El plan de Lilly

Capítulo 23 — La Primera Noche y la Primera Guerra

La mano cayó al suelo con un crujido húmedo.
Ethan Varen gritó.
Los hombres de Tristan no pronunciaron palabra: hicieron su trabajo con precisión quirúrgica, fracturando metacarpianos y nudillos como si estuvieran ajustando una máquina rota.

—Con esto basta —dijo uno de ellos, limpiándose los guantes—. El jefe dijo “fracturen”, no “destruyan”.

Dejaron a Ethan tirado junto a su auto, retorciéndose de dolor.

Ethan, jadeando, tomó su móvil con la mano buena. Marcó a Lilly.

Buzón.

Volvió a llamar. Buzón.

Una tercera vez. Buzón.

Los ojos se le llenaron de furia y miedo.

Marcó a Clara.

Ella sí respondió.

—¡Ethan! ¿Qué pasó? ¿Por qué hablas así?
—Mi… mi mano. Está rota. Ven por mí.
Clara tardó menos de diez minutos en llegar.
Lo llevó al hospital, gritando al personal que atendieran “a su futuro esposo”.

Minutos después llegaron Edward Cavendish y Margot.

—¿Dónde está Lilly? —gruñó Edward.
—No responde —susurró Clara, casi gozosa—. Es obvio que no es buena esposa. Yo podría mudarme a su casa mientras a Ethan le quitan el yeso. Alguien debe cuidarlo… y Lilly nunca hace nada.

Edward suspiró, harto.

—Está bien. Lilly será castigada. Congelaré todas sus tarjetas. Si no quiere cumplir su papel, aprenderá por las malas.

Margot y Clara intercambiaron sonrisas de triunfo.

*****
En el penthouse, la noche era otra cosa.

Un refugio cálido.

Un territorio marcado.

Lilly dejó su maleta a un lado, aún incrédula.

Tristan la siguió, como una sombra negra que la protegía.

—Debemos dormir en habitaciones separadas —susurró ella, tensa—. No quiero que nuestra relación se dañe. Yo… ronco. No quiero que no puedas dormir.

Tristan la miró como si hubiera dicho una absoluta insensatez.

—¿Tú te has escuchado roncar?
—No, pero Ethan...—
—Ethan miente —interrumpió Tristan, su voz baja, afilada—. Y esta noche vamos a probarlo.

Ella negó, nerviosa.

—No quiero molestarte… no quiero que no descanses.

Él dio un paso, luego otro.

La acorraló contra la suavidad del edredón, pero sin tocarla.

—Lilly… no voy a dormir lejos de ti. Si roncas, iremos al médico. Revisarán tu corazón, tus pulmones, lo que quieras. Pero seguiremos durmiendo juntos. No pienso alejarme de ti.

El calor en sus palabras derritió las últimas defensas de Lilly.

Esa noche se acostaron juntos por primera vez como pareja.

Tristan apagó todas las luces menos una: un resplandor ámbar que lamía las paredes y se derramaba sobre la cama como miel caliente. Lilly se quedó de pie junto al borde del colchón, abrazándose a sí misma, la respiración agitada bajo la camiseta de algodón que él le había prestado. Era demasiado grande para ella; le llegaba a medio muslo y dejaba entrever la curva pesada de sus pechos y el contorno oscuro de sus pezones.

Tristan se acercó sin prisa, descalzo, solo con los pantalones del pijama colgando bajos en sus caderas. La miró como si fuera a devorarla y, al mismo tiempo, como si quisiera memorizar cada latido de su miedo y su deseo.

—No voy a hacerte daño —susurró, rozando con los nudillos la mejilla de ella—. Pero sí voy a hacerte mía. Toda. Hasta que olvides que alguna vez alguien te hizo sentir que no eras suficiente.

Lilly tragó saliva. Él le tomó la mano y la llevó hasta su propio pecho; podía sentir los latidos fuertes, rápidos, de un hombre que se estaba conteniendo por ella.

—Quítatela —ordenó en voz baja, refiriéndose a la camiseta.

Ella obedeció temblando. La tela cayó al suelo y quedó desnuda frente a él, sus curvas generosas iluminadas por la luz cálida: pechos llenos, cintura suave, caderas anchas que se estrechaban en muslos gruesos y suaves. Tristan exhaló lentamente, los ojos oscurecidos.

—Joder, Lilly… eres una puta obra de arte.

La empujó con suavidad sobre la cama y se colocó encima, sin aplastarla, apoyándose en los antebrazos. Empezó por su boca: un beso lento, profundo, que sabía a posesión. Luego bajó por su cuello, lamiendo el hueco de su clavícula, mordiendo apenas la piel sensible hasta que ella gimió. Cuando llegó a sus pechos, los tomó con ambas manos, amasándolos con devoción, los pulgares rozando los pezones hasta endurecerlos como guijarros.

—Estos son míos ahora —gruñó contra su piel antes de succionar uno con fuerza, haciendo que Lilly se arqueara y soltara un gemido largo y roto.

Sus manos bajaron por la curva de su vientre, adorando cada rollito, cada suavidad que Ethan había despreciado. Llegó al vértice de sus muslos y los abrió sin pedir permiso; ella ya estaba lista, el calor palpitante entre sus piernas traicionándola. Tristan sonrió al darse cuenta que ya estaba preparada

—Mírate —susurró, la voz ronca—. Ya estas lista para mí.




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