Julio César miraba hacia la puerta con la barbilla apoyada en su mano, la mirada perdida, pensaba en las palabras que le dijo aquella mujer: «estoy embarazada».
—¡Julio! —espetó Gabriela frente a él.
El deshizo su pose, sacudió la cara y soltó un bufido, miró a Gabriela que lo veía intrigada.
—Dime, te escucho.
—No, no me estabas escuchando. —Rodó los ojos—, qué Mireya me dijo si quería ir al salir con ellos, Alonso se va y le van a hacer una despedida. ¿Vienes conmigo?
«¿Qué? Claro que no».
—Después te digo, dependo de una reunión con un proveedor de Asia. La hora, sabes cómo es.
La rubia desvió la mirada con gesto de decepción y se cruzó de brazos, fingió una sonrisa que a Julio César advirtió. Le sonrió.
—Pero no me invitaron, Gabriela.
—Yo les dije que te invitaría y les pareció bien.
«¡Dios! ¿Cómo que les dijo?», pensó. No quiso indagar más, se tocó el cuello de la camisa y aspiró aire, concentró la vista en los papeles sobre su escritorio y les dedicó atención como si fuera lo más interesante que había visto en su vida.
Tocaron a la puerta.
—Julio César, ¿tienes un momento? —interrumpió Anselmo y su sobrino estuvo feliz de verle de pie en la puerta, le sonrió y le señaló con la mano para que avanzara.
—Claro, pasa.
—¿Puede ser privado? —preguntó Anselmo.
Los dos miraron a Gabriela, quien afirmó sonriente y se despidió batiendo la mano.
—Nos vemos ahora. —Guiñó un ojo a Julio César.
Ella caminó sin prisa hacia la puerta, y él se sintió aliviado de verla salir de su vista, le gustaba su compañía, pero últimamente estaba siempre demasiado cerca, por demasiado tiempo, con mucha frecuencia.
Su tío lo miró con un aire misterioso, se sentó frente a él y soltó un suspiro. Julio César lo miró extrañado y lo increpó con la mirada. Su tío lo seguía mirando en silencio con una mirada desquiciada.
—¿Pasa algo?
—Sí, que no sé cómo no me di cuenta antes.
—¿de qué? ¿Qué crees que sabes? También dirás que soy gay.
—No, no, nada de eso, sé que no eres gay —soltó con sarcasmo.
Julio César se puso alerta y ladeo la cabeza incómodo, no dejó de mirar a los ojos a su tío.
—Habla, no tengo tiempo de adivinar lo que adivinaste —pidió cortante.
Frotó sus manos frente a su tío de forma retadora, aunque lo hacía por impaciencia.
—Tu interés en la chica de la recepción, no era por luchar contra Manuel. Es personal ¿Cierto?
Sintió su corazón, dispararse, comenzó a sudar de la nada, de pronto el calor se hizo intenso en la oficina y se abanicó con la mano aun cuando la temperatura del aire acondicionado indicaba dieciocho grados.
Pasó saliva e hizo un intento desmedido por controlar las facciones de su rostro, miró fijamente a su tío y evitó pestañear para no hacerlo de forma nerviosa, lo que le costó la tensión que se acumulaba en su cuerpo.
—¿Qué? ¿De quién hablas?
—De Verónica Medina. Creí que solo querías ganarle algo a Manuel, que al final se dijera que se despidió a alguien por su proyecto de modernización, pero cuando me pediste que no la despidiera finalmente y después ella se apareció con su examen de embarazo positivo, fue… como decirlo…
Julio César no cambiaba la expresión, ni siquiera intentaba ganar tiempo pensando en negarlo. Era absurdo lo que su tío proponía, aunque era cierto, pero no podía ser cierto a los ojos de los demás, para los demás, era un imposible.
—Sí, una coincidencia, y sabes lo que siempre digo de las coincidencias: mejor asegurarse de que solo eso sea.
Julio César suspiró con profundidad y eso no pudo evitarlo, sentía que se iba a asfixiar si seguía conteniendo el aliento, desvió la mirada y jugueteó con un bolígrafo sobre unas hojas que reposaban en su escritorio.
—Tío, no repitas esas locuras en la compañía, no vengas a decirme ese absurdo aquí en mi oficina.
—Tenía que decírtelo, es que tú te crees que no me doy cuenta. Debí darme cuenta antes, pero no, ahora sí que pude conectar una neurona con otra y te paseas tan orgulloso, digno y calculado y mira la cochinada que ibas a hacer… yo, tu madre, no sé. Mi hermana, no sé…
«No… no… no».
—Tío, cálmate, la razón por la que decidí no despedirla finalmente fue porque Gabriela mencionó estar muy orgullosa de que el proyecto se lograra sin haber despedido a una sola persona, es uno de los asuntos que presentará en la mesa de dirección con mucho orgullo, y no soporté no solo, tener que decirle que no sería así, sino que además, dañar sus planes que son buenos —explicó suavizando su tono y la expresión.
Su tío alzó el mentó e hizo una mueca evaluadora.
—¿Por eso?
—Sí, no entiendo de donde sacas que lo hice porque… ni sabía que estaba embarazada. Nos acabamos de salvar entonces de una demanda y mala publicidad —ironizó.