El plan de Lilly

Capítulo 11 — El hombre que jugó con la muerte

El poder siempre había sido su refugio.

Para Tristan Corvin, el mundo era un tablero de ajedrez gigante y los hombres simples peones que movía con precisión quirúrgica.

Poseía corporaciones en tres continentes, controlaba fondos, gobiernos y rumores. Su voluntad era ley en las sombras.

Nada lo sorprendía.

Nada lo conmovía.

Hasta que la vio.

​Aquel día no había nada extraordinario.

El tráfico de la ciudad era el mismo caos tedioso, el rugido de los cláxones, el smog.

Él iba reclinado en el asiento trasero de su auto negro blindado, revisando un expediente que valía más que el PIB de muchos países juntos.

Lucian, su secretario, conducía en silencio, acostumbrado a la rutina glacial de su jefe.

​Entonces ella apareció.

​Cruzaba la avenida con un ramo de rosas blancas.

No llevaba las insignias de la élite: ni joyas ostentosas, ni guardaespaldas, ni prisa. Solo caminaba.

El viento le movía el cabello, y por un segundo, su rostro se iluminó.

Sonrió.

Una sonrisa tan breve, tan genuina, tan ajena a la mierda del mundo, que desarmó algo pétreo dentro de él. El expediente cayó en su regazo. Tristan, el hombre que controlaba el tiempo, detuvo el suyo.

​—Lucian —dijo, y su voz sonó inusualmente áspera.

—¿Sí, señor?

— ¿Ves a la mujer de las flores?

—Sí, señor.

—Averigua su nombre. Y dónde vive.

​Lucian asintió sin preguntar.

El semáforo cambió a verde. El auto avanzó lentamente, pero Tristan siguió mirando por la ventanilla, grabando cada detalle: la suavidad de sus curvas bajo la ropa, la ligereza de su andar, el contraste entre su piel y las flores.

Él, el hombre que había visto morir a muchos sin pestañear, se descubrió vivo otra vez.

​La gente creía que lo conocía.

La prensa lo llamaba el magnate invisible, el empresario que no concedía entrevistas ni aceptaba premios.

Las élites lo buscaban por su dinero; los políticos lo temían por su influencia.

Pero nadie sabía quién era realmente.

Porque Tristan Corvin tenía dos imperios:

Uno público, limpio y brillante, que le daba poder; y otro que solo existía en susurros y documentos cifrados: Oblivion Corp.

​No era una empresa. Era una puerta. La puerta hacia el olvido.

​El proyecto nació el día en que su mejor amigo decidió morir.

Eliot Lane. El único hombre al que Tristan alguna vez llamó hermano.

Un escándalo despiadado lo destruyó: un video íntimo que subió a las redes una ex novia vengativa, para luego acusar a Eliot de que él lo habia subido para arruinarla, la prensa carroñera hizo un festín. En días, Eliot fue expulsado por su familia, abandonado por sus socios, juzgado por un mundo que solo entendía el castigo.

​Tristan llegó a su apartamento y lo encontró con una pistola temblando en la mano.

Una botella de whisky rota en el suelo.

La desesperación brutal en sus ojos.

​No lo pensó.

Le arrebató el arma y le dijo con voz firme, con la autoridad que salvaría su vida:

​—Si el mundo quiere tu cadáver, se lo daremos.

Y así lo hizo.

​Fabricó un accidente, un cuerpo sustituto, un funeral impecable.

Eliot Lane “murió” esa noche.

Pero al amanecer, un hombre con otro nombre, una maleta y otra vida tomó un vuelo a Europa, le dio una casa, transfirió una fortuna a la nueva cuenta de su amigo.

Tristan lo despidió en silencio, sabiendo que había creado algo más poderoso que cualquier corporación:

Una forma de borrar el dolor y reescribir el destino.

​Oblivion Corp. nació de esa mentira fundacional.

Desde entonces, él fingía muertes por contrato. Empresarios, políticos, fugitivos, víctimas. Todos los que podían pagar su precio tenían derecho a desaparecer.

Y nadie, jamás, descubrió la verdad del hombre que jugaba con la vida y la muerte.

​Pero nada de eso importó después de la visión de las rosas blancas.

​Durante semanas intentó olvidarla con la rutina.

Revisó documentos, asistió a juntas, viajó a tres países en una semana.

Nada funcionó.

En los pasillos silenciosos de sus oficinas, seguía viendo esa sonrisa.

Y cuando por fin Lucian llegó con el informe, Tristan sintió un temor desconocido al abrir la carpeta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.