El presidente

Capítulo 13: Destinos

Verónica se acercó a la fotocopiadora, escaneaba unos documentos para el área legal. La puerta de la oficina de su jefe estaba entreabierta, no resistió la tentación y escuchó con disimulo.

—Sí, según sí —dijo Alejandro.

—¿Pero cuándo se va? —inquirió Jurgen.

—No sé. Espero que pronto, sabes como soy, a mí no me gusta quejarme ni entrar en conflictos con nadie, pero este tipo es insufrible, no habla, no dice nada si le preguntan y se hace el dios al que nadie se le puede acercar, después uno toma las decisiones y él viene a criticar.

—Estás ardido.

—Jurgen, no sé cómo no le partí la cara. No lo hice por Anselmo, porque son familia, y Anselmo es buen tipo y me cae bien, pero el desgraciado me dijo mediocre, que mi plan era mediocre, así me dijo, el imbécil ese.

—No me extraña, ustedes nunca se la han llevado.

—Perfecto, una cosa es no llevarse, otra cosa que sea un idiota falta de respeto. Muy creído, el idiota.

—¿Y supiste con quién está saliendo ahora?

Verónica pasó saliva y alzó la cara por instinto. Cerró los ojos y decidió no escuchar más.

—Sí, Gabriela.

—Qué descaro el de este tipo…

Pasó rápido hacia su puesto, se dedicó a la tarea de enviar los documentos, pues se sintió muy tonta: quedó embarazada de un alto ejecutivo que luego la rechazó y comenzó a salir con otra alta ejecutiva. Era obvio que algo así pasaría, no quería reprocharse su mala decisión de aquella noche, de lo contrario su bebé no existiría y estaba ilusionada ya con la criatura, pero no podía dejar de juzgarse duramente por su forma de actuar esa noche.

Alejandro salió de su oficina y se plantó frente a ella sonriente.

—¿Almorzamos, Verónica? —preguntó natural.

Ella alzó las cejas y se echó hacia atrás, no supo que responder, se quedó mirándolo como si le hubiese dicho que un extraterrestre aterrizaría en la calle en cualquier momento.

—¡Vamos! Quiero conocer a mi equipo, la gente que trabaja conmigo…

—Pero…

—Yo invito, vamos, que si sigo solo con Jurgen seguiré destilando veneno por un imbécil que me tiene mal, admito que me cuesta soltar.

—Claro… yo…

—No me gustan los hombres, sé cómo sonó, me refiero en el ámbito laboral.

—Entendí —respondió afirmando.

Los dos sonrieron al mismo tiempo mirándose de forma cómplice.

—Entonces ven —insistió.

Verónica miró a los lados y regresó la mirada a él, afirmó, su nuevo jefe se dio media vuelta y le pidió que lo siguiera, Jürgen se les unió.

—¡Verónica! —expresó entusiasta— ¿A caso ya sabes si será niña o será varón?

Verónica río mirándolo divertida.

—Es pronto para saberlo —respondió tímida.

—Yo quiero que sea varón, cuando nazca lo pondremos a vender con nosotros.

Alejandro negó ligeramente ocultando una sonrisa mientras Jürgen y Verónica reían.

—Pues ya veremos.

—¿Y tu esposo que quiere que sea?

Verónica cortó su sonrisa enseguida y pasó saliva, el muchacho debió notar su cambio de expresión, sonrió nervioso.

—¡No es tu problema, Jürgen! Camina —espetó Alejandro.

—Soltera, madre soltera —balbuceó ella.

Jürgen le sonrió amable.

Ingresaron al ascensor los tres, ella sintió incómodo el ambiente, los hombres reanudaron una conversación sobre trabajo. Verónica respiró pausadamente y aceptó que pasaría por eso, debía acostumbrarse. «Madre soltera», era madre soltera.

Jürgen y Alejandro le contaban que venían de un viaje corto visitando a un cliente y visitaron un restaurante muy famoso, ella los oía interesada, la hacían sentir parte de algo, como antes las chicas en la recepción, se sintió aceptada y se tranquilizó. Acomodó la blusa de su uniforme y se pasó la mano por el cabello para aplacarlo, entraría a un lugar con dos hombres guapos que llamarían la atención.

Cuando llegaron al lobby y las puertas del ascensor estaban por abrirse, se angustió pensando que podía encontrarse con Julio César, contuvo el aliento cuando lo vio, estaba de espaldas hablando con Gabriela y Anselmo, por instinto miró a Alejandro que bufo al verlo y chasqueó la lengua.

—Ay, el emperador mal encarado —soltó Jürgen.

Alejandro aminoró el paso y los esperó en medio del lobby, no muy lejos de donde estaba Julio César, su cuerpo la traicionó y él la miraba de forma fija, desvió la mirada y regresó a su conversación con Gabriela.

Caminaron en silencio hasta la salida.

—El restaurante queda a cuadra y media, todos van caminando, pero llevamos una dama embarazada, mejor en auto —explicó Alejandro acercándose al estacionamiento.

—Puedo caminar, no estoy lisiada ni nada.

Él rio con ganas, su sonrisa era agradable, sincera y amplia.



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En el texto hay: hijos, oficina, custodia

Editado: 16.12.2025

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