El Precio Justo

#20 Sacrificio

El almacén abandonado era un mausoleo de concreto y acero, un escenario perfecto para la tragedia que se avecinaba. El aire helado mordía la piel, la tensión era una entidad palpable que apretaba el pecho. Davi y Saúl se mantenían en alerta máxima, cada músculo tenso como una cuerda de arco a punto de dispararse. Los documentos falsificados, la pieza central de su elaborada trampa, estaban listos. Las comunicaciones con Erluce confirmaban que la policía estaba cerca, oculta, esperando la señal. El tiempo parecía detenerse en cada segundo que pasaba, un martillo golpeando sus nervios con implacable precisión.

Finalmente, llegó Evandro. Flanqueado por sus hombres, emanaba una confianza arrogante, una sonrisa cruel que ocultaba la voracidad de un lobo hambriento. Su mirada recorrió el espacio, deteniéndose en Davi.

Los documentos, muchacho– exigió Evandro, su voz áspera como piedras desgastadas por el tiempo. Extendió una mano, impaciente, ávido por apoderarse de la supuesta herencia de Helena.

Davi, con una ferocidad que ni él mismo conocía, arrojó una carpeta vacía a los pies de Evandro. La audacia del movimiento sorprendió al mafioso, sembrando la primera semilla de la duda.

No hay herencia para ti, Evandro. Solo una trampa– dijo Davi, su voz firme, resonando en el espacio silencioso y frío del almacén.

Con una precisión milimétrica, Saúl activó un interruptor en su teléfono. Las luces fluorescentes del almacén se encendieron de golpe, revelando la trampa en todo su esplendor. Davi, Saúl, y un equipo de seguridad privada, contratado en secreto por Erluce, rodearon a Evandro y sus hombres. El momento de la verdad había llegado.

La sonrisa de Evandro se desplomó, convertida en una mueca de furia bestial. Su confianza se transformó en rabia ciega, un animal herido acorralado.

¡Me has engañado, escoria!– , rugió Evandro, su voz un trueno que sacudía el aire. Sus hombres se lanzaron sobre Davi y Saúl, desencadenando un torbellino de golpes, puños y gritos. El almacén se convirtió en un brutal campo de batalla.

En medio del caos, la puerta principal se abrió con un golpe seco. Arianne apareció, su rostro pálido y descompuesto, reflejando la desesperación y la traición. Ella había perdido el control, su plan se derrumbaba, y la avaricia la empujaba a un acto desesperado. Había intentado manipular a Helena, pero al ver que el encuentro con Evandro se había desencadenado en el almacén, había llegado en un intento desesperado por asegurar su propio destino, o al menos, sabotear a Davi como venganza.

Pero Arianne no llegó sola. Detrás de ella, con una fuerza insospechada, apareció Helena. Con el brillo de la revelación en sus ojos, y una nueva y férrea determinación, Helena había decidido tomar el destino en sus propias manos. Había seguido a Arianne, atraída por la intuición de que Davi estaba en peligro, empujada por un amor más grande que su enfermedad.

–¡Davi!– gritó Helena, su voz, aunque débil, resonó con una fuerza inaudita en medio del caos. Su presencia irrumpió como una bomba, alterando el curso de la batalla.

La aparición de Helena fue la chispa que encendió el infierno. Evandro la vio, y en su mente, el objeto de su obsesión se convirtió en un blanco. La avaricia devoró cualquier rastro de sensatez que pudiera tener.

¡A ella!– gritó Evandro, señalando a Helena con un dedo tembloroso. Uno de sus hombres, desprendiéndose de la pelea, se abalanzó sobre Helena, cegado por la furia y la codicia.

Davi, en una fracción de segundo, gritó un –¡No!– desgarrador y se lanzó hacia Helena. Ella intentó defenderse, pero su cuerpo, debilitado, ya no respondía como antes. El matón la alcanzó, y en el forcejeo, en el caos de la pelea, la empujó brutalmente. Helena cayó, su cabeza golpeando con un sonido sordo contra una viga metálica sobresaliente.

Un silencio sepulcral cayó sobre el almacén. El sonido del impacto resonó como un disparo en cámara lenta. El tiempo pareció detenerse. Davi se arrodilló junto a Helena, sus manos temblorosas, mientras la vida se le escapaba. Susurraba su nombre, desesperado, implorando a la muerte que se detuviera.

Helena lo miró, sus ojos llenos de un amor tranquilo, sereno, que eclipsaba la tragedia del momento. Una lágrima rodó por su mejilla, y con una sonrisa leve, susurró una última verdad: –Lo... entiendo– Con esas palabras, su luz se apagó. Su pequeña mano se deslizó de la de Davi, inerte, fría.

El grito de dolor de Davi rasgó el aire, un lamento desgarrador que se mezcló con el aullido de las sirenas que, finalmente, llegaban al almacén. El caos se desvaneció, las luces rojas y azules de los coches patrulla iluminaron la escena, marcando el fin de la batalla.

Saúl y los agentes de seguridad, junto con la policía, habían logrado someter a Evandro y sus hombres. El mafioso fue arrestado, su reinado de terror terminado. Arianne, petrificada por el horror, intentó escapar, pero fue detenida, su destino sellado por su avaricia y complicidad.

Davi quedó solo con el cuerpo sin vida de Helena entre sus brazos. El precio de la deuda había sido cobrado, no en dinero, sino en el sacrificio supremo del amor. La justicia había prevalecido, pero a un costo incalculable, un precio que Davi pagaría con la eterna marca del dolor...



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En el texto hay: romance, ambicion, deuda

Editado: 14.09.2025

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