La propuesta de Arianne, helada y descarada, resonaba en la mente de Davi como el eco infernal de una campana de iglesia repicando a medianoche. Seducir a una mujer enferma, terminal, con el único propósito de despojarla de su fortuna y, de paso, robarle la esperanza de sus últimos días... era un acto que repugnaba hasta la última fibra de su alma honesta, de sus principios, de todo lo que su abuelo y su padre le habían enseñado sobre el trabajo digno y la moral. El recuerdo del rostro sereno de Tadeu, incluso en la muerte, parecía reprenderlo desde el más allá.
–No puedo, Arianne– , había murmurado Davi una y otra vez en las horas que siguieron a la propuesta, caminando de un lado a otro de la pequeña sala, sintiendo el aire espeso y cargado de la inminente decisión. –Es... es vil. ¿Cómo podría mirarme al espejo después de algo así? ¿Cómo podría mirarte a ti?–
Arianne lo siguió con la mirada, sentada en el sofá, su expresión una mezcla de cansancio y una determinación inquebrantable. –No es vil si nos salva, Davi. ¿Qué es más vil? ¿Vivir arrodillado ante Evandro, o hacer lo que sea necesario para sobrevivir? Tu padre, ¿crees que habría querido que nos mataran por una deuda? ¿Que nos quitara todo?–
Las palabras de Arianne eran una punzada en la herida abierta de Davi, tocando la fibra más sensible de su ser: la muerte de Tadeu. La imagen de la tarjeta del lobo, el símbolo de Evandro, lo perseguía en cada sueño, en cada momento de vigilia. Y el infierno de Evandro no se hizo esperar.
Las llamadas, antes intermitentes, se volvieron un constante asedio. No solo al teléfono fijo de la casa, sino al viejo móvil de Davi, un aparato que solía usar solo para el taller. Los mensajes, al principio velados, se hicieron explícitos.
Una tarde, mientras Davi intentaba inútilmente reparar un motor en el taller, su teléfono vibró con un nuevo mensaje. Abrió la pantalla y sus ojos se abrieron con horror. Era una foto. Una foto de Arianne, saliendo del club, caminando por la calle, completamente desprevenida. Debía haber sido tomada hacía apenas una hora. Debajo de la imagen, un texto frío y conciso: "La paciencia no es eterna. Y los accidentes pueden ser muy convenientes para quienes no cooperan. Especialmente para aquellos que amas".
El corazón de Davi se encogió. Evandro no solo lo amenazaba a él; amenazaba a Arianne. El miedo puro y visceral por la seguridad de la mujer que amaba le retorció las entrañas.
Esa misma noche, mientras cenaban en silencio, el teléfono de la casa volvió a sonar. Tadeu siempre había sido quien respondía, pero ahora Davi sentía la obligación, el peso. Levantó el auricular.
–¿Davi Silva?– una voz grave y monocorde, inconfundiblemente la del hombre que había visitado el taller.
–Sí, soy yo– , respondió Davi, su voz firme a pesar del temblor en sus manos.
–El señor Evandro espera noticias. Y no las buenas. ¿Crees que tu padre fue el único que tuvo 'accidentes' por impago? Hay muchos caminos para resolver las deudas. Algunos son más dolorosos que otros. Y tu novia... es muy bonita. Demasiado bonita para que le pase algo, ¿no crees?– La voz no elevó el tono, pero el mensaje era una estaca que le clavaban en el pecho.
Davi colgó, la cara descompuesta, el sudor frío perlaba su frente. Se volvió hacia Arianne, que lo miraba con una mezcla de interrogación y preocupación.
–Nos tienen vigilados, Arianne– , dijo Davi, su voz ronca. –Me han enviado fotos tuyas. Y las amenazas... son directas. Por ti–
Arianne palideció, pero su expresión no cambió. –Lo sé, Davi. Siempre lo he sabido. Por eso te digo que no hay otra salida. Si no pagamos, moriremos. O viviremos una vida de terror. ¿Quieres eso? ¿Quieres vivir como un ratón atrapado? ¿O quieres honrar la memoria de tu padre liberándonos de esta maldición?–
Ella se levantó y se acercó a él, lo tomó por los hombros, sus ojos fijos en los suyos, implorando, urgiendo. –Piensa en el futuro, Davi. Un futuro libre de Evandro. Un futuro donde tu padre pueda descansar en paz sabiendo que su hijo está a salvo. Un futuro para nosotros. No es robar, Davi. Es tomar lo que es nuestro por derecho, después de lo que nos han hecho. Es una cuestión de supervivencia. Y de justicia. A tu manera–
La presión era insoportable. Los fantasmas de su padre, las amenazas de Evandro, la mirada suplicante de Arianne, la desesperación que lo ahogaba. El bien y el mal se difuminaron en una niebla densa de necesidad. La honestidad, el trabajo, la moral... todo se desmoronaba ante la inminencia del peligro.
Davi cerró los ojos, el alma en pedazos, sintiendo que vendía su propia moral a cambio de la supervivencia de ambos. La imagen de Helena, frágil y enferma, se superpuso con el rostro de su padre. Una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla.
Finalmente, su cuerpo se desplomó un poco, sus hombros cayeron. Abrió los ojos, que ahora reflejaban una profunda tristeza y resignación.
–Lo haré– , susurró, la voz apenas audible, apenas un aliento, como si cada sílaba le arrancara un trozo de alma. –Lo haré, Arianne. Por ti. Por papá. Pero... no me pidas que disfrute de ello. Nunca–
Arianne asintió, su rostro se suavizó ligeramente, pero sus ojos brillaron con una victoria fría, casi imperceptible. No hubo un grito de alegría, ni un abrazo efusivo. Solo una sutil elevación de la comisura de sus labios. Sabía que había ganado. Había empujado a Davi al abismo, y él había saltado.
–Gracias, amor– , dijo Arianne, su voz ahora un poco más fuerte. –Ahora, lo primero es lo primero. Necesitamos que entres en su mundo. Conoce a Helena. Conócela bien– Ya tenía un plan, frío y metódico, formándose en su mente. Davi había hecho el pacto. Y ahora, el juego de Evandro se extendería al inocente mundo de Helena Fontana.