Esta parte de la historia comienza en los puertos de Barcelona, donde en primavera la luz del sol cae sobre aquellas bancas carcomidas por los años y con el brillo restante de su pintura verde pasto hace aparentar que todo ese lugar es un maravilloso paisaje, todo parece romántico, las palomas blancas vuelan por las plazas, todo parece y apunta a que ellas juegan en el aire, los niños comiendo palanquetas y las nilñas jugando con una cuerda, todo esto era contemplado por un jóven de unos dieciseís años de edad que estaba sentado en una banca, aquella banca era la más carcomida, pero particularmente la favorita de ese chico que miraba con afán el rostro de los infantes riéndose y corriendo, intentaba guardar cada imagen de lo que veía en su corazón el mismo que ya estaba demasiado quebrado después de varias decepciones.
-Cómo quisiese tener una hija-pensaba el chico que miraba su manos ásperas y ya un tanto rayadas con los años, tenía apenas dieciseís años pero sus manos y su melancolía aparentaban haber soportado el doble de su edad. Antes de irse a sentar en aquella banca el chico había pasado por muchos lugares, quería perderse, miraba muchas cosas que no podía tener o que quisiera que alguien más las tuviese, entre esos artículos estaban sonajas, pelotas de trapo para bebés, mamelucos, inclusive al pasar por una peluquería se fijó en cómo le hacían trenzas a una niña pequeña que lucía demasiado feliz con su nuevo atuendo, la sonrisa en su cuerpo estaba cargada de dolor, amor y pena por si mismo y por su desdichado pasado, pero se mantenía bien, jugaba, comía bien, tenía vida social, era el chico que todo el mundo quisiese ser, pero algo le faltaba, siempre estaba solo aunque estuviese acompañado por alguna chica o por sus amigos, este chico no hallaba paz en nada, siempre tenía la misma rutina, se sentaba en el puerto a dar de comer a las palomas que iban a sus pies.
-Oye, ¿me puedes indicar dónde debo coger el autobús que me lleva a esa dirección?-dijo una chica algo rara ante sus ojos, su piel era algo morena, sus ojos de color café, era delgada pero su cuerpo era proporcional, en ese momento usaba un mameluco y una blusa negra que tenía un dinosaurio con cabeza de gato en ella, la cola de caballo que se había hecho dejaba ver con claridad una frente que tenía espinillas, pero eso no le importaba a aquel chico, él no podía dejar de mirar sus labios finos y rosados
-Te amo- esas palabras salieron del español que no tenía ni la menor idea de cómo actuar frente a tal situación tan enérgica y a la vez tan súblime, no paraba de mirarla con unos ojos grandes y aunque el sol estaba en su punto esto no le molestaba ni un poco porque se podía ver con claridad el café de sus ojos que se iba tornando de un color que igualase a la miel.
-Me puedes ayudar, ¿cierto?-dijo aquella chica que estaba demasiado confundida con aquella sonrisa de aquel muchacho que en esos momentos se encontraba perdido en sus pensamientos y no podía escucharla por nada del mundo.-Yo...ser...ecuatoriana...no hablar tu idioma- el sólo verla causaba una pequeña risa en la cara de nuestro protagonista.
-Perdona mis modales, me llamo Ernesto, digo Pablo, digo..-el pobre chico no se acordaba ni de su propio nombre, estaba demasiado nervioso con no arruinar su oportunidad con aquella hermosa chica- bueno, mi nombre no importa, honestamente sé que posiblemente te dé la dirección y tú te irás por ese bus, siempre es lo mismo-dijo el chico bajando la cabeza e intentando acabarse un trozo de chocolate que llevaba en sus pantalones.
-¿Me puedo sentar?, mejor dicho, ¿quieres que me siente?- propuso aquella misteriosa chica que no dejaba de evitar reírse, no de lástima ni nada, su sonrisa era una sonrisa coqueta, su voz saltaba dentro de su boca y su mano tapaba sus labios, esa era la primera sonrisa que el chico pudo admirar de ella- dime la razón por la que dijiste que me amas, puedo entender si es que no entiendes mi idioma- en ese momento otra vez sonó esa risilla hermosa que acompañaba el momento.
-Prácticamente es el idoma de mi pueblo el que tú está mencionando en estos momentos, y no, no estoy sacándotelo en cara, solamente debes saber que...-el chico se quedó en blanco, los ojos de la persona senta a su lado iluminaban por completo su día, nada se podía comparar a todo lo que sintió en esos momentos, la forma en la que le prestaba atención y cómo se admiraba de los datos que este le otorgaba.
-Sigue hablando, me gusta escucharte, aunque, es la primera vez que te escucho y espero al igual que tú, no sea la última- al acabar de decir esto esta chica se sentó y se juntó más con el jóven que estaba en esa silla por unos minutos más que ella, este se empezó a pner demasiado nervioso, era la primera desconocida de la cual se había enamorado tan rápido.
-¿Puedo saber tu nombre?- preguntó el chico que pensaba en pedirle matrimonio en ese mismo instante. -Me llamo Julissa, pero si quieres me puedes decir Juli, me encanta ver cómo intentas recordar tu nombre pero quiero que me lo digas tu nombre, tu verdadero nombre.
-¿Me creerías si te dijera que se me olvidó desde el momento en el que vi tus ojos y que toda mi memoria se reinició al momento en el que vi tus labios?- dijo el español mirando sus ojos con algo de miedo e inseuridad, estaba esperando una cachetada que marcase los cinco dedos en su cara, pero en lugar de eso recibió un beso.