Amelia llegó y ella aún preparaba el desayuno, la mujer le insistió en que ella lo terminaría.
—Gracias, Amelia, sin ti no sé qué haría.
—¿Cómo siguió la doña?
—Bien. Ayer se mantuvo estable. Me dijo Migdalia que reaccionó bien, la tienen en cuidados.
—¿Y qué fue?
—El azúcar.
—¿Y mi tesorito se calmó?
—sí, ayer me preguntaba a cada rato por ella, la tuve que poner al teléfono con los abuelos, así se calmó.
—¿Y el casi gente del papá?
Verónica torció la boca y suspiró.
—Me llamó ayer para ver como había pasado el día la niña.
—¿Y eso? ¿Qué mosquito le picó?
Verónica terminaba de recoger sus cosas para irse al trabajo, se detuvo delante de ella que preparaba la comida que comería la niña.
—No sé, Amelia, y eso me tiene nerviosa, para no querer saber nada de la niña. Ha estado muy interesado.
—Pero eso no es malo.
—Pues no quiero que mi hija sufra, no quiero que él se acerque, pretenda hacer de papá ahora y luego no, cuando ella crezca va a querer saber quién es su padre, tendré que decirle que es un hombre que nunca ha querido saber de ella, pero que la ha mantenido. Romperé su corazón.
Amelia ladeó la cabeza y apretó los labios en un gesto que Verónica interpretó de comprensivo.
—Quizás cambie de opinión, y quiera hacer las cosas de forma diferente. No sé, la gente cambia.
—A mi hija no la voy a someter a estrés emocional por las indecisiones de un adulto que no ha querido ser responsable emocionalmente de sí mismo.
—Así se habla, no entendí qué dijiste, pero te apoyo. Ya le está listo el huevito revuelto para la nena, le haré avena con ajonjolí para cuando se levante.
—Gracias, Amelia, nos vemos más tarde.
Tomó el autobús y aprovechó que había un asiento disponible, había descansado, pero su cabeza no dejaba de dar vueltas, se sentía agotada. Estaba ahorrando para un auto, no se decidía aún por uno, y sabía que tendría una buena comisión pronto, así que pensó que esperaría otro poco, ya que con más dinero conseguiría algo mejor, eso le dijo su primo Benjamín. Sabía que le hacía falta un auto, sobre todo por Martina.
«Mi Martina hermosa», pensó y suspiró. No se había imaginado que amar a su hija así la haría tan feliz, vivía para ella, para verla sonreír y verla crecer sana y feliz.
Llegó a Industrias Crawford tan temprano como siempre, se subió al ascensor donde ya había algunas personas, saludó y entro.
—Sí, hoy comienza —dijo una mujer detrás de ella.
—¿Y cómo vino? ¿Simpático como siempre? —se rio alguien más, un hombre.
—Está buscando asistente y hay fila, mi amor —respondió una mujer junto a ella girándose para hablar con las personas que estaban detrás.
—Está muy bueno, Elsa, la fila será para cazarlo, está más que bello, o sería el tiempo sin verlo. Está, bello, que hombre.
—Patán igual que siempre —respondió el hombre con desdén—, no saluda, se pasea como dios por los pasillos, no va a durar como presidente. Manuel y Cristian son muy carismáticos.
—Esa época ya pasó. Toca apretarse los cinturones porque este viene con todo, saben cómo es, supuestamente pidió los récords de asistencia de todo el personal, ya hoy sabe quién llega tarde y quién no y se acabó el trabajo remoto, quiere a todos en la oficina.
Se abrió la puerta del ascensor y las personas salieron. Soltó un suspiro y sacudió la cabeza, hablaban de él, no era muy querido por las personas en la compañía y su presencia no era bien recibida. «Él se lo busca», pensó. Recordó la época en la que inocente le admiraba a lo lejos pensando que era un caballero cortés e interesante.
«Pero qué inocente, Verónica».
Entró a la oficina y se ubicó en uno de los cubículos, encendió la computadora para leer los correos y cargar la información pendiente de sus reportes. Escuchó pasos dirigiéndose hacia ella, su perfume lo anunció, alzó la vista y ahí estaba él sonriéndole con expresión intensa, recostó su cabeza del marco de la puerta del cubículo.
—Buenos días, ¿descansaste?
—Buenos días, sí. ¿Y tú? ¿Qué haces tan temprano por aquí?
Alejandro suspiró con dramatismo.
—Debo salir de la ciudad y quería verte antes de irme, sé que llegas entre las primeras siempre.
—Debo ponerme al día con trabajo administrativo antes de visitar clientes —respondió ella a la vez que colocaba la contraseña de su equipo.
—Quiero que las cosas entre nosotros sean como antes. Te extrañé mucho ayer, no hablamos.
Ella se giró a verlo y le sonrió.
—Te hace falta una nueva novia, Alejandro— soltó con un nudo en la garganta, no se quedaría sin decirle sus verdades, las que ella creía que debía decir—, eso pasa. Cada vez que estas solo quieres pasar tiempo conmigo, así que o te buscas más amigos, o a la próxima novia la retienes por más tiempo.
Él se incorporó y metió las manos en los bolsillos, se meció mientras la miraba serio.