Verónica miró alrededor y vio a la familia de Julio César, solo faltaba la abuela; Migdalia la saludó con la mano cuando la vio, se giró a ver a sus primas y les hizo una seña con la cabeza para que la siguieran, se acercó con ellas y la niña en brazos.
—Abu.
—Mi niña. —Migdalia la tomó en brazos.
—Gracias por venir —dijo César Augusto, emocionado —, debo ir con los chicos de la banda.
—¡Suerte! —le dijo Verónica.
Anastasia se acercó y le dejó un beso intenso en la mejilla.
—Mucha suerte, César, que sea un éxito. —Le guiñó un ojo, lo que provocó que el chico se pusiera de colores y su familia lo molestara por ello. Anastasia reía con suficiencia.
—Vero, me alegro mucho de que vinieran, mi hijo estaba nervioso por esta presentación, aunque no sé —dijo Migdalia con tono orgulloso, se quedó callada cuando vio a Julio César junto a Verónica, que se dio cuenta de que para su familia también resultaba una sorpresa su presencia allí.
—Madre.
—Julio César, qué sorpresa.
—César me invitó.
—Claro, y te debió amenazar o algo porque para qué aceptarás la invitación.
—Lo apoyo, es todo.
—Me parece bien —replicó su madre.
—Bueno, vamos a sentarnos, está llegando más gente —interrumpió Anastasia.
Julio César esperó a que todos se sentaran, pero no se apartó de Verónica y terminó sentado a su lado, ella soltó una respiración honda y lo miró con reproche, la niña se sentó junto a la abuela y el abuelo que conversaban entretenidos con ella.
—Invité a Alejandro. En el auto le comenté a César Augusto, me dijo que no había problemas.
Julio César bajó la cabeza con pesadez y suspiró de forma pesada y tras aclararse la garganta se volvió a mirarla a los ojos.
—Es un evento libre, tengo entendido.
—Julio César…
—¿Quieres que me quite de aquí? ¿Te dejo el puesto? —preguntó sin mirarla.
—No seas así, solo quiero que sepas que lo invité, por si aparece no te caiga de sorpresa, es todo. Sé que no se llevan bien.
—Cuando aparezca, me iré.
Verónica tragó saliva y afirmó en su dirección, aunque él permanecía con la mirada puesta en el escenario, ya que no sabía si Alejandro se aparecería o no, de pronto quiso llorar sintiendo que quizás lo había perdido, que su situación con Julio César lo alejaba. Miró al hombre junto a ella y no pudo odiarlo, era el padre de su hija y parecía tan roto que era incapaz de ver el daño que hacía con sus acciones.
Esperaba que la apoyara como lo hizo cuando Julio César se fue y ella no supo de él más, entendía que ahora que había vuelto, Alejandro podía sentirse incómodo, revisó su teléfono esperando alguna respuesta suya, pero nada, sintió un vacío enorme en su corazón, miro alrededor con la esperanza de verlo, porque la esperanza era gratis, imprudente.
Sí, Alejandro no se presentaba, además pasaría vergüenza con Julio César quien se regodearía en su desplante.
Las luces del escenario se apagaron, oyó la voz de su hija haciendo preguntas, sonrió y miro hacia donde se encontraba la pequeña, se iluminó todo y el sonido de una guitarra se escuchó en el escenario.
Se iluminó todo a la vez y se pudo ver a César Augusto detrás del micrófono con su guitarra y al resto de la banda detrás de él, se emocionó al verlo y por segundos olvidó su pena.
—¡Buenas noches! Gracias por venir, hoy les tenemos una buena noticia, hoy celebramos que Arius firmó con una importante disquera, pronto comenzaremos las grabaciones y esperamos que nos apoyen como nos han apoyado hasta ahora, gracias —dijo un emocionado César Augusto.
Sonrió pensando que lo veía en sus cosas, relajado, sin pretensiones, ella creía que solo era aún pasatiempo suyo, sabía que tocaba por dinero en algunos eventos, pero nunca se imaginó que iba tan en serio con la música, se giró a ver a Julio César, miraba a su hermano como si no lo conociera y lo estuviera viendo por primera vez.
—Debes estar orgulloso —le comentó.
Julio césar sonrió de medio lado y afirmó con un movimiento ligero de cabeza.
—Lo estoy.
Una melodía suave se escuchó para luego dar paso a notas aceleradas sobre la guitarra, la voz de César llenó el lugar, a pesar de las tribulaciones de su mente, sonrió y disfrutó de lo que veía y oía.
—Mi tío, mi tío —gritó Martina. Julio César y Verónica se vieron y rieron. La niña gritaba histérica.
—No sé por qué es tan gritona, qué ordinaria es —se quejó Verónica entre risas.
—Está emocionada.
—Es una loquita.
—El loco soy yo, estaba dispuesto a perderme esto. Ella los adora, y mi familia la adora.
—Sí, pero ya estás aquí, de nada sirve lamentarse.
—Lo siento mucho, no sabes lo que me arrepiento por haberme ido, no dejo de pensar como sería todo, en como sería nuestra relación y en cómo habría cambiado mi vida.