El plan de Lilly

Capítulo 13 —La Marca Ardiente de la Obediencia

La mañana cayó limpia sobre la ciudad, pero en el imponente despacho de Tristan Corvin, el aire tenía el filo de una guillotina recién afilada.

​Sobre el caoba pulido de su escritorio, el expediente de Varen Enterprises—descartado meses atrás—reposaba abierto como un arma cargada, lista para ser detonada.

​—Restaúralo —dijo sin alzar la voz. Su tono era tranquilo, pero con una finalidad que no admitía réplica.

​Lucian parpadeó, la sorpresa cruzando su rostro profesional.

—Señor, usted mismo lo vetó. Es un proyecto de alto riesgo, lo sabe.

​Tristan alzó la vista, una sonrisa helada y peligrosa curvando la esquina de su boca.

—Lo sé, Lucian. Pero he cambiado de opinión. Quiero conocer al hombre cuya sombra camina junto a la luz que me obsesiona. Quiero medir a mi rival. Programa una reunión. Ahora.

​Lucian asintió, acostumbrado a que las razones de su jefe nunca fueran económicas, sino puramente personales y despiadadas.

​Cuando Lucian salió, Tristan marcó un número.

​—Lilly —su tono fue un mandato envuelto en terciopelo—. Ven ahora. Quince minutos. Es una orden.

*****

​Lilly cerró la puerta tras ella. La luz de la mañana les dibujó perfiles nítidos, pero la tensión en la oficina era tan densa como la de una noche cerrada.

​—¿Por qué me llamó? —susurró, el pulso latiéndole furiosamente en el cuello. El solo hecho de estar allí, en esa hora prohibida, era una declaración de rendición.

​—Porque quiero recordarte lo que eres para mí —respondió él, con una calma que quemaba—. Y necesito que me dejes algo.

​Sus miradas chocaron, y la respiración de Lilly se atascó. El silencio se tensó, volviéndose sólido.

​—Tristan…

—Ven aquí. —La orden no admitía negociación. La observaba desde su sofá negro de cuero, sus ojos la recorrían con un hambre voraz.

​Ella dio un paso. Otro. Sometimiento total.

​Cuando estuvieron a un aliento de distancia, Tristan no la besó. La estudió, sus ojos grises clavados en ella, exigiendo.

​—Siéntate en mis piernas. —La orden fue clara, sin adornos, una prueba de obediencia incondicional.

​Lilly dudó, el rubor subiendo por su cuello. El peso de su cuerpo curvy sobre él le parecía demasiado íntimo, demasiado vulnerable.

—Tristan, es…

—Hazlo. No me gusta que te niegues. Y mucho menos que lo hagas con tu cuerpo. No me lo hagas repetir.

​Renuente, pero incapaz de desobedecer el tono, Lilly se movió y se sentó de lado sobre sus muslos firmes. La dureza, la solidez y la calidez de su cuerpo bajo la tela la hicieron jadear, anclada a su regazo.

​Tristan la tomó del mentón. Su tacto no era tierno; era una reclamación absoluta.

​—Te lo dije. Cada vez que vienes, me perteneces un poco más. —Su voz era un susurro gutural y oscuro—. Hoy saldré a la calle. Necesito llevarte conmigo.

​El beso fue un asalto total, un pulso violento y profundo. Tristan la devoró, sus labios exigiendo una respuesta total, sin dejarle espacio para la conciencia. La mano libre de él se hundió en la suave carne de su cadera, atrayéndola aún más a la dureza de su cuerpo. Ella le devolvió la agresión, saboreándolo con una urgencia brutal. El beso fue largo, descontrolado, diseñado para borrar cualquier recuerdo de otro hombre.

​En medio del beso furioso, Tristan se separó apenas, sus ojos grises ardían con una posesión maníaca.

—Lilly, quiero una marca. —Susurró la orden—. Algo que, cuando me vea en el espejo al terminar mi día, me recuerde que estuviste aquí. Hazlo ahora. Es lo único que necesito de ti.

​La orden, mezclada con la excitación, era la droga más potente. Lilly sintió su cuerpo arder con la necesidad de complacerlo. Sin pensar en las consecuencias, se aferró a la solapa de su chaqueta. Acercó su boca al cuello de él, justo bajo la mandíbula, y succionó su piel con una fuerza desesperada, mordaz y primitiva. El dolor y la excitación llenaron el aire. Lilly probó el sabor de su piel, humo y condena, y supo que le encantaba esa entrega salvaje.

​Tristan se retiró, con el aliento roto, su cuello luciendo un hematoma oscuro, hinchado y visible.

​Tristan sonrió, la victoria brillando en sus ojos. Acomodó el cabello de Lilly sobre el hombro.

​—A las once y veinte, llámame —dijo, la voz aún grave—. Exactamente a esa hora, será un favor que me harás, estaré en una aburrida reunión y con tu llamada podré salir.

​—¿Dónde estará? —preguntó ella, la voz ronca.

​—Ya te lo dije, no te preocupes, cuando conteste, no preguntes más —subió su mano por su abdomen, rodeando y sopesando el peso de sus senos. Los ojos de Tristan se oscurecieron. La deseaba. Ella no tenía dudas, lo podía sentir bajo su cuerpo.

​Ella tragó saliva, sus mejillas encendidas.

—¿Y si contesta otra persona?




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