Quedaron en que él la recogería del estacionamiento de forma casual, como si le diera el aventón, por si alguien los veía. Era la hora de salida y ya esperaba en su auto listo para partir cuando la vio aparecer por la puerta que da hacia los ascensores, miraba hacia atrás con gesto nervioso, se acercó a su auto a paso rápido y se subió.
—Hola —balbuceó entre jadeos.
—Gracias por aceptar reunirnos —dijo y puso en marcha el auto.
Cuando estuvo en la autopista suspiró y relajó la expresión.
—Trabajas para Alejandro.
—Sí, allí me reubicaron.
—Creo que está de más recordarte que…
—¿Qué quiere? —inquirió con rudeza.
Él la miró con sorpresa y regresó la vista a la autopista.
—Alejandro y yo no nos llevamos bien.
—No entiendo aún que quiere.
—Quiero que… lo que pasó entre nosotros, quede entre nosotros. Espero que no le cuentes…
—Me puede dejar en la próxima vía, baja en el distribuir que está más adelante y me deja allí, por favor.
Julio César nunca se consideró torpe con las palabras, pero se daba cuenta lo que le costaba poner en palabras lo que quería, y le costaba construir frases completas sin sentirse ridículo o mal por la situación.
—Quizás no me vaya a Estados Unidos.
Ella lo miró fijamente con expresión contraída y permaneció en silencio.
—No sé si es cierto que estás embarazada, o si es de mí, pero quiero saberlo, no quiero sorpresas, quiero controlar la situación.
La miró a los ojos, ella tenía la mirada brillante producto de las lágrimas que se le acumulaban. La oyó aspirar aire y suspirar.
—¿Qué propone?
—Una prueba de ADN, hay pruebas de paternidad prenatales no invasivas, estuve averiguando, mejor salgo de dudas.
La miró con los ojos muy abiertos cuando advirtió la lágrima que le recorría el rostro, ella se la quitó y le sonrió forzadamente.
—No he pedido nada —susurró ella casi suplicante.
—Por ahora, nadie me garantiza que después… ya sabes.
—No, no sé.
Él suspiró incómodo.
—Trata de entenderme, una mujer viene y dice que está esperando un hijo mío, es algo que tiene muchas implicaciones, mi familia no es rica, no soy rico, me va bien, tengo buenos ingresos, no me estoy convirtiendo en millonario…
—Yo no quiero nada. Ya lo dije.
—Es lo que no sé.
Ella miró hacia fuera de la ventana mostrando un gesto de frustración.
—No me interesa estar en la vida de la criatura, si es mía, me haré cargo económicamente. No le faltará nada.
—Mejor que ni sepa que existe, entonces —expresó ella con la voz temblorosa.
La miró fijo, se aparcó a una orilla de la autopista.
—Pero existo, y después esto vendrá por mí como bumerán, sé lo que hago. Haremos esa prueba, Verónica, si la criatura es mía, me encargaré de los gastos, no quiero involucrarme más allá de eso.
—Por mí no se involucre de ninguna forma. Debería considerar dejar de trabajar en Industrias Crawford, no será conveniente vernos.
—No nos vemos. No tenemos que cruzarnos. No puedes darte el lujo de perder este trabajo, si yo no soy el padre, no sé quién se hará cargo de…
—Déjeme aquí ya, por favor, me quedo aquí.
—¿En medio de la autopista?
—Sí, quite el seguro —espetó.
Él puso en auto en marcha de nuevo.
—Te dejaré en la parada de autobuses más cercana.
—Perfecto, gracias.
Al llegar a la parada de buses, la mujer abrió la puerta con desespero, fue obvio para Julio César que la conversación la incomodó. «Quizás no sea mío» «Quizás no está embarazada».
La detuvo sosteniéndola por un brazo antes de que se bajara. Ella lo miró sorprendida.
—Te llamarán de la clínica donde deberás hacerte la prueba, te darán instrucciones, está atenta, por favor.
Ella volteó la mirada y cuando iba a cerrar la puerta, él le pidió que esperara más.
—No iré aún a Estados Unidos esperando por esto. Me quedaré un par de meses que es cuando… bueno… ya estés segura de que nacerá.
Ella giró el rostro con brusquedad y avanzó a pasos rápidos lejos de él.
Sudaba y sus manos temblaban. Sí, ella decía la verdad, sería padre y no estaba preparado para serlo, no quería serlo, y además estaba la posibilidad de que en algún momento la gente se enterara de que él tenía un hijo con ella.
Dio la vuelta y decidió aparecer por el bar donde celebrarían la despedida de Alonso. Al llegar al sitio se mantuvo con las manos sobre el volante y la mirada fija en la nada por espacio de segundos, soltó un suspiro y se bajó.
Gabriela sonrió y dio un pequeño salto al verlo, se acercó con cautela, saludó y se mantuvo alejado de forma prudente de Gabriela. Necesitaba una excusa para quedarse y no irse aún a los Estados Unidos, que pensaran que era por Gabriela, le valía igual, le preocupaba que supieran la verdad.