Es curiosa la forma que un niño pequeño enciende sus ojos al momento de ver ropa nueva, se emociona, salta e incluso grita porque la camisa roja combina con sus zapatos azules, al cumplir diez años esa emoción va desapareciendo poco a poco pero todavía sigue presente en un pensamiento fugaz y pasajero, al momento que el niño cumple más de catorce años eso le empieza a importar mucho menos, a los dieciséis es casi imposible el despertar la emoción en un corazón que ha visto casi todo color y textura de prendas de vestir, pues el amor es la primera prenda que usamos al nacer y la misma que no nos sorprende a medida que vamos creciendo, ya demasiadas veces nos parten el corazón y a medida que cosemos la tela otra vez se rasga y el punto frágil por donde pasó el hilo se rompe y queda poco material para coser.
El chico había ido a su casa por una chamarra para cubrir sus brazos con marcas de agujas y las manchas del suero que se había debordado de estas, estaba nervioso, el día anterior había quedado en verse con aquella chica tan maravillosa, su corazón latia demasiado rápido, por los nervios sentía que las marcas se le iban a abrir por tanta presión, pero al mismo tiempo se sentía helado, no sabía cómo hablarle, no sabía a dónde ir o qué darle, sólo estaba con su chamarra azul y unos pantalones jeans que encajaban con la camiseta negra oculatada con la chamarra. Conectó sus audífonos a su walkman y decidió aventurarse a ver al amor de su vida, iba escuchando jazz, daba pequeños pasos mirando al piso mientras pensaba en todos los posibles escenarios que podían pasar, entre estos se encontraba la posibilidad de caer al piso y que ella se ría, también había cierta probabilidad que ella no vaya, pero el peor escenario para el chico era el que ambos asistan y que no encuentren tema para hablar, y eso que el segundo peor era que un tiburón enorme se coma la cabeza de él, pensaba en esa probabilidad mientras pasaba por una playa pública.
-¿Qué debo hacer?- se preguntaba el chico reposando su cabeza entre las piernas mientras meditaba cada idea en su mente.
-No tengo nada para entregarle ni nada bueno de mi ser para que ella se maraville- seguía pensando dentro de sí mismo mientras alzaba la miraba y veía a lo lejos una luz de color anaranjado.
Aquel brillo era provocado por una concha que estaba secándose ante el sol abrasador de aquella tarde, la mente del chico estaba en mirar a la concha con máxima concentración y evitaba el hecho que estaba haciendo un calor que ridiculizaba al uso de cualquier chamarra, se levanto y corrió a agarrar la concha mientras veía que una pelota se le aproximaba, antes que pueda reaccionar el plástico de esta le había golpeado la nariz, la misma que se encontraba sangrando.
No le importó el golpe, no quiso mirar a los jugadores de volley ball que perdieron la pelota, en ese momento era crucial la adquisición de aquella concha que brillaba de manera bella, empezó arrastrándose, luego gateó y por úlltimo dio pequeos pasos hasta la concha que entre sus manos se sentía caliente y de una u otra forma se la veía sucia.
Cuando llegó al punto de encuentro, ahí estaba Juli, con su cabello largo y su piel chocando con el sol, su silueta daba lugar al mejor baile jamás contado, su perfil le maravilló al muchacho que apresuró el paso y tragando saliva mientras tosía un poco le entregó la concha que había visto en la playa, ignoró el hecho que tenía los labios más rojos de lo normal y que su pierna estaba con un dolor muy fuerte, a él sólo le interesaba la mirada maravillada de su pareja de aquella tarde mientras admiraba la concha que tenía una parte rota.
-Esta prenda que ya no puede ser usada por los demás ermitaños me la quedaré con guto-dijo Julissa mientras apoyaba la conncha rota a su pecho y sonreía.
-Pero esta prenda está rota y aunque intentes coserla se romperá aún más, mejor iré a buscarte un regalo más aceptable.
-¿Tu corazón está roto, no?, dámelo y lo coseré con el mío.
-No quieres que una prenda ya usada y putrfacta toque un solo rastro de tu perfecto ser, mi princesa.
La chica no habló, pero no se limitó a quedarse estática, se movió y en un movimiento rápido abrazó al chico que con lágrimas en los ojos comprendió que toda prenda sirve, incluso si tiene demasiados apaches.
Caminaron por un largo momento, la chica iba sonriendo y el chico de una u otra forma intentaba mirar su rostro sin que ella se percatase de las estrategías planeadas con anterioridad- una noche antes de aquella cita el chico se levantó de su lugar y empezó a practicar con un maniquí que se encontraba en su casa- miraba de reojo sus labios, con una sonrisa miraba sus ojos, pero la mejor vista que tuvo de la chica fue cuando ella le compró unos caramelos a unpequeño niño que cruzaba la calle, ella le dio un billete de un euro mientras que el niño indigente le dijo que el precio de cada caramelo era de un duro, ella haciendo caso omiso depositó el billete en el frasco de monedas del muchacho y se fue corriendo con Antonio agarrado del brazo.
Él vio u rostro encendido, su sonrisa, sus seño fruncido por la enorme risa que crecía a raíz de una enorme emoción de Juli.