El plan de Lilly

Capítulo 9 — El poder de una orden

Lilly no recordaba haber decidido volver.

Simplemente lo hizo.

Sus pies la llevaron al mismo edificio gris, al mismo ascensor silencioso, al mismo despacho que olía a humo, a cuero y a peligro consumado.

No era curiosidad.

Era algo más hondo: la necesidad de volver a arder. Una fuerza que tiraba de ella sin permiso, justo al centro de la flama.

​Tristan estaba sentado detrás del escritorio, revisando unos papeles.

Ni siquiera levantó la vista cuando la puerta se cerró. Su indiferencia era otra forma de autoridad.

—Llegas tarde —dijo.

—No tenía una cita —respondió ella, casi en un susurro, sintiendo su pulso acelerarse.

—Eso no me gusta. Me gusta que las cosas estén en su lugar. —Dejó la pluma, un sonido seco sobre la madera, y la miró por fin—. Y tú deberías estar aquí hace una hora.

​El modo en que lo dijo la desarmó.

No era una amenaza, era una certeza absoluta.

Él ya la consideraba suya sin pedirlo.

​—No sé por qué vine —dijo ella, sabiendo que era una mentira inútil.

—Sí sabes. —Tristan se levantó despacio, con la deliberación de un depredador—. No me hagas perder el tiempo fingiendo que no entiendes lo que pasa entre nosotros.

​Lilly retrocedió un paso instintivo, pero él solo alzó una ceja, deteniéndola con un solo gesto.

—Si te mueves otra vez, te haré quedarte. Y no te gustará mi método —murmuró.

​El tono la atravesó; no era brusco, era... inevitable.

Ella se detuvo, clavada al suelo.

​Tristan caminó despacio hacia el sofá de cuero negro junto al ventanal. Se sentó, reclinándose con una sensualidad descuidada, y palmeó el espacio sobre su muslo. No había butaca disponible, ni silla.

—Ven.

​Lilly sintió un calor subir por su cuello. Su corazón golpeaba con tanta fuerza que era un tambor en el silencio.

—Tristan… no voy a sentarme allí.

—Ven aquí —repitió, más bajo, la voz grave como una promesa rota—. Siéntate sobre mí. No voy a repetirlo.

​El aire se volvió espeso. Era una orden. Una prueba de fuego.

Ella dio un paso, luego otro. La humillación de Ethan se desdibujaba ante esta nueva sumisión electrizante.

Quedó de pie frente a él. Tristan alzó la mirada, grave, expectante.

—Siéntate.

​Ella abrió los labios para negarse, pero la autoridad en su tono ahogó la réplica. Su cuerpo, aunque curvy y lleno, se movió con obediencia. Se sentó con cuidado sobre sus muslos firmes, sintiendo la calidez del cuero y la dureza de su cuerpo bajo la tela. La respiración de Tristan era controlada, la de ella, un jadeo.

​—Eso es —susurró él, y el elogio fue un escalofrío—. No era tan difícil.

​Lilly hizo el amago de levantarse, pero su voz la detuvo otra vez.

Quietecita.

​Tristan alzó ambas manos. Una subió hasta su cabello, apartándolo, mientras la otra se posó firmemente en el ancho de su cadera.

Sus dedos rozaron su mejilla, bajaron hasta su cuello, se detuvieron justo donde comenzaba el pulso. Pero fue la mano en su cadera la que la hizo estremecerse. No la midió, no la escondió; la sostuvo, la reclamó con una presión firme.

​—Mírame —ordenó.

​Ella levantó la vista, temblando. En sus ojos grises no había dureza, solo una intensa posesión.

—¿Ves lo que me haces? —murmuró, y su voz estaba teñida de una frustración oscura—. Me robas la calma.

​Lilly sintió cómo su mano en el cuello descendía por la garganta hasta el escote. Él se deslizó por el hueso, tocando su piel con una lentitud que era tortura.

—Y no pienso devolvértela.

​Tristan la atrajo, cerrando el pequeño espacio que quedaba. El peso de sus caderas sobre él la ancló. El mundo se estrechó hasta ese punto exacto donde el aire se acababa.

​Su otra mano, la que sostenía su cadera, subió con una lentitud infernal por su espalda. Sus dedos recorrieron la curva generosa, palpando el suave tejido de su cuerpo sin una pizca de juicio, solo apetito. La caricia hizo que su respiración se cortara.

​Sus labios rozaron los de ella una vez, apenas, antes de capturarlos por completo.

​El beso fue todo lo que no debía ser: lento, profundo, y con la intención de desmantelarla. Sus labios se movieron con un hambre controlada, explorando, reclamando. El pulso de Lilly se volvió caótico; sintió que la habitación giraba. Él la sostuvo sin apuro, prolongando el momento hasta que la respiración de ambos se confundió en un sonido ronco. La caricia de su mano en su espalda subió hasta la nuca, aferrándola para profundizar el beso.

​Cuando por fin se separó, Tristan no se alejó. Su frente quedó pegada a la de ella.




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