Agradeció que ese día Anastasia no se presentara en su casa, la llamó más tarde asegurándole que la visitaría después, pues su día se había complicado. Fue un impulso que tuvo de llamarla ante la noticia que recibió, pues se sintió tan sola, después valoró que debía reflexionar a solas, sobre todo.
Se echó en su cama y lloró, rio, se imaginó futuros diferentes posibles y a todos les buscó el lado bueno. No podía ser malo ser madre, no lo planeó, no espera serlo tan pronto, sin una pareja, sin tener un proyecto de vida; sin embargo, pasó y la criatura no tenía la culpa de nada.
Le aterraba ser madre, fue huérfana desde niña y esa era la razón por la que internamente temía traer vida al mundo, le mortificaba pensar que ella pudiera faltar y su bebe se quedaría solo en el mundo, le gustaba pensar que sus primas no lo abandonarían.
A los días por fin, Anastasia y Carmen se presentaron en su puerta con helado, comida preparada y licor.
—Prima, comida árabe, helado y licor, tendremos una noche de chicas —anunció Carmen agitando una botella de vino en su mano.
Sonrió al verla, la abrazó deforma sentida sin decir nada, Anastasia se unió al abrazo, las tres pelinegras se quedaron así un rato, hasta que Carmen deshizo el abrazo para buscar copas y servir el vino.
—Carmen —la detuvo en seco.
Su prima se giró menando su larga cabellera, la miró expectante.
—No, ven. Tengo que decirles algo muy importante. Varias cosas. Me sinceraré con ustedes, que son como mis hermanas.
Las mujeres se vieron entre ellas y le dedicaron una mirada angustiosa. Anastasia sacó su teléfono y se lo enseñó.
—¿Estás en problemas? ¿Llamo a mi papá? —interrogó.
—¡No! —gritó Verónica.
Su tío Matías, hermano de su difunto padre era amoroso y comprensivo, pero estricto y de pensamiento arcaico, ponía a Verónica siempre como ejemplo de lo que era una muchacha de su casa, después de la muerte de su padre, cuando ella tenía catorce años, fue su tío Matías quien apoyó a su abuela con ella, no tenía mucho, pero lo poco que tenía lo compartía con Verónica.
Verónica recordaba siempre la humilde celebración que le preparó para sus quince años, unos pocos refrescos, un pastel, alguna comida y sus primas y primos, ella lloró mucho ese día, pues le faltaban sus padres, pero también lloró de felicidad, su tío estaba sin trabajo, era herrero, y lo poco que hizo esa semana con trabajos independientes lo usó para darle una celebración humilde, pero sincera.
No le gustaba molestarlo ni pedirle nada, quería verse siempre como la chica independiente de la que él estaba orgulloso. Se limpió las lágrimas mientras sus primas la sentaban en el pequeño sofá y se situaba cada una a su lado.
—¿Qué pasó, Verónica? Me estás asustando —la interrogó Carmen.
Verónica negó.
—Soy dramática. No se preocupen. Lo primero que les quiero decir es que creo que me van a botar—dijo y suspiró, sus primas ladearon la cabeza y acariciaron sus cabellos —. Es obvio, me han excluido de todo, hay un nuevo programa, no van a necesitar recepcionistas y a mí me mandaron de vacaciones casi que de urgencia.
—Te conseguiré algo, no te preocupes —la animó Carmen.
—Sí, eso no es problema, no es gran cosa. Estará resuelto pronto —completó Anastasia.
—Lo otro es que me enredé con alguien del trabajo, fue cosa de una noche, no… saben… no nos vemos y eso. Pasó una vez.
Las dos jadearon y gritaron dando pequeños brincos en el sofá.
—¡Pilla! —gritó Carmen entre risas.
—Me encanta —expresó con exageración Anastasia —, esta versión tuya de mujer fatal, me encanta, quiero todos los detalles sucios.
Verónica suspiró, al no compartir su entusiasmo, las mujeres debieron advertir que algo no andaba bien, pues dejaron de sonreír y la interrogaron con la mirada.
—Es casado, el desgraciado —asumió Carmen.
—¿Te quedaste preñada? —se aventuró Anastasia, pero se echó a reír como si fuera un chiste.
Verónica miró hacia el techo y aspiró aire.
—No es casado, y no le intereso ni un poco, pasa de mí de forma incluso grosera.
—¿Te enganchaste?, prima tonta —la acusó Anastasia.
Verónica acarició sus cabellos, Anastasia siempre tan consentida e inmadura; era tan bonita, con su nariz pequeña, sus ojos marrón claro casi amarillos de forma felina, la piel blanca y los labios carnosos, su cabello lacio siempre liso y suelto, su figura delgada y estilizada, era hermosa y no pasaba desapercibida para nadie, en su vida sabría lo que era ser rechazada.
—No es eso. Estoy embarazada, chicas —confesó, cerró los ojos y dejó que algunas lágrimas salieran. Sintió el abrazo de ambas. Carmen besó sus cabellos.
—Prima, felicidades, cuenta con nosotras, ¿lo vas a tener? ¿Verdad? —inquirió Anastasia.
—Lo que decidas te apoyamos —completó Carmen con expresión más seria.
—Lo tendré, claro que lo tendré.
Las dos tomaron sus manos y la mecieron mientras le sonreían.