Anselmo entró y cerró la puerta con cuidado, se acercó a su escritorio con paso lento y se sentó sin quitarle los ojos de encima, soltó un suspiro e hizo una mueca de hastío.
—Debes dejar de llamarme así hasta acá, eres el presidente de la compañía, no un rey.
—Anselmo, hablé con Verónica.
Su tío echó la cabeza hacia atrás.
—¿Y? ¿De qué?
Julio César jugueteó con los bolígrafos sobre su escritorio y le dedicó una mirada por un par de segundos. Recordó la expresión en el rostro de Verónica, él podría decir que fue de miedo, pero no comprendía por qué tendría miedo, estaba confundido.
—Me di cuenta de que la niña comparte con ustedes, bastante. —Se llevó los la yema de los dedos al entrecejo —, conoce a mi abuela, a mis padres, les dice abuelos, a los muchachos les dice tío.
—A mí me dice tío. —Sonrió Anselmo.
—El punto es que yo estoy en esa familia, como sea, ella crecerá, ya volví, se preguntará quién soy, pues soy…—Aspiró aire, cerró los ojos y los volvió a abrir —Soy su padre.
Anselmo se carcajeó.
—Casi te ves tan macabro como Darth Vader diciéndolo: «Soy tu padre».
—¡Anselmo! Hablo en serio, esto es serio, le quise decir a Verónica que siendo así, era mejor que de una vez ella sepa quién soy. Otra cosa sería rara, fue mi voluntad, pero tú, fuiste tú quien la rompió y salió a contarle a mi madre lo del embarazo.
—Sin reproches, sobrino. Esa muchacha estaba sola, bueno con sus tíos y primas, pero sin una madre, mi hermana ha sido buen apoyo para ella, no puedes ser tan egoísta y no verlo.
Julio César recordó que Verónica creció huérfana. La figura de madre y padre no la reemplazaría alguien tan fácil como decirlo.
—El punto es: verónica prácticamente salió corriendo. Se asustó, se molestó, no sé, pero su reacción me desconcertó.
—Creíste que lloraría de felicidad, qué pensaría que era un acto de tu buen corazón. —Negó mirándolo a los ojos.
—Al menos pensé que estaría dispuesta a discutirlo —confesó Julio César.
—Y lo peor es que lo haces porque será raro para ti mientras Martina crezca. No lo haces por ella, por un momento me alegré de que recapacitarás, es tu hija y claro que debes estar en su vida, te lo he dicho mucho.
—Lo hago por ella —se defendió.
—Yo entiendo que Verónica saliera corriendo. Un día que sí y al otro día que no. Es natural.
No le revelaría a su tío que, además desde que la vio nacer, sintió siempre curiosidad por sentirla en sus brazos, olerla, verla, ser objeto de su atención. Pasó saliva y afirmó resignado, ni su familia le creía las buenas intenciones, mucho menos lo haría ella, y no tenía porque.
—Insistiré. Quiero que Martina sepa que soy su padre.
—Te critico porque alguien debe hacerlo y no escuchas a nadie, sin embargo, te apoyo, sabes que es lo que te he dicho siempre. Tu madre solo quiere tu bien, ni siquiera se mete como esas madres entrometidas, habla mucho y a veces es imprudente, yo sé, quiere saber hasta con quién te acuestas, es cosa tuya, ya ponerle los límites, ah, pero los límites que pones son: no visitarla, no hablarle, tampoco así.
—Me encanta como me apoyas, Anselmo, de verdad, es una cosa que cualquiera envidiaría —se quejó con sorna.
—Verónica cederá, quizás solo está asustada, es una muchacha con mucho sentido común, dale tiempo. Estoy aprovechando de descargarte, no me das muchas oportunidades.
Se quedó mirando a Anselmo por largo rato sin hablar, su tío alzó los hombros y lo interrogó con la mirada.
—Sale con Alejandro, estoy casi seguro, esos dos tienen algo, Anselmo.
Su tío suspiró ladeando la cabeza, se palmeó los muslos y negó.
—No sé. Aquí se comportan como jefe y empleada. ¿Y eso en qué te afectaría? Me consta que ella no lleva a nadie a casa, a nadie.
Julio César se aclaró la garganta y le restó importancia al comentario con un gesto.
—Solo digo, pensé que por su relación con él, se negaba.
—Alejandro adora a esa niña. No tienes idea.
Su cara se contrajo y sintió su sangre hervir. Apretó los puños y fijó las manos sobre el escritorio con brusquedad.
—¿Ah sí? Cuéntame más.
—La ve desde que estaba en la barriga de Verónica, él ha sido un gran apoyo para ella, la ayudó a retomar sus estudios, la ayudó a ascender.
—Un príncipe, el tipo, ¿no?
Su tío lo vio con la cara encendida.
—Un buen hombre, nada más.
—Es que me parece…
—¿Que Alejandro siente algo por ella?, es posible. Me lo ha parecido, es con ella atento, quizás no hayan avanzado porque ella es una mujer con niña, seria, diferente, no es como las chicas frívolas con las que sale, no debe saber qué hacer, pero créeme, aquí y donde los he visto fuera de aquí, son decentes, no son inapropiados. Y deja de meter tus narices en eso, te interesa en tal caso: la niña. No la madre.