El presidente

Capítulo 18: La decisión

Pasó saliva y colgó el teléfono, ella debió pensar que lo había colgado. Escuchó al hombre decirle: «Hija» y decidió que ya había escuchado mucho de una conversación que se suponía no debía escuchar; Verónica, en lugar de colgar, lo puso en alta voz.

Las palabras del hombre se quedaron flotando en su cabeza y sí, tenía razón: hacia lo correcto, lo sabía, pero algo no se sintió correcto cuando la escuchó llorar y lamentarse, la estaba poniendo nerviosa, por eso lo evitaba, y tenía razón: la había hecho sentir como si ella se hubiese embarazado a propósito, como si fuera la culpable de lo que pasó, cuando fue cosa de los dos, y él, estando en una posición de poder en la compañía debía saber mejor.

«Entiendo, he sido un imbécil con ella».

La frase que el hombre le dijo sobre que ya no era sobre ella, le caló hondo, pensó por un instante que la vida era injusta, porque el hombre tenía razón, no era sobre ella o como se sentía o sus sentimientos, era sobre el bebé, y era injusto porque por nueve meses no puede separarse a la madre de la criatura.

«Sí, he sido un idiota con ella».

Tenía que irse a Estados Unidos, y ahora que sabía que su presencia perturbaba a Verónica, pensó que lo mejor era poner distancia entre los dos, a ella no le faltaría nada y de eso se ocuparía él, estaría rodeada de su familia que parecía apoyarla, él obtendría su presidencia y las cosas seguirían como siempre.

Se detuvo en un pequeño café a esperar que ella le avisara cuando poder ir hasta su casa, era un asunto que no podía esperar, tras escuchar la conversación de ella con el hombre al que llamó tío, decidió que se iría a Estados Unidos, lo haría sin mirar atrás, dejaría las cosas en orden, y todos estarían en paz.

Llegó un mensaje. Tomó el teléfono entre sus manos y lo examinó con calma.

Verónica Medina 3:34 pm.

Puede venir.

Suspiró y se levantó de la mesa, sacó dinero de su bolsillo y lo dejó sobre la mesa, se dio media vuelta y caminó hacia su auto, pensó que quizá debía llevarle algo, se volvió y regresó al café, pidió galletas y dulces varias que hizo colocar en una bandeja.

Se subió a su auto y colocó la bandeja de dulces del lado de copiloto, se sintió ridículo: «¿Por qué hice eso?», pensó, decidió que no le daría nada, se lo llevaría a casa o se lo daría a su abuela. Condujo hasta la humilde vivienda de Verónica, se estacionó cerca y se bajó, miró la bandeja de dulces y se sintió indeciso sobre si bajarla con él o no. Decidió no bajarla y caminó hasta la puerta de Verónica, al tocar, se abrió enseguida, Verónica le dio la espalda.

—Pase.

—Puedes hablarme de tú, Verónica.

—Siéntese, o quédese de pie como guste.

Llevaba un vestido beige largo de mangas cortas y el cabello por los hombros alisados. Se veía bien. Tomó asiento, cruzó las manos frente a él, quedaba pequeño en el sofá, pues media 1. 89 y el sofá era pequeño.

—¿Estás de acuerdo con el monto que deposité?

Ella no lo miraba a los ojos y restregaba sus manos frente a ella, se relamía los labios con la mirada enfocada en otra dirección, entendió el lenguaje que enviaba su cuerpo: estaba incómoda.

—Me da igual, está bien. Guarde los recibos, yo haré una relación de gastos cuando use el dinero, si es que lo uso.

—No hace falta —aseguró, se sintió incómodo, se había comportado como un idiota y ahora debía dejar las cosas claras y en orden, entendía que la mujer lo tuviera en mal concepto, eso nunca le habría importado, pero necesitaba asegurarse de que estaban los dos de acuerdo.

—¿De qué quería hablarme que debía ser en persona? —lo increpó mirándolo a los ojos por breves segundos.

—Ah, sí. Busqué un apartamento en el centro, cerca de la oficina, tiene un toque antiguo, porque está en el casco colonial, pero es seguro, limpio y tiene todas las condiciones legales aprobadas, bomberos y esas cosas.

Ella clavó sus ojos amarillos en los de él. Ladeó la cabeza.

—¿Apartamento?

—Sí, no sé si esto sea propio, pero estoy seguro de que es peligroso y no es adecuado para criar un niño.

Se mantuvo expectante después de pronunciar las palabras, no quería alterar a la mujer, media cada reacción que tenía a sus palabras, se dio cuenta de que quedó sorprendida y no de buena forma. «¿Por qué es tan difícil?», se preguntó, pasó saliva y la miró esperando su respuesta.

—¿Comprará un apartamento?

—Para ti, para el bebé, obvio, podrás vivir en él —titubeó —, es decir, obviamente, es para él, para ti, tendrás todo, nacerá cómodo, con sus cosas, no le faltará nada, ni a ti, es decir, obvio, ¿no?

Se maldijo internamente por no poder dominar las palabras, no entendía por qué estaba nervioso.

—No es propio. Gracias, aunque lo del apartamento me parece ya, exagerado —respondió inexpresiva y soltando un suspiro tras la última frase que pronunció.

—Entiendo, pero esto es pequeño, ¿Cuántas habitaciones tiene?

—¿Es todo lo que vino a decir? Quiero descansar, si terminó, puede irse.

Suspiró y la miró retador a los ojos.



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En el texto hay: hijos, oficina, custodia

Editado: 16.12.2025

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