Verónica caminaba de un lado a otro con los brazos cruzados y el rostro altivo, Carmen le pintaba las uñas a Martina que la miraba atenta con los labios juntos apretados formando una o, mantenía sus manitas sobre la mesa en la que le indicó la morena para poderle aplicar el esmalte rosa.
—Así estarás de molesta que no dices nada porque Carmen la está pintando las uñas a Martina —comentó Anastasia mirándola fijamente.
Verónica le devolvió la mirada y deshizo el cruce de brazos, se llevó una mano a la frente y miró a su hija entretenida con la manicura.
—Renuncié.
—¿Qué? —gritaron al unísono sus primas.
—¿Problemas con Alejandro? —preguntó Carmen.
—¿Problemas con el presidente? —preguntó Anastasia abriendo mucho los ojos sobre su prima Carmen para que no dijera nombres delante de la niña, pues apenas escuchó la palabra problemas y Alejandro alzó la cabeza y las miró con curiosidad con su boca cerrada.
—Con Alejandro, el que vende verduras, claro —dijo Carmen para disimular, pero la pequeña seguía alternando la mirada entre ellas.
Verónica le lanzó un beso y le sonrió, la niña pareció tranquilizarse, le sonrió de vuelta y relajó la expresión, volvió a enfocarse en el trabajo que le hacían en las manos.
—Renuncié porque no es sano que esté allí con el presidente y el director, ya saben quiénes, se llevan como perros y gatos y yo en el medio, me cansé —explicó con la mirada desviada.
—Hmm …a mí me huele a que hay algo más —comentó Anastasia, se levantó de donde estaba y se sentó junto a Verónica, comenzó a acariciarle los cabellos —, habla primita tonta, no te juzgaré.
Verónica la miró a los ojos y soltó un suspiro hondo que hizo que sus dos primas y hasta Martina se giraran a verla.
—El presidente, saben, confesó algo.
—¿Qué? ¿Un asesinato? —preguntó Anastasia fingiéndose horrorizada.
—¡Boba! Estoy hablando en serio.
—Ya deja la bobería, Anastasia —la regañó Carmen. Anastasia se carcajeó y besó a Verónica en los cabellos con intensidad.
Verónica sonrió, pero de su rostro se apoderó de nuevo un rastro de preocupación.
—Dice que me quiere —recitó con la mirada fija en su hija.
—¿Qué? —gritaron al unísono Carmen y Anastasia, Martina se giró a verlas.
—Sí, me dijo que siente… no sé, no sé, yo no puedo creer que haya tenido la cara dura de decirme eso después de tantos años, después de lo que pasamos, de las decisiones que él tomó, de cómo me trató, yo la verdad no entiendo.
—Un momento —pidió Anastasia mientras alzaba una mano con un gesto firme —. Ese señor de qué, de dónde, cómo se enamoró, ¿solo? Qué loco, no, prima, yo huyo, corro, me pierdo, le pongo orden de restricción, ¡Qué psicópata!
—¡Por Dios!, Anastasia, no todas las personas son psicópatas —dijo Carmen —, pero sí estoy de acuerdo con algo: ¿Dé que habla él? ¿Qué sentimientos? Ese señor es una bandera roja caminando.
Verónica se encogió de hombros.
—Se oía sincero, interesado, me dejó desconcertada, chicas, sentí que no podía más estar allí.
—¿Y ahora?
—Me han ofrecido trabajo en otros lugares, yo por no abandonar al director, he declinado las propuestas, pero ya no más, debo irme por mi paz mental.
—¿Y Alejandro? Mi mamá me dijo que lo encontró aquí en la mañana.
—Sí, se me cayó el mundo cuando lo vi en la puerta, pero supuestamente entendió, está raro, pero sabes, no voy a aguantar nada de nadie. Si le molesta mucho, si la situación lo supera, que siga de largo, lo único que yo necesito es a mi hija y la tengo conmigo.
Sus primas se quedaron mirándola con compasión.
—Tú lo quieres —dijo Carmen, Verónica no lo negó, alzó los hombros y afirmó.
—Prima, tienes razón, yo que pensaba que el que iba a acabar con tu soltería eterna seria uno de esos superejecutivos, pero no, ellos no saben qué hacer con un mujerón como tú.
Verónica se quedó pensativa, pensó que sí, que una vez estuvo muy ilusionada por Julio César y terminó muy dolida al descubrir cómo era realmente, y después se ilusionó con Alejandro, que parecía el hombre perfecto, también parecía anteponer sus rencillas con Julio César por encima de lo que tenían.
Tocaron a la puerta. Las cuatro miraron en la misma dirección. Verónica suspiró esperando que fuera Alejandro, ella no lo iba a buscar, pero ansiaba verlo, aclarar las cosas con él, saber que todo estaba igual entre los dos, su corazón se sentía oprimido ante el solo pensamiento de que él no quisiera verla más.
—Yo voy —dijo Anastasia, se levantó con gracia hacia la puerta. Abrió.
—Hola, Anastasia.
—César Augusto, ¿qué haces aquí? —preguntó la chica, Verónica echó la mirada hacia la puerta, detrás de César Augusto apareció Julio César.
—¡Tú! —gritó Anastasia.
—Hola, ¿Está Verónica?
—Se mudó esta mañana a Bora Bora.
Él rodó los ojos y Verónica ocultó una sonrisa. Se levantó y se acercó hacia ellos, con las manos sobre las caderas, dispuesta a defenderse si debía hacerlo. César Augusto lucia misterioso como no era él.