Él no soy yo

Capítulo 2

Autoconvencerse de olvidar a alguien es fácil. Lo difícil es llevarlo a cabo. Tras darse cuenta de que estaba sufriendo como una tonta por alguien que no lo merecía, Raquel decidió ocupar su mente en otras cosas. Ese fin de semana, ya esperaba a que las semillas que había plantado germinaran. Sería una buena forma de practicar con las plantas, ya que era lo que peor se le daba al dibujar. Sin embargo, tendría que esperar bastante hasta que crecieran y se vieran bonitas. Cristina y Marisa no hablaban de Pablo, ya que, si su hija había decidido olvidarle definitivamente, ellas no tenían por qué estar nombrándole a todas horas. Solo dirían su nombre cuando estuvieran seguras de que Raquel ya lo había superado del todo. Una tarea difícil, pero no imposible.

Por las tardes, Raquel iba a la Facultad de Bellas Artes. Le gustaba coger el 3 en Torneo, bajarse en una parada anterior a la estación de autobuses de Plaza de Armas y caminar hasta llegar a la Plaza del Museo, donde admiraba la imagen del Santísimo Cristo de la Expiración de la Hermandad del Museo. Luego seguía caminando por Alfonso XII hasta llegar a la Plaza del Duque, donde el ajetreo era aún mayor. A veces su mente divagaba y la llevaba hasta el recuerdo de su relación con Pablo, pero al mirar aquí y allá se le pasaba. Todo era inspiración en la calle, caras nuevas que dibujar y experimentos que hacer. Cuando llegaba a la Facultad, era como estar en otro mundo. Las horas que permanecía allí tenía la mente tan ocupada, que cuando salía y su mente volvía a ir de un pensamiento a otro, la realidad la golpeaba.

No, olvidar nunca había sido fácil.

Cristina y Marisa hablaban de ese tema mientras Raquel, ese sábado, permanecía encerrada en su habitación. Una música alegre y un poco amortiguada llegaba desde allí. Ambas sonrieron.

—Será difícil para ella, pero está yendo por buen camino —comentó Marisa.

—Cuando yo era joven, me pasó lo mismo con un antiguo amor. Cuando nos separamos, me costó olvidarle, pero al final lo conseguí. Todo acaba pasando y eso Raquel lo sabe.

Se tomaron de las manos.

—Todas las personas pasamos por eso, aunque para todos no es igual. Pensé que mi ex era el amor de mi vida, pero me equivoqué y me costó meses olvidarla. Todo forma parte de un ciclo y los ciclos tienen que cerrarse. —Besó la palma de la mano de Cristina.

—Menos mal que esos ciclos ya los cerramos y estamos juntas ahora.

Cristina se acercó a Marisa y juntaron sus labios en un beso lento con el que ambas disfrutaron. Acariciaron sus rostros y acabaron una sobre la otra en el sofá. Detuvieron el beso unos segundos para mirarse a los ojos y luego lo retomaron con más ganas.

—¿Nos vamos a la habitación? Aún quedan dos horas para el almuerzo y dudo que Raquel salga de su habitación o se preocupe por nosotras… —propuso Cristina, mirando a Marisa desde arriba.

El silencio se hizo entre las dos antes de que Marisa respondiera:

—Vamos.

Se levantaron del sofá y se agarraron de las manos. Cristina caminó de espaldas hasta la habitación sin dejar de mirar al amor de su vida. Nada más llegar y cerrar la puerta, Marisa tiró a Cristina sobre la cama de espaldas y se echó sobre ella para besarla. La desnudó con lentitud y después fue su turno de quedar sin ropa. Se amaron como al principio de su relación, solo que con mucho más amor y cariño.

 

···

 

Al día siguiente, Raquel estaba en el salón con sus madres. Estaban reunidas para hablar un poco, aunque tanto Cristina como Marisa evitaban tocar cierto tema. Solo las mayores estaban arregladas porque pensaban salir después, pero Raquel estaba con el pijama puesto y el pelo sin peinar. Los domingos pocas veces se vestía, salvo que saliera a dar un paseo con sus madres o con alguna de sus amistades. Mientras las mayores hablaban, la hija de Cristina miraba el móvil y escribía de vez en cuando en el chat de Showface. Las dos la miraron con una sonrisa. En ese momento sonó el timbre y Raquel levantó la mirada sobresaltada. Cristina se levantó y su hija la siguió por pura curiosidad. La castaña abrió la puerta mientras Raquel se asomaba por el hombro y tras la puerta encontraron a un hombre con el pelo corto, barba de varios días y ojos marrones. Iba con una camisa y unos pantalones oscuros, pero lo que más llamó la atención de ambas fue lo que llevaba en la mano. Madre e hija levantaron la mirada después de darle un pequeño repaso a su físico. Raquel no recordaba haberse cruzado con él por el edificio.

—Hola, Cristina. —Miró a Raquel y sonrió—. A las ocho hay reunión de vecinos en la sala multiusos. Me encontré a la presidenta de la comunidad en el ascensor y me pidió que lo comunicara al resto de vecinos de esta planta.




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