El placer revelado

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Cuando Mariana recupera la compostura, o al menos cuando logra sentirse un poco más segura, vuelve a acercarse al teléfono que ha quedado con su auricular colgando del cable y corta la llamada intrusa, dejando listo el aparato de comunicación para ese único acontecimiento que de veras importa. Pero nada es fácil en estas cuestiones para Mariana, ha sucedido que el día indicado el Doctor Y. debió llamarla varias veces, ella presa todavía de ciertos temores se vuelve dubitativa al escuchar esa campanilla que irrumpe en el aire de un modo filoso, así que cuando se acciona otra vez el timbre del teléfono Mariana no se decide a levantar de inmediato el auricular, y del otro lado de la línea el doctor Y. se cansa de esperar que nadie responda y a su vez él también cuelga. Por suerte, al cabo de unos minutos, el doctor Y. vuelve a llamar. Mariana logra sincronizar entonces sus sensaciones con el movimiento de su mano, y de este modo contesta el teléfono a tiempo, fingiendo estar bien y tranquila, saluda al doctor Y. ocultando esa emoción que le oprime el pecho hasta dejarla sin aire, y con lo que le queda de voz responde a los requisitos que el Doctor Y. le menciona para su visita. La conversación no dura mucho tiempo, y Mariana se esfuerza para eso que lleva dentro de ella misma no se quiebre del todo, el auricular tiembla en la mano que lo hace temblar, y el corazón se dilata y se contrae con cierta fuerza, marcando un ritmo mucho más acelerado que el habitual. Entonces el doctor Y. le informa acerca del día y la hora en que irá a visitarla, y Mariana responde "Déjame ver si ese día voy a estar en casa", y al cabo de unos momentos de teatrales silencios, agrega "Sí, ese día y esa hora estará bien".

 

Lo que sucede a continuación no es fácil de entender, pero resulta así: aquel día ella se levanta más temprano que de costumbre, incluso antes del amanecer; se quita la ropa que deja prolijamente doblada sobre la cama, y sin encender las luces, envuelta en la penumbra que todavía se aplasta contra las cosas, se dirige hacia el cuarto de baño; en el reflejo turbio del espejo, mira fijamente ese rostro cada vez más extraño, lo mira por un largo momento, por todo lo que no lo ha mirado en los últimos tres meses, tanto que le parece estar viendo el rostro de otra persona; luego abre la ducha, y se queda parada bajo los hilos calientes que parecen brotar de la oscuridad misma, porque si ha encendido las luces para verse en el espejo ahora las ha apagado nuevamente, dejando que sea el deslizarse del agua sobre la piel lo que vaya creando la forma de su cuerpo; al terminar, se seca hasta el último centímetro de piel, comenzando por los brazos, luego el pecho, y siguiendo hacia las caderas y después las piernas; algo le hace pensar que, si un rastro de humedad quedara sobre su cuerpo, toda ella continuará empapada para siempre, como si una ducha portátil volara por encima de su cabeza mojándola sin cesar; así que vuelve a repetir la operación de secarse varias veces, ahora con mayor intensidad, tanto que por momentos logra hacerse daño; una vez que está segura de que está completamente seca, toma el cepillo y comienza a desenredarse el pelo que le cubre más allá de los hombros desnudos, y al hacerlo aparece en sus gestos un recuerdo de niña, se suavizan entonces los movimiento de sus manos, y un brillo fugaz nace en sus ojos; en su memoria se enciende una imagen, es una Mariana muy joven, está sentada en una silla de madera, detrás suyo una mujer de pie la peina con ternura, y Mariana siente que aquella lejana Mariana es libre, no carga esa muchacha todavía con esas láminas de miedo que se le irán pegando al cuerpo con los años, pero la imagen se apaga de inmediato, y Mariana vuelve a concentrarse en terminar de arreglarse; ahora se dirige a su dormitorio, vuelve a cerrar la puerta, y se queda parada frente a los cajones abiertos del placar; elige su ropa interior teniendo en cuenta de no repetir el mismo conjunto que ha usado en la anterior visita, y se acomoda dentro de su mejor vestido, la prenda reservada para la llegada del Dr. Y.




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