No supo por qué, pero una vez en la autopista condujo hasta la casa de sus padres, al llegar vio a César Augusto fumando con una chica en el jardín, lo saludó con un gesto con la cabeza, sabía que su hermano no esperaría a que se acercara si estaba en compañía de alguien más, así que paso de largo hasta su casa. Su madre estaba en el sofá leyendo un libro, la miró atento sin decir palabra mientras ella pasaba la hoja de su libro con ansias.
Era hermosa, su madre siempre fue llamativa y hermosa, vivaz, era de esas personas que proyectaban una energía alegre y segura, a su lado parecía que las cosas nunca saldrían mal, olía a hogar y era cálida, en ese instante recordó sus palabras en año nuevo, cuando aún él estaba inocente de la situación en la que estaba metido, ella quería ser abuela.
Su madre alzó la vista y se sobresaltó al verlo, cerró el libro y lo apretó contra su pecho.
—Hijo.
—¿Cómo estás?
—¿Qué haces aquí? ¿Pasó algo?
Notó que su madre palideció y se levantó de prisa, soltó el libro para entrelazar sus manos sobre su estómago, mantenía los ojos muy abiertos con una mirada inquieta.
—Solo quise pasar a ver a la abuela ¿Cómo está?
La mujer suspiró y sonrió aliviada.
—Dormida. Está bien ya, muy bien.
Él asintió y miró alrededor evaluando el ambiente a su alrededor, trataba de descifrar porque se sentía incómodo en esa casa, después de la muerte de su hermanita Gracia, se mudaron, esa era una nueva casa, no aquella, sin embargo, traía consigo la nostalgia el pesar de aquel otro lugar.
—Qué bueno. ¿Y papá?
—Salió con los mellizos, ¿pasa algo? —insistió.
—Nada. Pasé cerca y quise venir. Me reclamaste con mucha vehemencia no haber estado presente antes.
Su madre bufó y se cruzó de brazos.
—Y no has hecho caso nunca. ¿Es que traes novia y quieres decirnos? —inquirió poniendo una sonrisa enérgica.
Julio César rodó los ojos y negó, se pasó la mano por el cabello y se lanzó al sofá con desgano.
—Salgo con alguien, se llama Gabriela.
—¡Sí! —gritó su madre.
Aplaudió y dio pequeños brincos sobre el mismo punto.
—No es serio, no te emociones, solo salimos.
—Tranquilo, Julio César, dime, ¿de dónde es? ¿Qué hace?
—Es psicóloga y tiene un posgrado en gestión de personal, tiene años trabajando en recursos humanos, es la directora de Industrias Crawford.
—¡Ah! Trabaja contigo, qué emoción, hijo, que me quieras contar esto, que te abras conmigo.
Julio César se sintió un poco miserable, se lo contaba porque por ella pospondría su viaje a Estados Unidos, o eso diría, así que necesitaba hablar de ella.
—Es piscis, cree en los ángeles, la energía y esas cosas, es muy positiva y buena persona —recitó monótono.
Su madre le dedicó una mirada pícara.
—¿Es bella?
—Hermosa. Bueno, debo irme, saluda a mi padre.
Se levantó del sofá y caminó hacia la puerta, su madre corrió hacia él y lo tomó por el brazo.
—¿Tan pronto te vas? Pero si acabas de llegar, cuéntame más detalles jugosos, ¿la traerás a casa?
—No, sabes que no. Déjame, madre.
—Hijo, anda.
—No satures ni asfixies mi relación, ¿Sí?
Su madre se fingió ofendida y le guiño un ojo.
—¿Mi relación? Me gusta cómo suena eso.
Él le hizo un gesto de fastidio y salió despidiéndose de ella con un beso rápido en la frente. Su madre no ocultó su sorpresa y se echó hacia atrás, sin embargo, permaneció en silencio. Él no sabía por qué lo hacía, le provocó, de hecho quería abrazarla y que le dijera que todo iba a estar a bien, que estaría a su lado y que el mundo era un lugar seguro, más se contuvo.
Iba de regreso a su casa cuando Gabriela le pidió que la recogiera de casa de una amiga, su auto se había averiado y no quería llamar un taxi, aceptó sin quejarse, ese día en particular no quería llegar a casa solo, sabía que su mente se pondría a dar vueltas sobre el mismo punto y su cuerpo reaccionaría con tensión a sus pensamientos, su mente no descansaría, quería descansar.
Al llegar a la dirección que Gabriela le indicó, la llamó y le tocó la bocina, no atendía, la esperó impaciente. La casa era amplia y el jardín verde con árboles altos, había mesas dispuestas en el patio y música saliendo del interior de la casa, pensó que por eso no escucharía el teléfono o la bocina.
Se sacó el cinturón de seguridad, se bajó del auto y caminó hacia el interior de la casa, la puerta estaba abierta, aun así tocó, salió una mujer rubia de rostro hermoso, alta en un vestido verde largo floreado, cargaba un bebé en brazos, le sonrió.
—¿Julio César? Pasa, mi hermana está ayudándome con las cosas para el bautizo del bebé que será mañana, estás invitado.
Sintió una punzada en el estómago, su cuerpo se tensó: era un bautizo, era la casa de su hermana. Resoplaba su nariz, aspiró aire y permaneció en silencio mientras la mujer le sonreía con complicidad y le explicaba que habían estado ajetreadas.