Verónica dormía sobre la cama a su lado, a él le costó subirse a la cama, el dolor lo estaba matando, sabía que no podía seguir perdiendo sangre, era de madrugada nuevamente, solo escuchaba gritos y peleas fuera de la habitación. No les dieron más comida o agua, así que lo que le habían llevado esa mañana, él prefirió que se lo comiera ella, pero Verónica le peleaba porque necesitaba estar mejor alimentando por la herida.
Acarició sus cabellos y suspiró sobre ella. Besó su mejilla y la contempló dormir. Él no pudo hacerlo más, por momentos el dolor lo debilitaba, pero sentía que debía estar alerta, esos hombres estaban alterados por el cambio de planes.
Él les ofreció varias alternativas, pero sospechaba que estaban confabulados con alguien de adentro de la compañía, porque no tomaban ellos las decisiones, llamaban, consultaban y regresaban con una negativa, decían que debían esperar nuevas instrucciones.
—¿No has dormido? —preguntó verónica.
—No, no puedo, no sé qué va a pasar, se me acabaron las ideas, les di hasta las claves de acceso de las cajas fuertes. No se atreven a hacer nada.
—Estás pálido, has perdido sangre, me preocupa…
—Tranquila. —Pegó su cabeza de la de ella —, me basta con que descanses tú, comas tú, y te hidrates.
—No lo comeré todo, no sabemos cuánto tiempo más estaremos aquí, y estos hombres no nos darán más comida.
Recordó a su hermana Gracia, como de repente no se sentía tan loco por pensar que sí, que aquello fue su culpa y lo malo que pasara a su alrededor también.
—¿Sabías que éramos cuatro? Tuve una hermana.
—Tu madre me contó.
—Yo dejé que pasara, yo debí cuidarla y no la cuidé…
—Es absurdo, no digas eso, tus padres me explicaron, no podías hacer nada.
—Unos segundos de diferencia y pude haberla salvado, ella viviría hoy en día, sería madre o andaría de novia, seria ingeniero, con seguridad…
—No, ya, no hagas eso, no ahora. Debes ir a terapia, te lo digo en serio. No puedes vivir con esas culpas. Eras un niño, tan víctima como ella, porque te quedaste con ese trauma. Ahora entiendo muchas cosas, te has castigado por algo que no debiste haberte castigado.
—Lo hago de nuevo, soy un inútil, mira esta situación, y solo estoy aquí durmiendo, quejándome.
—No puedes hacer nada más. Sería loco intentar vencerlos, están armados son más y están sanos. No te pido que me rescates, te pido que conserves la cabeza.
La besó en los labios con intensidad, ella respondió, sonrió y se alejó de él.
—Bésame cuando sientas que decaerás, hazlo —dijo con tono amable, él acarició su brazo y besó su frente.
Así se quedaron el resto de la mañana, hasta que escucharon una explosión que los dejó sordos, Verónica se aferró a su pecho. La ventana estalló, los dos temblaban abrazados, entre el humo y los escombros no lograba ver bien, vio hombres encapuchados y armados.
—Señor Betancourt, somos de Inteligencia táctica, debe seguirnos ahora —dijo uno de ellos. Lo oía a lo lejos, el ruido de la explosión no lo dejó sordo por completo, pero le costaba oír.
—Está herido —susurró Verónica.
—No hay tiempo de meter una camilla.
Hizo señas a unos hombres que entraron rápidamente y los ayudaron sirviendo de apoyo a Julio César, otros se pusieron en posición contra la puerta.
—Salgan, ahora…
Los sacaron por la ventana, la luz del sol que salía lo molestó, fue consciente de que no había visto la luz del sol. Entonces también oyó ruido de helicópteros en el cielo, autos llegando desde varias direcciones. Un helicóptero estaba a punto de salir, otros rondaban la zona, vio a Verónica subir, lo ayudaron a subirse a él, aunque el dolor era intenso resistió por salir de ahí, el helicóptero se elevó alejándose de la zona. Sostuvo la mano de Verónica con fuerza, a lo lejos se oyeron los disparos.
Verónica comenzó a llorar cubriéndose el rostro. Él rio conmovido y lloró también. Estaban vivos, los rescataron. Los habían rescatado. Rio histérico entre lágrimas.
«Gracias, Dios».
—Estamos vivos, Julio César.
—Sí, sí. —Rio. Ella le apretó la mano.
Llegaron al helipuerto de un hospital, los esperaban médicos con camillas y sillas de rueda, vio cuando a ella la subieron en una silla mientras a él lo subían a una camilla, vio también que Alejandro se levantaba de una silla de rueda y la recibía con un beso en los labios ella estaba llorando de felicidad por verlo, estaba vivo, él también estaba vivo. Tragó saliva y cerró los ojos. No supo si ella se volvió a verlo, pero le dijo que lo amaba, lo amaba, y ahora que los dos sabían cómo se sentían, no había más secretos.
Cuando despertó estaba en una habitación y no recordó nada más. Se miró la pierna vendada, una enfermera advirtió que estaba despierto y después de sonreírle corrió a llamar al doctor, también entró la policía.
—¿Cómo se siente? —preguntó el doctor.
—Bien, quiero ver a mi familia, quiero ver a mi hija, ¿cómo están ellos?