El presidente

Capítulo 57: Caminos

Alejandro la esperó como siempre recostado de su camioneta, se veía guapo e imponente como siempre, le sonrió de medio lado con picardía y le guiñó un ojo al verla, la repasó de arriba abajo, Verónica le sonrió tímida, ya no le movía el piso sus miradas atrevidas, ni la enloquecía su picardía, estaba rota y atormentada, era el mismo Alejandro de siempre pro ella no era la misma Verónica de antes.

Había aprendido a vivir sola con su barriga, con su hija, con el apoyo y compañía de unos pocos, los demás no estaban obligados a estar para ella, nadie estaba obligado a estar para ella, ni siquiera él, pues su compromiso era con su hija, no con ella, una vez que volvió Julio César se dio cuenta de que aún tenía cosas por aprender, se cuestionaba que era con él que sentía que crecía y aprendía, que debía adaptarse y reaccionar.

Julio César era quien representaba un reto en su vida, eso debía significar algo, que se lo volviera a cruzar en la vida, solo podía significar que debía todavía aprender algo de él. Lo juzgaba con dureza, pero ella tampoco había actuado bien.

Alejandro la rodeó con sus brazos y la pegó a él, besó sus labios y le sonrió.

—¿Estás bien?

—Sí, necesitamos hablar.

—Vamos, te llevo a comer.

Ella alzó los hombros. Se subió a su auto y al colocarse el cinturón de seguridad se giró a verlo, él le sonreía cauteloso.

—¿Cómo has estado, Alejandro?

—Bien, no dejan de interrogarme, han hecho de mi vida un infierno.

—Lo siento mucho.

—Para mí, que tú me creas es lo importante.

Llegaron a un restaurante que a él le gustaba frecuentar, miró su reflejo en la puerta de vidrio del local, se veía bonita, elegante, con ropa fina que nunca antes se habría preocupado en comprar, andaba con un hombre atractivo, poderoso, y se sintió tan vacía, esa nunca fue ella. Ya no sabía ni quién era ella.

Se sentaron en la mesa de siempre, ella acomodó su cabello y aspiró aire, mientras él ordenaba ella bebía de una copa con agua.

—¿Y bien? Tu familia sigue odiándome, me imagino.

—No tiene importancia, están necios. Se preocupan por mí.

—Tú me crees, eso es para mí, lo más importante, te lo juro que no haría nada jamás para dañarte, ni para dañarlo a él, es el padre de Martina, por Dios, yo…

—Ya, Alejandro, a mí no tienes que convencerme. No soy la justicia, ni periodista, y yo te creo. Llevamos muchos años de amistad, conociéndonos, sé que no me pondrías en riesgo a mí o mi hija, no apropósito.

Él golpeó el vaso y se puso serio, se echó hacia atrás en su silla.

—Amigos, amistad… ¿Qué pasa, Verónica?

—¿No éramos amigos?

—Sí, eso ya pasó, eres mi novia ahora, mi…

—Alejandro —dijo alzó la mano frente a él —. No te voy de decir que no te quiero, esto es difícil, pero…

—¿Qué? ¿Vas a terminar conmigo? —la increpó, sus ojos se humedecieron.

—Alejandro. Yo te quiero, te adoro, has sido para mí un apoyo increíble, sabes las que hemos pasado juntos, pero ahora, justo ahora, necesito concéntrame en mi hija y en mí.

Chasqueó la lengua y miró hacia fuera del restaurante. Negaba sin mirarla.

—Y te juro que nada tiene que ver con lo la investigación, te creo, yo te creo, la familia de Julio César me presiona por eso, más no es la razón por la que tomo esta decisión, mi familia me presiona, y tampoco lo hago por ellos. Lo hago por mí, y por ti, porque no es justo para ti que…

Él la miró a los ojos, contenía las lágrimas, verlo hizo que su corazón se rompiera en mil pedazos, él la amaba.

—¿Qué Verónica? Dilo —dijo con la voz quebrada.

Abrió y cerró los ojos.

—Lo quiero, quiero a Julio César —dijo y comenzó a llorar. Se limpió las lágrimas, él bufó y sorbo por la nariz, se limpió un par de lágrimas, no la miraba. Agitaba su cuerpo sobre la silla.

—Lo sabía.

—No, no podías saberlo, ni yo sabía. No iré a iniciar una relación con él, no estamos en los mejores términos, no es fácil nuestra relación…

—Claro que no, te despreció, no sé cómo puedes querer a un tipo para él que no valías nada, ni embarazada de él.

—Ya, Alejandro. Yo tampoco lo entiendo, no te estoy diciendo que mi iré a vivir con él, de hecho no pasará nada entre él y yo, pero esto no es justo, mereces quien te ame sin espacio para nadie más en su corazón.

—El típico mereces más… No hagas eso, Verónica.

—No sé si es típico, al menos me parece lógico, que estés con alguien que solo te quiera a ti.

La miró a los ojos.

—Yo hago que lo olvides, te lo prometo. Seré paciente, no pelearé más contigo por él, no te celaré, seré paciente, puedo hacerlo.

Ella chasqueó la lengua, le dolía oírlo decirle que se conformaría eso. Colocó sus manos entre las suyas, lo miró a los ojos.

—Ahora no, necesito este espacio para mí, lo siento mucho, estoy siendo injusta contigo. Te agradezco mucho que tengas esa intención conmigo. No estábamos funcionando.



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En el texto hay: hijos, oficina, custodia

Editado: 16.12.2025

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