Alejandro revisaba la máquina para inflar globos mientras Martina lo miraba impaciente. Él la miraba de vez en cuando y le sonreía, pero ella le devolvía una mirada adusta y a veces angustiada.
—No va a servir, ¿verdad? ¿Se dañó?
—Puedo repararlo.
—Le eché agua —confesó.
—¿Qué?
—A los globos y los inflé ahí, pero no sirvió.
Verónica sintió que el cuerpo se le vacío. Se acercó tensa hacia ellos y tomó la carita de Martina entre sus manos.
—¿Qué hiciste qué? ¿Estabas manipulando esa máquina?
Ella alzó los hombros y miró hacia el jardín de sus abuelos, donde sus tíos luchaban por instalar colchones inflables.
—Poquito.
—A ti hay que vigilarte las veinticuatro horas del día, Martina. Qué nervios.
—Creo que sé que tiene, ya vengo —dijo Alejandro cargando la máquina con él hacia el taller del abuelo de la niña.
—Quédate aquí conmigo, vamos a ayudar a la abuela a poner los manteles —le dijo Verónica a Martina, quien de inmediato arrugó el gesto.
—Es mi fiesta, no debería hacer nada.
—¡Martina!
—¿Y cuándo va a venir mi papá? ¿Va a venir? Quiero verlo y abrazarlo.
Verónica sintió una punzada en el pecho, desde aquella conversación que Julio César escuchó en la oficina de Alejandro se limitó a ver a la niña en casa de sus padres, no la visitó más en el apartamento y como ya no trabaja en Industrias Crawford, no lo vio más, sería la primera vez que lo vería desde entonces y estaba segura de que sería incómodo, no dejaba de sentir vergüenza por haber hablado de él así, aunque era la verdad.
—Claro que vendrá, te dijo que venía, ¿no?
La niña afirmó con vehemencia.
—¿Quieres mucho a tu papá?
—Sí, es mi papá. Lo quiero.
—Qué bueno.
—Él no me cuidaba antes porque tú no lo dejabas, pero ahora sí.
—¿Qué? No, ¿de dónde sacas eso? ¿Quién te dijo eso?
—No sé. Yo creo ¿No?
—No, claro que no, él estaba de viaje, por eso no te… no estaba aquí, antes. ¿Segura de que nadie te dijo eso? Es una mentira, Martina, ¿estás inventando cosas ahora?
La niña se abrazó a sus piernas.
—Te quiero.
—Mi niña, también te quiero. Nunca haría nada para dañarte.
—Los manteles —dijo Migdalia mostrándolos.
Las mujeres se dedicaron a poner los manteles sobre las mesas, Martina pesé haber protestado, se emocionó de ayudar a cargarlos.
Para Verónica el comentario de su hija no quedó en el aire, temía que fuera algo que hubiese escuchado en casa de su abuela y maquinaba en su mente como salir de duda sin caer en un conflicto. Migdalia reía con la niña mientras le explicaba cómo debía ir el mantel, Martina por juguetona lo ponía al contrario y reía con malicia hasta que vio llegar a su familia y la niña corrió a recibir a Anastasia, Carmen, a Amelia y al resto de sus tíos y primos maternos, lo que Verónica aprovechó para salir de dudas.
—Esta hija mía está pasada, ¿no es cierto?
—Ah, es una niña juguetona, normal, es normal, así son todos.
—Ahora inventa cosas.
—¿Sí? Eso es normal también, Verónica.
—Pues ha dicho que yo no le permitía ver al padre antes, que por eso no lo conoció sino hasta ahora.
Migdalia dejó la tarea y la miró horrorizada.
—¿Julio César le habrá dicho eso? No lo creo capaz, pero…
—Un invento de ella, pensé que pudo oírlo aquí.
—No, Verónica, ¿cómo se te ocurre? Somos justos, sabemos que mi hijo solo se ocupaba de lo económico, que nunca antes quiso ni conocer a la niña. Hablaré con él.
—No, discúlpame, Migdalia, no quise acusarte de nada, pero quizás haya repetido eso aquí.
—No. Me ofende que pienses eso.
—Lo sé, discúlpame. Qué vergüenza, no debí comentar nada. Claro que ustedes no serían esa clase de gente nunca, no le dirían esas cosas a mi hija.
—¿Qué te dijo la niña?
—Que eso creía ella.
—Pudo haber sido un invento suyo, pero por si acaso interrogaré a Julio César. —dijo con expresión seria, de pronto se quedó con la mirada colgada, miró a sus hijos en el jardín y giró rápido la cabeza hacia el porche de su casa, donde estaba su madre en la mecedora.
—Iré a recibir a mi familia —dijo Verónica.
—Yo voy a hablar con mi madre.
Verónica saludó a sus primas y tíos, alzaban a la niña en brazos que reía feliz con las atenciones.
—¿César Augusto está? —preguntó Anastasia alisando su cabello.
—Fue a buscar a los amigos, van a cantarle a Martina.
Los ojos de su prima se iluminaron.