Él no soy yo

Capítulo 10

Durante unos minutos, ambos permanecieron callados mientras la música seguía sonando y el resto de la gente bailaba a su alrededor. Los ojos de Raquel brillaron con la poca luz que iluminaba el local y debido a su propio entusiasmo. No podía enfadarse con su madre por querer su felicidad, aunque no pensara en Julián de esa forma.

— ¿Bailamos? —preguntó él, alzando la voz lo suficiente para que ella le escuchara.

Raquel permaneció en silencio durante unos segundos. Estaban en la pista de baile, la música daba esa posibilidad y ella tenía ganas de dejarse llevar. Asintió en respuesta a Julián y ambos empezaron a moverse al ritmo de la música. La chica no apartó sus ojos de los de su acompañante, pero él tampoco lo hizo. La canción era tan pegadiza que Raquel empezó a tararearla en su mente y las oscilaciones de su cuerpo fueron algo más ágiles y menos torpes en la pista.

El ritmo estaba en su cuerpo y en su mente.

Mientras los dos bailaban, Cristina y Marisa los observaban desde la barra. Estaban apoyadas y con un vaso en la mano que contenía más coca cola que ron. Por un instante se miraron y sonrieron sin evitar sentirse contentas por su hija. Por fin veían una posibilidad para que Raquel fuera feliz.

El móvil de la chica empezó a sonar, pero no se enteró debido a la música. Tampoco recordaba que lo llevaba en el bolsillo o que su madre estaba en el mismo lugar que ella, solo estaba concentrada en moverse sobre la pista de baile. Julián hacía lo mismo, aunque estaba más pendiente de ella que de costumbre. No fue algo que pasara por alto para la morena.

Tras bailar dos canciones seguidas, Raquel se fue directa a la barra para pedir una bebida, aunque al final se decidió por un vaso de agua. Lo bebió entero en dos sorbos y dejó el vaso de nuevo sobre la superficie para que el barman se lo llevara. Julián se había acercado a su madre y a Marisa, que estaban a unos metros de ella, así que aprovechó para echar un vistazo a su móvil. Lo que encontró al desbloquearlo la dejó con la cara desencajada.

Dos llamadas perdidas de Pablo y un mensaje privado en Showface. Decidió abrirlo.

Pablo Díez:

Hola, Raquel. Sé que quizá no leas este mensaje, pero quiero decirte que haré lo posible por demostrarse que no soy el mismo que antes y que te sigo amando con locura. ¿Sería posible que nos viéramos para hablarlo? Te he estado llamando, pero no me lo has cogido

Se quedó helada. ¿Por qué tanta insistencia en hablar con ella? No terminaba de entender por qué estaba actuando así si, semanas antes, había visto de forma clara que él ya estaba con otra. ¿O había sido solo su imaginación? Pensativa, se giró para pedir otra bebida, esa vez un ron con coca cola. Si no supiera que el tequila era demasiado fuerte para lo que estaba acostumbrada tal vez se hubiera aventurado con esa bebida. Intentó mantenerse en pie y olvidar ese mensaje, pero, aunque guardara el móvil en el bolsillo, el texto parecía grabado a fuego en su cabeza. Cuando el barman le dio lo que había pedido, lo miró como si buscara todas sus respuestas en el líquido oscuro. Llevó el vaso hasta sus labios y empezó a beber sin descanso, cerrando los ojos mientras lo hacía. No obstante, aquello no le sirvió de nada, pues la imagen del mensaje seguía fluyendo como si nada. Era la peor tortura a la que podía enfrentarse en ese momento, justo cuando empezaba a sentirse mucho mejor y a quererse mucho más a sí misma. ¿Acaso él sabía que ella estaba empezando a ser feliz y por eso había decidido llamarla? «Si es así, no dejaré que me afecte mucho más de lo que ya ha conseguido», se dijo a sí misma. Terminó de beberse el líquido y pidió otro ron con coca cola que volvió a degustar con rapidez.

El móvil volvió a vibrar en su bolsillo y, aunque se resistió a mirar, lo acabó haciendo. Tenía otro mensaje.

Pablo Díez:

Sé que has visto este mensaje. ¿Por qué no me respondes? ¿Estás enfadada?

Claro que estaba enfadada. ¿Cómo se atrevía a dirigirle la palabra de nuevo después de todo lo que le había hecho? La mano con la que sujetaba el móvil temblaba amenazando con dejarlo caer si reducía la presión que estaba ejerciendo sobre él. Su mente dio la orden a sus piernas de ponerse en marcha, así que lo hizo y se dirigió hacia el cuarto de baño. Solo necesitaba mirarse en un espejo y comprobar que estaba bien, aunque su interior ya le indicaba que eso no era así. No podría reprimir por más tiempo el llanto, estaba segura de eso. Cuando se miró, descubrió a una chica diferente a la que había comenzado la noche. La que miraba al otro lado del espejo parecía triste y con los ojos apagados.

Se enfadó mucho más.




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