Lilly llegó a casa después de un día que parecía interminable. La tensión en su cuello era una contractura por el miedo y la adrenalina del encuentro con Tristan.
No esperaba encontrar a Ethan sentado en la sala. Él no la esperó; la atacó.
—Prepárate —dijo sin preámbulos, con los brazos cruzados y la mirada dura como hielo—. La familia Harrington perdió a su hijo mayor esta mañana. Debemos ir a presentar nuestros respetos.
Lilly sintió un nudo en la garganta. Había visto al joven Harrington en varias cenas sociales. Siempre amable, siempre tan… vivo. Asintió en silencio.
Subió a su habitación. Eligió un vestido negro de terciopelo, sencillo, recogió su cabello en un moño estricto y aplicó un maquillaje tenue. Se miró al espejo. Parecía alguien que intentaba mantenerse de pie en un mundo que seguía empujándola al suelo, pero ahora, con la promesa de Tristan resonando en sus venas.
La funeraria estaba llena de la alta élite. Hombres poderosos, mujeres impecables, sonrisas ensayadas que nunca llegaban a los ojos. El sonido constante de murmullos era un enjambre elegante de negocios y chismes.
Lilly vio a su padre. A su madrastra. A Clara, radiante incluso en luto, fingiendo el dolor con una gracia irritante.
Ella se apartó y se sentó en un rincón silencioso, buscando refugio en la pena genuina. Observó la foto del joven fallecido. Demasiado joven. Demasiado injusto.
De repente, un perfume familiar llenó el aire. Un aura fría y cálida a la vez, humo de tabaco y poder.
Cuando giró la cabeza, él estaba allí.
Tristan Corvin.
Su traje oscuro contrastaba con su piel clara, y sus ojos grises la miraban como si pudiera ver cada herida que llevaba a cuestas, cada latido roto.
—¿Triste por él? —preguntó, suave, su voz baja y exclusiva.
Lilly asintió sin hablar.
Tristan dejó escapar una sonrisa apenas perceptible, llena de una malicia privada.
—No deberías estarlo —murmuró, lo bastante bajo para que solo ella oyera, y en su tono no había consuelo, sino la escalofriante verdad—. El muchacho ya está en un avión rumbo a otro país. Su nuevo inicio.
Lilly lo miró, atónita. Sintió un escalofrío de terror y comprensión.
—¿Qué…? ¿Qué estás diciendo?
—Que está bien —replicó Tristan, sin apartar los ojos de los presentes—. Algunas personas desean una vida simple, lejos del peso de sus apellidos. El mundo social es una prisión. Y yo les ofrezco la llave.
Lilly tragó saliva, observando al padre del joven, cuyo rostro estaba distendido por una risa seca entre hombres trajeados. La madre lloraba con una delicadeza teatral. El hermano menor, sin pudor alguno, se veía… aliviado.
El mundo social era un teatro cruel. Y Tristan, al parecer, se ocupaba del backstage, dirigiendo la salida de quienes no querían seguir actuando.
—No era alguien de escándalos —susurró Lilly.
—A veces es suficiente con desear paz —respondió Tristan, levantando un cigarrillo sin encenderlo. El simple gesto era un desafío a las reglas.
Un ejecutivo se acercó a él.
—Señor Corvin, disculpe, necesitamos hablar acerca de ...—
—Voy en un momento —Tristan lo cortó con frialdad absoluta.
Lilly bajó la vista. Tristan se levantó.
—No te vayas —dijo él, sin explicar por qué. La orden era una cuerda que la ataba a él.
Ella asintió con un hilo de voz.
*****Clara apareció junto a ella con una sonrisa venenosa.
—No haces el menor esfuerzo por encajar, Lilly. Incluso en un funeral pareces… fuera de lugar. No es de extrañar que Ethan esté decepcionado de ti. Nadie te quiere aquí.
Lilly no sintió el dolor de siempre. La certeza de que el joven Harrington estaba vivo y de que él la estaba mirando en ese momento, la blindó.
—Estamos en un funeral, Clara. No estamos aquí para hacer negocios —respondió Lilly con una serenidad sorprendente.
Lilly se puso de pie, su movimiento lento y deliberado. El cansancio antiguo se había transformado en una quietud peligrosa.
—Me voy a casa. Puedes acompañar a Ethan y jugar a ser la esposa perfecta. Ya que el título real de esposa lo llevó yo. Tú solo eres una suplente, Clara.
Clara se quedó congelada, labios apretados, el veneno incapaz de salir. Lilly había tocado la herida que Ethan nunca sanaría.
Lilly caminó hacia la salida.No sabía que alguien la seguía.
—Te llevo a casa —dijo Tristan detrás de ella.
—No es necesario —respondió ella, intentando aferrarse a su independencia.
—No te pregunté si era necesario —replicó él, abriéndole la puerta del auto con una autoridad irresistible.
Ella dudó, pero subió. El aroma a peligro era embriagador.
—¿Has comido? —preguntó durante el trayecto.