El presidente

Capítulo 48: Familia

Martina jugaba con un gato que uno de los mellizos recogió en la calle, Verónica salió horrorizada hacia el jardín cuando se dio cuenta de lo que su pequeña hacía.

—Martina, deja al gato —gritó corriendo hacia ella.

La niña reía histérica tratando de tomar al gato por la cola, su tío estaba distraído con una chica conversando, el grito de Verónica lo puso sobre aviso así que se giró y al ver a la niña estresar al gato corrió hacia ella y antes de poder levantar al animal del suelo, este arañó a Martina en el brazo. Martina gritó y comenzó a llorar, Marco Aurelio alejaba al gato mientras Verónica la revisaba.

—Malo, miau malo, mami —sollozó.

—Martina, por Dios, estabas molestándolo y el gato se defendió. Déjame ver eso.

—Lo siento, Vero.

—Tranquilo, Marco, ella sabe que no debe hacer eso, ya le ha pasado, la otra vez fue con un perro casi le muerde la cara.

Marco Aurelio se acercó y beso a la niña en la cabeza.

—Mi sobrina hermosa, valiente que es.

—Tampoco la alientes a seguir siendo una salvaje con los animales.

—Yo lo sobo suave, mami.

—¿Sí? No me pareció que era lo que hacías.

—Mejor la llevamos al ambulatorio a que le inyecten algo, el gato la arañó —comentó el chico.

—Sí, eso vi, revisaba que tan profundo fue.

Se aproximó un auto y Verónica se quedó sin aliento, ese día saldría Julio César, por eso estaba allí con Martina, cuando vio que el auto que se aproximaba era el de Julio César, caminó con la niña hacia una pila de agua del jardín y lavó la herida que dejó el gato.

—Vas a estar bien, mi niña salvaje.

—Oh, ya lo soltaron —gritó Marco y corrió adentro de la casa llamando a su madre a gritos. Verónica lo vio bajarse del auto, llevaba ropa informal y el cabello recién lavado.

Se mantenía serio, al hacer contacto visual le dedicó media sonrisa, vio a Martina y sonrió con amplitud, cuando la niña se dio cuenta de su presencia, comenzó a llorar y corrió hacia él sosteniendo el brazo donde la arañó el gato.

—Papi, miau malo, me mordió, me hizo arrgh…

—¿Qué? A ver, déjame ver —dijo él tomándola entre sus brazos, la niña se abrazó a su cuello.

—Me quería comer…

—Pobre, mi chiquita.

Verónica se acercó con cautela.

—Bienvenido.

—Gracias —dijo y soltó un suspiro

—. No es definitivo, pagamos la fianza y ahora continúa la investigación, pero ya en la calle, es diferente.

—Papi, mi brazo —interrumpió Martina.

—Hijo —gritó Migdalia saliendo a su encuentro junto con su padre y sus hermanos. Julio César se Abrazó a ella sonriente.

—Ya, todo bien —dijo calmándolos, ya que se veían visiblemente emocionados.

—Gracias a Dios, que angustia, debes renunciar a ese trabajo ya mismo.

—Cálmate. Todo se está solucionado.

—¿Qué le pasó a la niña? —preguntó su madre examinando el brazo de la pequeña que empezó a llorar de nuevo.

—La arañó el gato —respondió Verónica alzando los hombros.

—Culpa de Marco Aurelio, se lo dije, trajo un gato de la calle, que horror —respondió la mujer.

Julio César sonrió y acarició con ternura los cabellos de Martina, la besó en la mejilla con intensidad y la abrazó a él con los ojos cerrados, Verónica notó como Migdalia se conmovía ante el gesto de su hijo.

Para su familia también era un nuevo Julio César.

Se le quedó mirando a la niña con admiración.

—¿Me das helado? Estoy herida.

Julio César se carcajeó.

—Sí, te daré helado, mi princesa. Martina sonrió ante lo que Verónica le dedicó una mirada de reproche por lo que hundió el rostro en el cuello de su padre.

Sabía que su hija estaba muy consentida y era manipuladora como advertía que sería siendo la única niña de la familia de su padre, y él, cargando con el arrepentimiento de haberse marchado antes, la consentía más, no se atrevía a contradecirla mucho.

«Me toca ser la dura con la niña», pensó Verónica.

—Vamos a llevarte primero a que te revisen eso —dijo él.

Martina afirmó y recostó la cabeza de su hombro.

—Si quieres yo la llevo, descansa —le dijo Verónica.

—No, yo la llevo, ¿vienes?

—Sí, claro. Voy por mis cosas. Julio César la siguió y saludó a su abuela que rio al verlo, se dieron un abrazo que ella miro de reojo.

—Mi nieto doctor.

—Abuela.

—Sí, ya sé que no eres doctor, tampoco eres mi nieto, ah no, eso sí eres —. Se carcajeó. Martina la imitó.

—La bizcabuela se ríe de ti, papi.

—Bisabuela. Y tú también lo estás haciendo.



#55 en Novela romántica
#23 en Chick lit

En el texto hay: hijos, oficina, custodia

Editado: 16.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.