El presidente

Capítulo 41: Agridulce

Verónica sentía un ligero dolor de cabeza, consecuencia haber bebido indiscriminadamente esas copas de vino porque estaba segura de que no volvería al día siguiente a Industrias Crawford, pero después de ese mensaje de Alejandro, comprendió que no podía dejar las cosas así. No espera seguir trabajando allí, lo que no implicaba que se fuera dejando todo atrás abandonado, así que debía presentarse una vez más.

Dejó su apartamento con una mezcla de expectación y melancolía que no pudo dominar, esperaba el taxi que la llevaría, pues no se sentía de ánimos para caminar hasta la parada, esperar que el autobús hiciera el trayecto para llegar a su destino, esa mañana quería resolver todo, quería tenerlo todo resuelto de forma rápida.

Saludó con un parco buenos días al conductor y recostó la cabeza del asiento con los ojos cerrados, aspiró aire y pensó que debía reunir fuerzas para hablar con Alejandro, presentía que su: «Debemos hablar» significaba que quería dejar de verla, insistía con no hacer escenarios por adelantado en su cabeza, pero le era tan difícil no imaginar lo peor después de saber que él asistió al evento y no se acercó.

«Claro, si él hubiese llegado, no hubiera ido a casa de los padres de Julio César, ¿qué habría hecho?».

No pudo responder más que con un: «mañana nos vemos».

Se levantó de la silla y fue por su hija, Julio César caminó detrás de ella, impaciente, preguntándole qué había pasado. Ella respondió simplemente que debía dormir bien, pues debía ir al día siguiente a la compañía.

—Me alegra que cambiaras de opinión —expresó él con evidente satisfacción.

—No he cambiado de opinión, pero debo ir.

Él respondió con una expresión seria.

—Las llevo.

Se reprendió así misma por haber accedido a ir a casa de Julio César, y conversar con él como si nada, pensó que entendía por qué para Alejandro podía ser complicado, ella quería paz y al estar en medio de los dos, no lo estaba consiguiendo.

Saludó a los hombres de seguridad en la recepción y tomó el ascensor, Melisa se encontró con ella de frente dentro del aparato, Verónica la abrazó y la besó en la mejilla con afecto.

—¿No me estás huyendo? —preguntó la chica.

—No, sé que quieres que participe en tu boda. Lo haré, debo dedicarte tiempo, he estado liada, lo siento.

—Te extrañamos mucho.

Alzó los hombros.

—Lo sé. Martina me consume un poco el tiempo.

Melisa le sonrió con un gesto misterioso. Verónica recordó los rumores sobre Julio César y cortó la conversación.

—Te deseo lo mejor en tu boda, Melisa.

—Gracias. Te espero para ponernos al día.

Agradeció mentalmente que Melisa y el resto bajaran antes que ella, al entrar a la oficina de presidencia se encontró con que Julio César ya estaba allí, se levantó del sofá al verla, le sonrió mirándola a los ojos. Se metió las manos al bolsillo y se meció ligeramente hacia adelante.

—Buenos días, amanecí con un dolor de cabeza tenue, ¿Y tú?

—Igual, pero ya me siento bien —replicó ella con tono amable.

—¿Y la niña?

—Durmiendo, estaba muy cansada, se agitó mucho.

—Verónica, quiero que esto funcione, tal vez la solución sea que trabajes en un área donde ni esté Alejandro ni yo. ¿Qué dices? Pero por favor, no te vayas.

Apretó su bolso contra su cuerpo y se mantuvo tensa frente a él. Ahí estaba, guapo, alto, elegante, haciendo un esfuerzo por ser agradable, luchando con su propia necesidad sin pensar realmente en ella.

—¿No quieres escucharme? ¿Saber qué pienso? ¿Saber cómo me siento? Lo importante es lo que se acomode a ti y nada más.

—De ninguna forma.

—No quiero sonar pesada, Julio César, como que contradigo todo lo que dices, no me escuchas, y si no me escuchas lo que sale de ti son cosas pensadas para resolverte la vida a ti, no estoy esperando que resuelvas nada de mi vida, ya te has ocupado de lo que debías, quiero corregir esta intromisión de traerme a trabajar contigo.

—¿Intromisión? Solo porque tienes una relación con Alejandro, esto no debería afectarlos si lo que tienen es real.

—Julio César Betancourt, te agradezco muchas cosas, te tengo que reprochar otras, entre las que te voy a reprochar: que te entrometas en lo mío con Alejandro. Sabes que no podré trabajar contigo o con él o aquí mientras sigas pensando que por algún motivo te pertenezco, así que mejor me voy, no pasa nada, todos estaremos más tranquilos, dejaré en orden mis cosas con Alejandro, eso sí.

—Entiendo. Lo entiendo. Si quieres irte, lo entiendo, pero no es necesario.

—Gracias por todo, recogeré mis cosas y me iré a ventas. Muchas gracias por la oportunidad, pero no puedo tomarla.

Pasó junto a él con el mentón alzado, pudo sentir el peso de su mirada sobre ella, recogió los papeles que había llevado consigo y los observó nostálgica, amaba ese lugar, pero no podía seguir allí, no soportaría los rumores, el ambiente pesado, las constantes peleas, necesitaba paz en su vida.

Entre las cosas que se había llevado estaba un viejo par de lentes de pastas que solía usar, sonrió recordando esos días, desde que descubrió y se atrevió a usar los lentes de contacto, solo conservaba un par de gafas para descansar los ojos. Recordó que era la misma montura que Julio César le hizo llegar una vez pidiéndole discreción.



#55 en Novela romántica
#23 en Chick lit

En el texto hay: hijos, oficina, custodia

Editado: 16.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.