El presidente

Capítulo 26: Un susto

La señora Migdalia y sus hijos estaban en la sala junto a la abuela. Los chicos se levantaron de sus sillas, apenas la vieron cruzar la puerta.

—¡Tina! —exclamó uno de los mellizos, ella comenzó a brincar y reír, estaba tan consentida por ellos.

Los abrazó de a uno mientras cada quien esperaba su turno como si de una celebridad se tratara, era juguetona con los mellizos, dramática con César Augusto que le compraba todo lo que pedía, amorosa con la abuela y la bisabuela. Se subió sobre el regazo de la bisabuela que no dejaba de besar y apretar sus mejillas.

—Siéntate, Verónica —le dijo la madre de Julio César.

—Gracias, ¿y el señor?

—Ah. —Negó y se echó a reír—, cocinando, va a hacer algo especial para la nieta. Espero que te quedes a comer con nosotros, no te vas, ¿cierto?

—No, haré un solo viaje de regreso.

—Yo te llevo, Verónica —se apresuró a ofrecer César Augusto —, dime, ¿cómo está mi novia?

Todos soltaron una carcajada, se refería a Anastasia, la llamaba su novia y aseguraba que esperaría a que se quedara soltera en cualquier momento. A Verónica no le hacía gracia por el parentesco del chico con Julio César, era su hermano, pero era buen chico, amable y muy inteligente, según su familia: carecía de ambiciones y le sobraba corazón.

—Pues ella está bien, con su novio —respondió divertida. Todos se rieron con burlas hacia César Augusto. Verónica sabía que a Anastasia no le era indiferente el chico, guapo y siempre carismático y encantador, sin embargo, su prima se contenía por ella, Verónica no la corregía y sabía que hacia mal, no podía meterse en la vida de su prima.

Mija, estás muy bonita —le dijo la bisabuela de Martina, cada vez más deteriorada.

—Gracias, qué bella.

Abue, quero helalo.

—¡Helado! —la corrigieron todos, la niña echó la cabeza hacia atrás y se puso seria, los miró con los ojos húmedos y cuando parecía que iba a llorar, bufó y alzó el mentón con gesto de molestia.

—Sí. Quero…—Hizo pucheros.

César Augusto la alzó en brazos y ayudó a su bisabuela a ponerse de pie.

—Vamos por el helado —anunció. Verónica los vio caminar hacia la cocina a paso lento y a su hija la vio fingiendo que ayudaba a su bisabuela a caminar. Se moría de amor cada vez que la veía con esos pequeños actos, su hija tenía una familia a la que amaba y que la amaba.

La madre de Julio César se acercó a ella y le sonrió.

—Gracias por aceptar traerla. Hoy es una fecha especial para la familia, para mi esposo y para mí, y no queríamos estar tristes, el año pasado coincidió con un día de visita de Martina y su presencia hizo la diferencia, esta vez queríamos a la nena con nosotros también.

—¿Una fecha especial?

—Hoy estuviera cumpliendo veintisiete años mi segunda hija.

Verónica había oído la historia por parte del padre de Julio César, sin detalles, solo supo que la perdieron cuando era muy niña, nunca hablaban del tema porque era sensible para ellos, se sintió aliviada de aceptar llevarla ese día. Aún luchaba por no ser egoísta, por un tiempo pensó que la niña sería solo suya.

—Lo siento. Me alegra que la compañía de Martina los alivie.

—La adoramos, lo sabes.

—Se emocionó cuando le dije que la traería.

—Nos quiere también esa pulguita, ¿cómo te viniste? Yo le hubiese dicho a César que te fuera a buscar, tenías que haberme dicho que no tenías como venirte.

Verónica aspiró aire y le sonrió de forma forzada.

—Julio César nos trajo.

La mujer abrió mucho los ojos y ladeó la cabeza, se llevó una mano al pecho.

—¿Qué? ¿Julio César vio a la niña? ¿Y…?

—No, sí, la vio, pero no interactuaron ni nada, solo hizo de chofer.

Una expresión amarga se cruzó por el rostro de la mujer y se le humedecieron los ojos, suspiró y miró hacia el suelo con pesar.

—No puedo creerlo, Dios mío, ¿cómo va a hacer eso? ¿Ni siquiera la vio? ¿No le dijo nada? ¿No le dio curiosidad verla? No, es que no, no se la merece —sollozó.

Verónica la tomó por los brazos y la acercó a su pecho, la abrazo para consolarla.

—Él ha sido claro al respecto, yo no esperaba nada más, a Martina no le hace falta nada más.

—Es su hija, por el amor de Dios, mi hijo no puede estar tan dañado así, ¿qué clase de persona es?

—Ha cuidado de ella de la única forma que puede, económicamente, yo lo he aceptado ya, al principio luché mucho para entender la situación y aceptar su ayuda, pero después entendí que era su responsabilidad, si él no lo hacía un tribunal podía obligarlo, pero ¿sabe que no puede hacer un tribunal? Obligarlo a amar a su hija, así que tampoco hay que darle demasiadas vueltas, Migdalia.

La mujer negaba, se separó de su pecho y se limpió las lágrimas.

—Yo no puedo entenderlo ni aceptarlo, esperaba que cuando la viera aquí, si venía, pero me dices que la vio y nada…—Negó y cerró los ojos.



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En el texto hay: hijos, oficina, custodia

Editado: 16.12.2025

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