Julio César condujo hasta la casa de su madre, no le costó convencerla de invitar a Verónica y a la niña con cualquier excusa, su madre se mostró comprensiva cuando le contó que estaba arrepentido de no haber estado desde el inicio con la niña. Y todo eso era cierto.
Cuando estacionó el auto vio a Víctor Julio y a Marco Aurelio junto a César Augusto en el jardín, perseguían a Martina por el lugar, ella reía y gritaba histérica en un vestido rosado, llevaba un moño alto y se encontró absorto en la imagen frente a él, miró alrededor y vio a su madre conversando con Verónica junto a la entrada de la casa.
Al bajarse del auto llamó la atención de la niña, corrió hacia él desbocada huyendo de los tíos, él la alzó en brazos de inmediato, estaba agitada, temblando y riendo de emoción, continuaba gritado. Se abrazó a Julio César, sus hermanos lo miraron con extrañeza y dejaron de sonreír. Él no era expresivo, pensarían que lanzaría a la niña lejos por demostrarle afecto, en cambio, se sintió natural, lo que no pasó desapercibido para sus hermanos.
Hacía dos días Verónica había recibido la decisión del juez sobre las visitas de Julio César, esa de ese día no era una de ellas, pero quería verla, sostenerla en sus brazos como en ese instante.
—Madre.
—Hijo, tu padre salió.
—Verónica.
—Hola —respondió parca sin mirarlo.
Él notaba lo que había cambiado esa mujer asustadiza e insegura, ahora era segura y no lo miraba con miedo, lo retaba con la mirada. Dejó a la niña en el suelo y se sentó junto a su madre. La niña no le soltaba la mano.
—Papá, ¿qué me traiste?
Revolvió su cabello.
—No sabía que estarías aquí —mintió. Verónica alzó la vista y cruzo miradas con él, pareció relajarse.
Uno de los mellizos se acercó corriendo.
—Tina, ven, ya armamos el columpio, aquí frente a tu madre para que diga que tan alto te podemos elevar.
La niña soltó a Julio César e interrogó a la madre con la mirada, este le sonrió y le asintió. Martina se fue corriendo detrás de sus tíos con expresión seria hacia el columpio.
—La adoro, es demasiado bella, la amo —dijo su madre apretando su mano.
—Sí, es una belleza de niña —le replicó Julio César.
—Me encanta verla correr, hacer sus caritas, reírse, hasta me encanta verla, hacer sus escenas de berrinches. Qué felicidad esa niña, Dios me la cuida. —Se giró a ver a Verónica—, y gracias a ti por dejarnos estar siempre en su vida.
Verónica le sonrió e hizo un gesto amable.
—Gracias a ustedes, ella es feliz con ustedes, los ama.
Para Julio César eso hizo la diferencia, el hecho de que Martina conviviera con su familia, recordó el día que su madre lo llamó.
—Hijo, es bella, la niña ya nació.
Fue cuando supo que su familia sabia de la existencia de la pequeña. Se molestó con Anselmo, con su madre, con su padre. Ese día estaba en la ciudad, llegó para asegurarse de que todo con el parto de la niña saliera bien, decidió no decirle a sus padres que estaba allí, se quedó en un hotel cercano al hospital, caminó por los pasillos y se acercó al lugar donde pusieron a la pequeña, la vio desde lejos: Martina Betancourt.
No supo si le gustó el nombre, no supo por qué Verónica lo había elegido, nunca lo hablaron, él había decidido que no quería saber el sexo del bebe, mucho menos que nombre llevaría. Revisaba las redes sociales de las primas de Verónica, así veía cómo iba con el embarazo, sentía que hasta que no diera a luz, él tendría un pendiente por resolver.
Pero fue cuando la bebé nació que cambió todo para él, entendió que esa nena no tenía a nadie más que a su madre y a él en el mundo, él estaba vivo y sano, no tenía excusas para alejarse de su vida, más tampoco tenía la fuerza para quedarse.
«Sí al menos hubiese sido un varón», pensó. Consideró que la vida era muy cruel.
Regresó a Estados Unidos esa misma noche, no dejó de pensar en su hermana muerta y se permitió llorar cuando las luces del avión se apagaron.
Tocaban a la puerta y él no dejaba que su hermana abriera, sin embargo, en ese instante, él recogía el desastre que ella había hecho en la cocina y no escuchó la puerta, hasta que oyó un grito aterrador, alzó la cabeza y miró a los lados, recordó a su hermana Gracia, corrió hacia la sala y vio la puerta abierta, le parecía que la puerta estaba demasiado lejos, cuando alcanzó el umbral vio a un hombre con overol sucio cargando a su hermana y subiéndola a una camioneta. Se quedó paralizado, nunca olvidará como su cuerpo se sacudió por dentro y quedó inmóvil por fuera.
Gritó, comenzó a gritar tan fuerte como pudo y se echó a correr detrás de la camioneta, unos pocos vecinos salieron y corrieron detrás de él, ya su madre daba gritos desde la puerta sosteniendo su vientre abultado, algunos vecinos subieron en sus vehículos y comenzaron a perseguir al hombre, trataban de alejar al pequeño Julio César de la vía, de alejarlo del camino, él no dejaba de correr y gritar con el rostro bañado en lágrimas.
Entonces su mundo se apagó, escuchó un choque, varios autos, alcanzó ver las llamas alzarse en medio de todos los vehículos.