Intenté dormir durante la noche, pero entre el recuerdo de los besos compartidos con Daniel y el plan que este confabuló, fue imposible.
Así que, como todas las mañanas, por primera vez desde que estoy en la ciudad, me visto con mi ropa de gimnasia y salgo a correr, lo único que logra aliviar un poco mis tensiones.
Desde que regresé, estuve tan ocupada con el tema de la boda, con Roger y cómo lidiar con Daniel, que no había salido a recorrer mi antigua ciudad.
Y a pesar de que ya pasaron más de once años desde que sucedió el “accidente” de mis padres y de que tomé la decisión de ir a vivir a la capital con mis abuelos, la ciudad no ha cambiado mucho, solo algunos negocios nuevos, pero está prácticamente intacta, como la recordaba.
Sin saber cómo, seguramente mi inconsciente, comencé a recorrer y terminé justo frente a mi casa, que en realidad ya no lo es. Fue vendida hace mucho tiempo y no puedo creer lo que ha cambiado. Su fachada ya no es la misma, el color de las paredes, las ventanas nuevas, hasta han construido un nuevo espacio dentro del terreno. Es tanta la nostalgia y el dolor que sentí en esa casa que las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas, lágrimas que venía hace tiempo conteniendo y ya necesitaban salir.
Aún recuerdo, en mis días de adolescente, cuando Daniel me llevó a ver una película a un nuevo y pequeño cine que había abierto en la ciudad. Mi padre me había dicho que volviera a las diez de la noche, ni un minuto más ni un minuto menos. Era muy estricto con el tema del horario y no porque temiera que me pasara algo, sino porque le gustaba tener el control de todo lo que tenía a su alrededor, incluyéndome a mí, a mi madre, pero ella fue quien se llevó la peor parte.
Esa noche, después de ver la película y darnos nuestro primer beso de amor, convirtiéndonos en una verdadera pareja, decidimos regresar tomados de la mano hacia su jeep descapotable, que me regresaría a casa, ya que faltaba poco para cumplirse el horario impuesto por el ogro, como solía llamar a mi padre.
Sin embargo, al llegar al coche, nos encontramos con que los cuatro neumáticos del vehículo estaban desinflados, seguramente una broma hecha por nuestros compañeros.
Una broma inocente, pero que retrasaría mi vuelta a casa y el comienzo del mismísimo infierno.
Lamentablemente, después de inflar los neumáticos, regresé a casa. Solo media hora después de lo impuesto por mi padre y, por supuesto, allí estaba él, enfurecido detrás de la puerta, esperándome con un palo en la mano, con el que efectivamente me golpeó salvajemente por todo el cuerpo, dejándome de cama.
Al otro día, recibí un mensaje de Daniel, sorprendido de que había faltado a la escuela. Era la primera vez que faltaba, pero es que recuerdo que me dolía todo el cuerpo y ni siquiera tenía fuerzas para comer ni levantarme de la cama.
Mi madre, muy preocupada, aprovechó que papá se había ido a trabajar y me llevó al hospital. Allí los médicos me examinaron y me dejaron en observación unas horas, pasándome calmantes. Sin embargo, los especialistas no dejaban de preguntar qué había sucedido, preocupados también por la seguridad de mamá, hasta que, armándose de valor, finalmente lo confesó. Ellos la alentaron a que hiciera la denuncia y, a pesar de que sabía que podía salir todo mal, decidió hacerlo. No podía permitir que yo siguiera viviendo y sufriendo en un ambiente tan tóxico y violento.
Lamentablemente, ese fue el comienzo del fin.
Semanas después, mamá tenía que viajar a otra ciudad para celebrar una boda y papá se ofreció a llevarla. Habían dejado las discusiones atrás y nos había prometido, a mamá y a mí, que iba a cambiar, como siempre lo hacen, y ella, buena y tonta, creyó en su arrepentimiento, retirando la denuncia, algo que jamás debería haber hecho.
Camino a la ciudad, todo iba muy tranquilo, reinaba la paz en la familia. Él había prometido cambiar y, al parecer, lo estaba haciendo, porque estos últimos días estaba muy amoroso con mamá y conmigo. Éramos una verdadera familia. “La calma antes de la tormenta”.
Lamentablemente, un mensaje a su celular, enviado por el padrino de la boda, que también estaba ayudando a organizarla y estaba pidiéndole consejos, desató un caos dentro del vehículo.
Papá, muy violento, abrió el vidrio del acompañante, agarró el celular y lo arrojó a la carretera, pasándolo por encima con su auto. Estaba fuera de sí. En ese momento, se acercó a mamá y la abofeteó.
Ella hizo todo lo posible para salir de allí, pero papá puso todas las trabas de las puertas para que nadie pudiera salir y comenzó a golpearla con tanta violencia hasta dejarla casi al borde de la muerte. Después bajó del auto, tomó un bate de béisbol que tenía guardado en la cajuela del vehículo y comenzó a golpearla en la cabeza hasta terminar con su vida, ante mis ojos desorbitados y confundidos, siendo testigo de la muerte de mi propia madre.
—No te preocupes, querida Sarah, tú serás la próxima, así no extrañas a mami —me dijo en ese momento.
Y aunque realmente me había quedado paralizada del terror, tuve que reaccionar o me mataría a mí también. Rápidamente intenté abrir la puerta y escapar de su crueldad, pero fue inútil.
—¿Acaso no quieres ir con mamá? Seguro va a extrañarte mucho.
—Papá, por favor, llevemos a mamá a un hospital, no la dejes morir.
—Tu madre es una zorra, me estaba engañando con el padrino de la boda, no tiene perdón de Dios.
—Mamá jamás te engañaría, a pesar de todo te ama, sabes que ella es amable con todo el mundo.
—Lástima que ya no lo será.
—¡Papá, por favor, vamos a un hospital! —exclamaba con desesperación, pero papá nunca me escuchó.
—No insistas, Sarah, tu madre está muerta y yo prefiero seguir el mismo camino que ella que acabar en la cárcel. Pero tú te vienes conmigo, así seremos una familia feliz.
—Tú no estarás con nosotros, te irás directamente al infierno —le grité furiosa, golpeándolo en la cabeza, encendiendo aún más su enojo.