El plan de Lilly

Capítulo 20— El Eco de un Beso Prohibido

La noche se había vuelto densa, cargada, como si cada farola de la ciudad supiera que algo estaba a punto de romperse.

Lilly salió de Le Rêve con el pulso acelerado y la respiración todavía marcada por el olor de Tristan en su piel. Ni siquiera sabía hacia dónde caminaba; solo necesitaba alejarse del rostro tenso de Ethan y del aire sofocante del restaurante.

Pero no dio ni diez pasos.

Un auto negro, elegante y silencioso, se detuvo a su lado como si hubiera estado sincronizado con sus pensamientos.
La puerta trasera se abrió sin que nadie la tocara.

—Sube, Cariño. —La voz de Tristan llegó desde dentro, baja, grave… imposible de desobedecer.

Lilly sintió el corazón colapsarse en un solo golpe. No preguntó cómo había llegado tan rápido. No preguntó nada.

Subió.

Y apenas cerró la puerta, Tristan la tomó por la nuca y la atrajo hacia él con una urgencia feroz, hambrienta, casi despiadada.

El beso la incendió.

No fue suave. Fue reclamo. Fue dominio. Fue deseo puro.

Sus manos la llevaron de la cintura a sus muslos, guiándola hasta quedar sentada sobre él, en sus piernas, en la oscuridad íntima del asiento trasero.

—Así… —musitó, mordiéndole suavemente el labio—.
Así te quería. Sin testigos. Sin mentiras. Sin él.

El auto avanzó, pero Lilly apenas lo notó.
Toda su realidad eran los dedos de Tristan recorriéndole la espalda, su boca, su respiración caliente en el cuello.

—Tristan… —susurró ella, temblando.

—Calla y déjame saborearte. —la interrumpió, besándola nuevamente—. No sabes lo que me provocas cuando él te toca. No lo sabes…

El beso se volvió profundo, lento… devastador.
Como si él quisiera memorizarla, como si cada segundo robado fuera una victoria personal contra Ethan.

Cuando el auto se detuvo, Lilly sintió que podría desmoronarse.

No estaban en un callejón. Ni en un hotel.

Estaban frente al penthouse de Tristan.

Él se apartó apenas, apoyando su frente contra la de ella.

—No voy a pedirte que entres, Cariño —susurró—. No todavía.

Ella cerró los ojos con fuerza, luchando contra el deseo que la impulsaba hacia él.

—Quería verte así… lejos de él… sin su sombra.
Quería escucharte respirar solo para mí.

Lilly abrió los ojos, sus labios aún hinchados.

—¿Por qué me buscaste? —preguntó, vulnerable.

Tristan sonrió con una ternura peligrosa.

—Porque cuando un hombre encuentra su tormenta perfecta… no la deja sola con otro.
Y tú eres mi tormenta, Lilly.

La besó una última vez, suave esta vez, como una promesa.

—Te llevaré a casa. Antes de que él te encadene de nuevo.

La dejó frente a la mansión Varen minutos antes de la medianoche.

—Mañana vas a decidir algo —murmuró Tristan, tocándole la mejilla desde la ventana—. Cuando lo hagas, quiero que recuerdes cómo te sentiste esta noche.

Lilly bajó del auto con las piernas temblorosas, el vestido oliendo a él, el alma en guerra.

Entró en silencio.

No encendió ninguna luz.

Subió las escaleras y, al llegar a su habitación, cerró la puerta con llave.

Se apoyó en la madera, el pecho subiendo y bajando con violencia.

—¿Qué estoy haciendo…?

Pero no era un reproche.

Era una revelación.

*****

Diez minutos después, la puerta principal se abrió con violencia.

Ethan entró, respirando agitado, el olor del alcohol caro mezclado con su rabia.

—¿Lilly? —gritó desde abajo— ¡LILLY!

Subió los escalones con pasos duros y se detuvo frente a la puerta de ella.

Probó la manija.

Bloqueada.

—¿Por qué está cerrada? Lilly, abre la puerta.

Del otro lado del marco, Lilly se quedó quieta, respirando en silencio, sintiendo en los labios el fantasma del beso de Tristan.

—Mañana hablaremos —dijo con firmeza, sin abrir.

Ethan golpeó la puerta con frustración.

—¡Soy tu esposo!

Lilly apoyó la mano sobre la madera fría.

Y por primera vez… no sintió miedo.

Sintió fuego.




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