El plan de Lilly

Capítulo 12 — El sabor de la culpa

La mansión estaba en silencio cuando el auto se detuvo frente a la entrada.
Las luces del jardín reflejaban un brillo dorado sobre el vestido burdeos que aún abrazaba el cuerpo de Lilly, un color demasiado intenso para alguien que siempre había pasado inadvertida.

El aire olía a lluvia y a perfume caro.
Ethan salió primero, con el mismo porte altivo que llevaba a todas partes.
Ella lo siguió, intentando no pensar, no sentir, no recordar.
Pero era imposible.

El beso seguía ahí.
Caliente, nítido, imposible de ignorar.

Tristan Corvin.
Su nombre era una herida y una promesa.

Había intentado borrar su recuerdo durante el trayecto de regreso, mientras Ethan hablaba sin pausa sobre los contratos cerrados, las miradas que había recibido, las felicitaciones que, según él, “confirmaban su posición”.
Nunca mencionó a su esposa.
Y ella, con los labios aún sensibles, solo pensaba en otro hombre.

*****

El interior de la casa era amplio y frío.
Las luces del vestíbulo encendieron sus reflejos en el suelo de mármol.
Lilly dejó su bolso sobre la mesa y empezó a subir las escaleras.

—Ve a bañarte —ordenó Ethan sin mirarla—. Luego pasa a mi habitación.

Ella se detuvo, sin girarse.
—Estoy cansada.

—¿Cansada? —Ethan soltó una risa seca—. Hace un par de noches querías dormir conmigo, ¿recuerdas?
Esta noche puedes tenerme.

El aire pareció helarse.
Lilly apretó los dedos contra la baranda.
—No estoy interesada —dijo con calma.

Él alzó una ceja, desconcertado.
—¿Qué dijiste?
—Que no estoy interesada, Ethan. Buenas noches.

Subió los escalones sin mirar atrás, mientras el silencio descendía como una sentencia entre ambos.

*****

Ya en su habitación, el espejo devolvió una imagen distinta.
Los labios aún hinchados, las mejillas encendidas,
el brillo en los ojos que no venía de lágrimas, sino de vida.

Se tocó la boca con la yema de los dedos.
La sensación del beso volvió como un relámpago:
el olor a tabaco, la calidez de su voz, la forma en que la miró antes de romper la distancia, como si el mundo se redujera a ellos dos.

“Eres mía.”

Lilly cerró los ojos.
No era miedo lo que sentía, sino algo más peligroso:
deseo.

Tristan había dejado su marca en ella sin violencia, sin promesas, solo con la certeza de quien sabe que obtendrá lo que quiere.

Y lo peor era que ella no quería olvidarlo.

*****

El reloj marcaba la medianoche cuando escuchó la puerta del dormitorio de Ethan cerrarse de golpe.
No bajó.
No pidió perdón.
No lloró.

Se sentó en el borde de la cama y dejó caer los zapatos.
El vestido burdeos resbaló sobre su piel como una segunda respiración.
Se acostó sin desvestirse, mirando al techo.

En la oscuridad, el recuerdo de Tristan la envolvió otra vez.
No el beso, sino su mirada: esa mezcla de peligro y ternura, de control y hambre contenida.
Recordó su voz, tan baja, tan segura.

No naciste para desaparecer.”

Por primera vez, creyó que tal vez tenía razón.

*****

En el penthouse de la ciudad,
Tristan Corvin no dormía.
El cigarrillo ardía en sus dedos, el humo trazaba espirales lentas sobre la noche.

Lucian había intentado recordarle la reunión de la mañana, pero él no escuchaba.
Solo veía la imagen de Lilly, con el vestido burdeos, mirándolo antes de huir con la respiración temblorosa.

Había besado a muchas mujeres, pero nunca una le había dejado la mente tan desordenada.

Eres mía.”
Había dicho esas palabras con instinto, no con premeditación.
Y ahora lo sabía:
no eran una amenaza.
Eran una profecía.

*****

Lilly, tendida en su cama, sonrió apenas al recordar la presión de sus labios, el modo en que su cuerpo respondió antes de que su mente pudiera protestar.
Ethan no lo entendería jamás.
Nadie lo haría.

Por primera vez en su vida, no se sintió culpable.
Solo viva.

Y mientras el sueño la vencía, sus últimos pensamientos fueron para él:
Tristan Corvin, el hombre que la besó como si en ese instante hubiera escrito su destino.




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