Los días se convirtieron en semanas, y el ritual de los entrenamientos de bádminton en el exclusivo Club Élite se afianzó en la vida de Davi. Cada mañana, con el nudo de la culpa en el estómago, dejaba atrás el taller y el fantasma de su padre para sumergirse en el mundo de pulcritud y sofisticación de Helena Fontana. Al principio, sus interacciones se limitaban a los golpes y las estrategias en la cancha, un baile de volantes y raquetas. Pero con el tiempo, el silencio entre puntos y el sudor de la práctica comenzaron a ceder paso a la conversación.
Helena, a pesar de su fragilidad evidente, poseía una energía contagiosa y una curiosidad genuina por el mundo que la rodeaba. Le preguntaba a Davi sobre su vida, su barrio, su pasión por los motores, cosas que rara vez salían a la luz en su entorno burbuja. Davi, con su franqueza natural y su honestidad arraigada, se encontró respondiendo con una sinceridad que no había anticipado. No podía evitarlo; la presencia de Helena, tan diferente a la de Arianne en su idealismo y su gentileza, lo desarmaba.
–¿Así que reparas motores desde niño?– preguntó Helena una mañana, mientras Davi le lanzaba volantes para practicar su saque. Su voz era un poco más débil de lo habitual, pero sus ojos brillaban con interés. –Eso es increíble. Tan... tangible. Yo apenas sé cambiar una bombilla– Una risa suave, casi un suspiro, escapó de sus labios.
Davi sonrió, una sonrisa genuina que le dolía por el engaño. –Mi padre me enseñó todo lo que sé. Él decía que cada máquina tiene un corazón, y que hay que escucharlo para que funcione bien–.
Helena se detuvo, su raqueta en la mano. –Qué bonita forma de decirlo. Mi madre siempre dice que la empresa es como un motor, pero más bien es un monstruo que consume todo. Y yo, solo soy... la hija. No creo que yo tenga un corazón que necesite ser escuchado en su 'máquina– Había un dejo de melancolía en su voz que Davi no pasó por alto.
Las confidencias crecieron. Helena le hablaba de la presión de ser una Fontana, de las expectativas de su madre, de la superficialidad de los eventos sociales. Le confesaba su amor por el bádminton, su único verdadero refugio, y la frustración de sentir que su cuerpo la traicionaba. Davi escuchaba, y en cada palabra de Helena, se sentía más y más atrapado. Ella era noble, vibrante a pesar de su fragilidad, y su vulnerabilidad la hacía aún más real, más humana.
–A veces desearía poder desaparecer– , le confió Helena un día, recostada en el suelo de la cancha, con la respiración entrecortada después de un set intenso. –Solo ser una persona normal, sin todo esto–. Sus ojos, de un esmeralda profundo, miraron a Davi, y él sintió una punzada en el pecho.
–¿Y qué harías si fueras una persona normal?– preguntó Davi, su voz suave, olvidando por un momento su propósito.
Helena sonrió, una sonrisa triste. –Viajaría. Exploraría. Ayudaría a la gente de verdad, no solo con donaciones a galas. Haría algo que importara–.
La culpa lo carcomía. Cada sonrisa de Helena, cada mirada de confianza, cada pequeña confidencia, era una puñalada a su conciencia. Él, Davi Silva, el hijo de un hombre honesto, estaba allí para robarle su futuro, su legado. La contradicción entre su misión y la persona que Helena revelaba ser, era un veneno lento. Se sentía como el peor de los traidores. ¿Cómo podría, algún día, mirarla a los ojos y confesarle la verdad? El peso de su mentira se hacía insoportable.
Por las noches, la lucha interna lo devoraba. Veía la imagen de Helena, su belleza frágil y su espíritu indomable, y luego veía el rostro inerte de su padre, y la fría, amenazante insignia del lobo de Evandro.
–¿Cómo te fue hoy con tu... amiga?– preguntaba Arianne al regresar Davi a casa, con un matiz de impaciencia en su voz. Ella había estado observando a distancia, contenta con la evolución.
Davi evitaba su mirada. –Bien. Está un poco más débil, creo–
–Perfecto– , respondía Arianne, sin un atisbo de tristeza. –Eso es bueno para nosotros. Recuerda, Davi. Hay que acelerar. Ella no tiene mucho tiempo, y nosotros tampoco. Necesitas mover ficha–
El espectro de Evandro era una sombra constante. Las llamadas se habían silenciado, pero Davi sabía que era la calma antes de la tormenta. Evandro estaba esperando. Esperando resultados. La advertencia sobre Arianne, la imagen de ella en la calle, se repetía en su mente. Si fracasaba, si se retiraba, Evandro no dudaría en cumplir sus amenazas. El precio de su fracaso era la vida de Arianne, su propia vida, y la miseria perpetua.
Una tarde, mientras Helena le enseñaba una compleja técnica de golpeo, su mano tocó la de Davi por accidente. La piel de Helena estaba fría, casi traslúcida, y Davi sintió una corriente eléctrica, no de atracción, sino de una profunda y dolorosa compasión. Una oleada de asco hacia sí mismo lo inundó. ¿Cómo podía hacerle esto a alguien tan inocente, tan bueno?
–Estás distraído, Davi– , dijo Helena, notando su cambio de ánimo.
–Solo... estoy pensando en cómo mejorar mi juego– mintió Davi, forzando una sonrisa.
La lucha interna era brutal. Cada día, Davi se sentía más y más como un monstruo, un traidor. Pero el miedo a Evandro, el deber de proteger a Arianne y honrar a su padre con una venganza (aunque fuera a través de este medio retorcido), lo mantenían cautivo. Se estaba construyendo un nido de mentiras y lazos genuinos, una paradoja cruel que lo consumía por dentro. Y mientras más conocía a Helena, más alto era el precio que pagaba su propia alma...