Serguéi salía disparado rumbo al centro comercial mientras seguía blasfemando contra la crueldad del destino y la falta de liquidez. En una familia normal, si un tipo le pide a otro que seduzca a su prometida, lo encierran inmediatamente con camisa de fuerza y todo. Pero claro, como su jefe es multimillonario, ¡la locura se convierte en capricho excéntrico! Para Serguéi, su jefe era solo un demente forrado en billetes.
—Podría comprarle una máscara de soldador a Olga para que deje de usar esa plasta de maquillaje, o mejor, un casco de motocross para mí. ¡Esa mujer golpea como un camión! Y mi jefe el chiflado quiere que me le acerque... ¿Qué desgracia es esta? ¿Será que soy descendiente directo de Judas Iscariote y me está cayendo el karma a plomo? ¿O de verdad me robé las sandalias de Jesús? Porque no le encuentro otra explicación a esta mala suerte cósmica —Serguéi, con la mente nublada por la miseria, entró sin darse cuenta a una tienda que olía sospechosamente a croquetas y pelo de perro.
—Bueno, ya que estoy aquí, voy a ver a cuánto están los bozales... para perros, claro. Quizás le ponga uno a mi jefe y me ahorre otra semana de órdenes estúpidas. Buenas tardes, señorita, ¿tiene bozal para caninos bípedos? —La empleada casi se ahoga con su propia saliva. Solo la nómina impidió que soltara la carcajada directamente en la cara del cliente.
—Disculpe, señor, pero esta es una tienda para mascotas. Dudo mucho que tengamos algo para humanos... —respondió la chica con una sonrisa que intentaba ser profesional, pero que se le doblaba en burla.
—Vaya, qué fastidio. Entonces, ya que tendré que seguir oyendo al loco de mi jefe, ¿por casualidad no sabe dónde puedo comprar una camisa de fuerza tamaño ejecutivo? —La chica negó con la cabeza, tapándose la boca para disimular una risa que ya le hacía llorar los ojos.
Sin lograr adquirir nada que lo salvara de su "misión suicida", Serguéi fue a las tiendas del maquillaje de todo el centro comercial. A juzgar por la capa que llevaba Olga la última vez, supuso que había agotado las reservas mundiales de base y que solo el maquillaje más exclusivo y absurdamente caro le serviría. Además, le compró una colección de gafas de sol, tan enormes y oscuras que podrían ocultar cualquier tipo de contusión.
—¡Madre mía! Menos mal que el demente de mi jefe me dio su tarjeta. Acabo de volatilizar lo que yo gano en un año... ¡y en potes de pintura y cristales! ¡Qué desperdicio criminal de dinero! —Serguéi huyó del centro comercial. Pero antes de volver a la mansión de los Sokolov a encontrarse con Olga, hizo una parada obligatoria en su tugurio para limpiar esa mordida de perro que le supuraba. No quería morir de septicemia por una estúpida orden de su jefe.
Mientras Serguéi se desinfectaba, Uriel recibía una visita en su habitación.
—Cuñado, ¿nos escapamos al parque? El aire fresco es buenísimo para el espíritu y, ya sabes, para todo —Nyra estaba hiperactiva, intentando ser una cupido eficiente, o al menos no hacer nada que empeorara la situación.
—Sí, me encantaría. Llevo aquí encerrado más que un tesoro maldito —respondió Uriel, que ya había comenzado a disfrutar de la compañía y la sonrisa cegadora de Nyra, a pesar de la lista de percances que ella le había provocado.
—¡Pediré al chófer que prepare el tanque! ¡Digo, el auto! Y nos vamos volando —Nyra salió de la habitación a la velocidad de la luz, como si la persiguiera el mismísimo coyote con un plan infalible. Uriel sonrió ante la energía caótica de la chica y salió de la habitación a un ritmo mucho más elegante.
—Perdón, debí esperar para que bajáramos juntos. Fui demasiado... yo —Nyra se dio cuenta de su error al dejarlo solo.
—No te preocupes, ni siquiera lo noté. estoy ciego, ¿recuerdas? —bromeó Uriel con un guiño (que ella no pudo ver, por suerte).
—Bueno, te ayudo a subir —Uriel se dejó guiar por Nyra, pero ella estaba tan nerviosa que, al llegar a la puerta del auto, calculó mal y... ¡BAM! Le dio un golpe seco en la cabeza con el marco de la puerta. Uriel no podía esquivarlo sin revelar que podía ver, así que aguantó el impacto con la dignidad de un guerrero.
—Auch... —fue todo lo que se permitió musitar.
—Perdon! Debí prestar más atención. ¡Soy un desastre! —Nyra se sentía fatal. Siempre terminaba, de una forma u otra, agrediendo físicamente a Uriel.
—No te preocupes. Soy un cabeza dura de nacimiento, puedo resistirlo —Uriel subió al auto con un dolor de cabeza palpitante, pero feliz de salir a pasear con Nyra.
Ya en el parque, ambos caminaban y disfrutaban del sol y el aire, comieron un helado (que Nyra casi le unta en la oreja) y siguieron los senderos.
—Gracias por invitarme a pasear. Esto es una bendición —Uriel estaba genuinamente contento de pasar la tarde con ella.
—No, gracias a ti por aceptar ¡y por sobrevivir! —La pareja siguió conversando, pero su paz fue interrumpida por un grito desesperado
.
—¡CUIDADO! —chilló un hombre detrás de ellos. Nyra se giró justo a tiempo para ver a un cuidador de perros aterrorizado mientras una manada de criaturas peludas y salvajes corría directamente hacia ellos. Sin pensarlo, empujó a Uriel con todas sus fuerzas hacia la maleza.
Uriel cayó de cabeza y sintió algo blando, tibio y horriblemente pestilente en pleno rostro.
—¿Estás bien? ¡Perdón! —indagó Nyra una vez que el peligro de ser pisoteados por veinte labradores había pasado.
—¿Dime que esto no es lo que creo que es? Por el amor de Dios... —Uriel sabía que estaba embarrado de excremento canino, pero no podía confirmarlo sin traicionar su supuesta ceguera.
Los ojos de Nyra se abrieron como platos y sus manos volaron a su boca para atrapar la carcajada volcánica que amenazaba con explotarle.
Uriel ya no sabía si echarse a llorar o desmayarse de la risa. Tenía tan, tan, tan mala suerte que parecía que el destino lo había marcado con un láser para ponerlo en las situaciones más humillantes y absurdas posibles.