyas para intentar reconfortarlo—. Poco a poco conseguirás olvidar el infierno que viviste, ya lo verás…

—Gracias.

Siguieron hablando un poco más y cuando empezó a anochecer, ambos volvieron al edificio donde vivía ella.

—¿Quieres subir a ver a mamá y a Marisa?

Él lo pensó durante unos segundos y negó.

—No, discúlpame con ellas, pero ya las veré el viernes en la cena.

—Está bien, papá. —Ambos se abrazaron y se despidieron con la mano—. Hasta el viernes.

—Hasta el viernes.

Ella entró en el edificio y fue directa hacia el ascensor. Al llegar a su planta y salir, se dirigió hacia la puerta de Julián y llamó. Esa noche volvería a dormir en su casa.




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