El Precio Justo

#6 Propuesta Indecente

Los días que siguieron a la muerte de Tadeu se arrastraron para Davi como cadenas de plomo. El olor a motor y aceite en el taller ahora era un recuerdo doloroso del hombre que lo había enseñado todo. La casa, antes llena de la risa áspera de su padre, era ahora un mausoleo de silencio. Davi se movía como un autómata, su mente consumida por dos pensamientos: el rostro inerte de Tadeu, y la fría insignia del lobo de Evandro. La deuda no solo era un número; era la condena de su vida, el precio de una venganza que no sabía cómo cobrar.

Arianne, mientras tanto, seguía yendo al Club Élite. Con cada día que pasaba, sus observaciones sobre Helena Fontana se consolidaban en una certeza aterradora. Las cancelaciones de clases se hicieron más frecuentes, los periodos de agotamiento más prolongados, y la delgadez de Helena, sumada a una tos insistente que intentaba ocultar, gritaban una verdad que la recepcionista no diría. Arianne vio a Erluce, la madre de Helena, visitando el club con una expresión grave, sus ojos hinchados por el llanto, algo impensable para la impasible magnate. Los chismorreos del personal, las miradas compasivas hacia Helena, todo cuadraba. La joven Fontana no estaba "cansada"; estaba muriendo.

Fue una noche lluviosa, similar a aquella en que encontraron a Tadeu. El sonido de la lluvia golpeando el techo de zinc se mezclaba con el silencio opresivo de la casa. Davi estaba sentado en el viejo sofá de la sala, con una fotografía descolorida de su padre en las manos, sus ojos vacíos, fijos en la imagen. La tarjeta del lobo, esa que había recogido del pecho de Tadeu, la tenía guardada en su bolsillo, quemándole la piel.

Arianne entró en la sala, su rostro iluminado por la luz tenue de una lámpara. Se sentó a su lado, lo suficientemente cerca para que Davi sintiera el calor de su cuerpo. Intentó tomarle la mano, pero Davi no reaccionó.

Davi comenzó, su voz suave, casi un susurro, pero con una firmeza subyacente que le era característica. –No podemos seguir así. Sé que estás sufriendo, y yo también. Pero él ganó, ¿no? Si no hacemos algo, Evandro nos va a destruir. Nos va a quitar lo poco que nos queda, o nos va a matar a nosotros también–

Davi no respondió, solo apretó la foto.

Arianne tomó aire, la decisión ya tomada en su mente, fría y calculadora. –He estado pensando. He estado observando. Y creo que sé cómo podemos salir de esto. Cómo podemos pagar esa deuda. Y de paso... asegurar nuestro futuro–

Davi finalmente la miró, sus ojos, llenos de dolor, cuestionando sus palabras. –¿De qué hablas, Arianne? ¿Qué puedes hacer tú? No tenemos nada–

Ella le tomó las manos con fuerza, y lo obligó a mirarla a los ojos. Su mirada era intensa, una mezcla de desesperación y astucia. –Hablo de Helena Fontana. La chica del club. La hija de Erluce. La que entrena bádminton– Hizo una pausa, dejando que el nombre, sinónimo de riqueza y poder, resonara en la mente de Davi.

¿Y qué con ella?– , preguntó Davi, sin comprender.

Davi, Helena está enferma– dijo Arianne, su voz bajando a un tono confidencial. –Muy enferma. No lo dicen, pero lo he visto, lo he oído. Tiene algo grave. Algo... terminal– . Las palabras salieron de sus labios sin un atisbo de compasión, solo como hechos fríos. –Y es rica, Davi. Inmensamente rica. Una fortuna que ni siquiera podemos imaginar–

Davi la miró, aún más confundido. –¿Y eso qué tiene que ver con nosotros?–

La propuesta, cuando llegó, fue un puñal helado en el corazón de Davi. –Si la seduces– , dijo Arianne, su voz firme, casi imperativa. –Si logras que se enamore de ti. Si te casas con ella antes de que... antes de que sea demasiado tarde... su fortuna podría ser nuestra salvación–

Davi se quedó mudo. Abrió la boca para hablar, pero no salió sonido. Sus ojos se abrieron con un horror absoluto. Apartó las manos de Arianne como si su piel quemara. –¿Estás loca, Arianne? ¿De qué estás hablando? ¿Engañar a una mujer? ¿Aprovecharme de su enfermedad? ¡Eso es... eso es despreciable! ¡Inhumano!–

–¡Piensa, Davi! ¡Piensa en lo que nos espera si no hacemos algo!– Arianne levantó la voz, su propia desesperación y ambición mezclándose en un torbellino. –¡Piensa en Evandro! ¿Prefieres que nos mate a nosotros también? ¿Prefieres que te encadenen a esa deuda de por vida? ¿Acaso esto no fue lo que le pasó a tu padre? ¡Él murió por esto, Davi! ¡Murió porque no pudo pagar!–

Las palabras de Arianne, crudas y brutales, golpearon a Davi como un aluvión. La imagen del lobo, la expresión de terror congelada en el rostro inerte de Tadeu, el silencio del taller, el peso abrumador de la deuda. Su mente, que había estado sumida en la tristeza, ahora se vio asaltada por un torbellino de emociones: horror, repulsión, pero también una punzada de desesperación y la tentadora sombra de la salvación.

–No, Arianne. Yo no puedo...– , comenzó Davi, su voz temblorosa, pero ella lo interrumpió con vehemencia.

–¡Sí puedes! ¡Tienes el encanto, la bondad! Puedes hacerlo creer. Puedes salvar nuestras vidas. No es por ti, Davi, es por nosotros. Por tu padre. Para que su muerte no haya sido en vano. ¡Para que Evandro no se salga con la suya!–

La mirada de Arianne era implacable, ardiente, y en ella, Davi vio la única salida a la que se aferraba su mente. Una salida repugnante, inmoral, pero una salida al fin. La imagen de Evandro, la brutalidad de su cobro, el recuerdo constante de la cara de su padre, lo empujaron al borde del abismo. Dudó. Un silencio espeso llenó la sala, roto solo por el golpeteo incansable de la lluvia. La moral de Davi se debatía contra la cruda necesidad de supervivencia.

Pero... ¿cómo?– Davi finalmente logró preguntar, su voz apenas un susurro, el horror aún presente, pero la semilla de la posibilidad ya plantada en su mente. La propuesta era indecente, pero la alternativa era el aniquilamiento. Y en ese momento, el instinto de supervivencia, mezclado con la venganza por su padre, comenzó a ganar la batalla. Arianne sonrió, una sonrisa fría y victoriosa, sabiendo que había ganado el primer asalto...



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En el texto hay: romance, ambicion, deuda

Editado: 14.09.2025

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