Él no soy yo

Capítulo 1

Aún no se había recuperado. Sentía la herida tan grande que, por muchos parches que pusiera, la sangre seguía brotando sin descanso. Había descubierto la cara más amarga del amor y ya no quería saber nada más de él, al menos en el sentido romántico. Ni su familia ni amigos merecían la frialdad que pudiera asomar en ella, ni siquiera verla llorar, por lo que solo se lo permitía en la soledad de su habitación y en silencio.

Tres meses después de la ruptura, su llanto se redujo considerablemente y aunque no manifestara su malestar, la procesión iba por dentro. Lo último que quería era preocupar a su familia con algo que sabía que debía haber superado ya. Él decidió seguir su camino lejos del suyo y ya no había vuelta atrás, aunque por mucho que a Raquel le doliera, prefería que las cosas no volvieran a ser como antes. Lo había querido con toda su alma, pero la situación se había vuelto tan insostenible que la separación, aunque dolorosa, había sido lo mejor para ambos. Y ni siquiera mantenían cierto contacto. No después de cómo lo habían dejado.

—Raquel ¿qué haces ahí parada?

Volvió a la realidad cuando su madre, Cristina, la mencionó. Miró a su alrededor y se percató de que estaba parada en medio del centro comercial a donde habían ido a hacer unas compras. Avanzó un poco más.

—¿Ocurre algo, hija? —Su madre lucía preocupada.

—No, solo estaba pensando… —respondió Raquel.

—Deberías contarnos qué te pasa para que podamos ayudarte. No podemos leerte la mente, aunque no creas que no lo he deseado en momentos como este…

Ella no dijo nada y se limitó a entrar en la tienda a la que tenían intención de ir. No obstante, Raquel salió deprisa, pues no le interesaba comprar ropa. Se sentía cómoda con la que aún tenía. Tanto Cristina como Marisa la miraron extrañadas, pero unos segundos después entraron para comprar unos cuantos modelitos. Después llevaron a su hija a una papelería, pues ella necesitaba comprarse algunos materiales de dibujo que no tenía. Raquel había tomado la decisión de retomar el dibujo, aunque aún no sabía qué o a quién dibujaría. Quizá se dibujara a ella misma para mejorar su técnica y hacer una interpretación de sí misma más allá de lo que veía en el espejo todas las mañanas.

Llegaron a casa con varias bolsas y una sonrisa. Cristina y Marisa se miraron al ver que habían conseguido que el humor de su hija cambiara durante esa tarde. Un pequeño logro que, esperaban, aumentara con el paso de los días. Algo en ella les decía que había empezado ese proceso de cambio que habían deseado que llegara durante meses. Raquel, por su parte, estaba contenta de verdad por el grato momento que había pasado con su madre y con Marisa en el centro comercial. Por primera vez vio la luz que tanto había necesitado desde hacía tiempo. Llevó sus bolsas hasta la habitación y se tumbó sobre la cama de espaldas. Colocó los brazos tras su cabeza y dejó que su mente vagara por el sendero de su memoria. Se percató de la velocidad con la que sus pensamientos cambiaban, yendo de un recuerdo bueno a todos los que, durante meses, la habían atormentado. No obstante, por primera vez en mucho tiempo, no derramó una sola lágrima. Seguía doliendo, pero Raquel ya no tenía más lágrimas que derramar. Se había secado por dentro de todo lo que había llorado por el que había creído que sería el amor de su vida. Qué equivocada estaba y que poco consciente había sido de ello mientras estuvo con él. Al estar enamorada perdía toda capacidad para mirar hacia delante de forma coherente. Solo era capaz de verse con la persona amada, aunque no fuera el hombre con el que estaría en el futuro. Nadie es capaz de ver eso estando en una relación porque la venda de los ojos no se retira con facilidad, aunque queramos. Y meses después de dejarlo con su ex, Raquel entendió que ni el amor era para siempre, ni merecía la pena el sufrimiento que había tras tanto disfrute. Ya no estaba dispuesta a sentir ese dolor que la acechaba día y noche, no cuando sabía con certeza que él no lo estaba pasando mal.

Con esfuerzo, se levantó de la cama y se acercó a su escritorio, donde había depositado con anterioridad las bolsas. Sacó lo que había comprado y, aprovechando las últimas hojas de su bloc de dibujo, empezó a esbozar algunas líneas. No tenía un modelo concreto, solo se dejaba guiar por lo que su mente dictaba. Volvió a retratarse a sí misma, pero en esa ocasión lo hacía con trazos suaves y sombras más sutiles que otras veces. Seguía siendo un dibujo deprimente sobre ella, pero ya no demostraba lo cruel que había sido el destino con ella. Terminó el boceto y lo dejó sobre la mesa. Encendió el portátil y, cuando terminó de cargar, abrió el reproductor de música y puso una de sus canciones favoritas. Empezó a cantar sintiendo cada una de las palabras que pronunciaba, como si hubiera sido escrita especialmente para ella.




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