El presidente

Capítulo 46: Reflexiones

Verónica abrió la puerta, Amelia la repasó de arriba abajo, pues era la hora en la que regularmente salía al trabajo y llevaba pijama.

—¿No vas a trabajar?

—Sí, es decir, no iré, lo haré desde casa, pedí trabajar hoy así, porque hoy Julio César va a la fiscalía, no quería dejar de estar atenta por cualquier cosa.

Amelia se asomó al cuarto de Martina y la miró con suspicacia.

—No has levantado a la niña.

Alzó los hombros.

—Amelia, no, estoy nerviosa, no sé qué pase hoy, Alejandro me dijo que me quedara tranquila, que todo saldría bien, pero no puedo, mi mente no se queda tranquila, no puedo con la angustia.

—Claro, después de todo es el padre de tu hija, ¿no? Es por eso —comentó críptica mientras caminaba hacia la cocina —. Voy a montar café.

Verónica la siguió.

—Sí, por supuesto.

—Por qué me explicaste que si él daba la cara, ya Alejandro y la rubiecita no tenían que andar escondiéndose.

—Exacto.

—¿Y cómo les fue ayer? Anastasia ahora se la quiere pasar en esa casa, creo que le gusta el músico.

Verónica sonrió.

—Se gustan desde que se conocieron, pero bueno, ella no le había querido hacer caso, mentira, como es hermano de Julio César, yo…, no estoy orgullosa, pero se lo tenía como prohibido.

—Pero él es buen muchacho.

—Sí, lo es, y yo soy una tonta. Anastasia los acompañó ayer junto con César Augusto, se distrajeron y eso, cocinaron juntos. Estuvieron bien.

—Qué bueno, ¿qué raro que tú no fuiste?

—Bueno, es que está Alejandro, pero también está él, no quería que fuera incómodo.

—¡Aja!, te pillé, te gusta el estirado —la acusó con la mano.

—¿Qué? Claro que no, es solo sentido común, Amelia. Alejandro y él no se llevan bien, aunque ahora por las circunstancias como que están civilizados los dos, y yo en el medio, es todo.

—Yo recuerdo que llorabas por él —soltó mientras manipulaba la cafetera.

—No, claro que no, lloraba porque estaba sola con mi hija y él, bueno, estaba negado a ser padre y esa situación, no por él, Amelia, claro que no.

Se sentaron en la mesa del comedor, Verónica desviaba la mirada y se tocaba el cabello y la cara sintiendo nervios por el día que tenía adelante.

—Alejandro es un buen hombre, es guapo, bueno, te ha apoyado mucho, pero no lo veo contigo, no es para ti, él ahora está, sabes, por fin está contigo, no niego que se le notara que le gustabas, yo siempre te lo decía, pero tiene un ritmo de vida que no se parece a ti, gimnasio, eventos, círculos sociales, amistades de nariz estiradas, no te veo en ese mundo, mira que él siempre está es de este lado, tú nunca del lado de él.

—No me siento cómoda en su círculo.

—Ves.

—No es nada, Amelia.

—Yo sí creo, en cambio, este señor, bueno es que eres como una más de su familia, lo vi el día de la fiesta de la niña, el sábado, te veías en tu ambiente allí con ellos.

—Son gente buena y adoran a mi hija y mi hija a ellos.

—No es que ahora lo prefiera, también me parecía un mal señor. Mi hija lo odia, pero es que lo he visto últimamente y adora a la niña y a ti, se le nota.

—Deja de decir tonterías.

—Los vi ese día y a ti te gusta Verónica. Sería bueno que aclararas tus sentimientos, porque Alejandro no se merece eso.

—¿Qué? No puedo creerlo, ¿Qué crees que hago? —preguntó y luego se carcajeó. Amelia alzó los hombros y las cejas e hizo una mueca de suficiencia —. Esto es increíble.

—Mira, pasaste mucho tiempo sola, este hombre supergalante y guapo, te muestra interés, caes, yo entiendo, pero en las relaciones pesa más que la atracción, el agradecimiento, y a ustedes no los veo así como, para siempre sabes, en cambio, el otro, que sé no es el favorito de nadie, pero es…

—Amelia, qué locuras estás diciendo, casi que me lanzabas a los brazos de Alejandro.

—Yo sé, sí, yo sé, pero es que te veo, lo veo, los veo. No sé.

—Mira, voy a levantar a Martina, para que se bañe, ya le preparé el desayuno, ahí tiene las tareas que debe hacer hoy, te descargué nuevos juegos en la Tablet, que comience el día.

—¿No irás a la fiscalía?

—No, debo trabajar, no están solos, Anselmo irá con ellos.

Su corazón se aceleraba de repente, sentía un dolor de cabeza producto de la angustia, levantó a Martina que protestó como cada mañana, entre Amelia y ella la prepararon para que se diera su baño.

—Voy a ir encendiendo la computadora —anunció y dejó a Amelia completar la tarea.

Las palabras de Amelia se quedaron flotando en el aire, amaba a Alejandro, lo quería mucho, sentía que si estaba enamorada de él, pero había algo de cierto en las palabras de Amelia, se sentía efímero, frágil, hasta forzado, no por él, la relación en sí era mono ambiente, ella compartía poco o nada con sus amigos, y él único al que realmente trataba era a Jurgen, del resto sentía que luchaban por integrarse.



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En el texto hay: hijos, oficina, custodia

Editado: 16.12.2025

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