Uriel apretó los puños con una fuerza digna de un villano de cómic para contener la rabia y el enojo puro por su pésima suerte. Si existía una ley de Murphy aplicada a las cuñadas, él era la prueba viviente: siempre terminaba embarrado de algo si Nyra estaba cerca.
—¡Cuñado, perdón, Tengo súper toallitas húmedas de rescate para limpiarte el rostro —Nyra sacó de su bolso un paquete con la solemnidad de un cirujano. Comenzó a restregarle la cara con tanto entusiasmo que usó casi todo el paquete. Fue entonces cuando Uriel notó algo peor que el barro: picazón.
—Me está dando una comezón infernal en el rostro —se quejó Uriel, rascándose la cara con movimientos robóticos.
—¡Qué extraño! Son toallitas húmedas con extracto de manzanilla, ¡las mejores y más premium del súper! —Uriel casi se infarta. Si sus puños hubieran estado libres, se habría agarrado a sí mismo del cuello.
—¿Manzanilla? —Uriel quiso confirmar, rezando para haber oído mal.
—¡Sí, eso dice el paquete! —comentó Nyra, orgullosa. Uriel estuvo a punto de arrebatarle el empaque para hacer una prueba de ADN al extracto, pero mantuvo su compostura de cuñado ciego
—Soy alérgico a la manzanilla —La confesión sonó tan dramática como un balazo. El rostro de Nyra palideció al ver el de Uriel adquirir un tono rojo intenso, como un tomate de invernadero a punto de explotar.
—¡No, no, no! ¡Emergencia nivel tres! ¡Vamos al médico! —Nyra tomó a Uriel de la mano y lo arrastró de vuelta al taxi.
—¡Chofer, apresúrese! ¡Si puede convertir este auto en un ovni, hágalo, pero llegue al hospital ya! —Nyra entró en pánico. El rostro de Uriel no solo estaba rojo, sino que estaba hinchándose a un ritmo alarmante, transformándose en una gran pelota de carne y furia reprimida.
—¡Chofer, por el amor a la velocidad, pise ese acelerador! —El conductor se asustó tanto con la cara del hombre que pisó el acelerador a fondo, superando a Vin Diesel, The Rock y cualquier bólido de Rápidos y Furiosos. El taxi frenó chirriando frente a la entrada de emergencias.
Nyra bajó, corrió buscando una silla de ruedas como si fuera el último asiento en un concierto, y por suerte llegó intacta. Uriel fue montado en la silla y evacuado por una enfermera. Nyra se quedó rezando en la sala de espera, encomendándose a todo el santoral y a San Uriel Arcángel.
Mientras el drama ocurría en el hospital, en la mansión, Serguéi estaba en la puerta principal, ensayando su número de la disculpa y el regalo ante la nada.
—"Hola, señorita Olga, le traje este detalle, ya que vi que su maquillaje esta mañana parecía un mural de carretera recién pintado y supuse que se había quedado sin material de pintura..." —Serguéi se detuvo en seco, asustado por sus propias palabras—: No, si le digo eso, seguro me da una patada de Kung Fu. Ya suficiente tengo con los golpes que me da la vida como para seguir recibiendo los roundhouses de esta mujer.
No sabía cómo acercarse, pero la puerta se abrió de golpe y lo sobresaltó.
—¿Tú qué haces aquí? ¿Ahora eres portero de la zona VIP? —Olga estaba más molesta que de costumbre, llevando un velo de luto en la cara para cubrir el ojo golpeado.
—¡No, señorita, claro que no! Yo solo le traía estas ofrendas de paz... digo, estos humildes regalos para disculparme por mi sinceridad brutal de esta mañana —Serguéi extendió los paquetes. Olga los recibió y, al abrirlos, su rostro se iluminó. Se emocionó especialmente al ver los lentes oscuros, eligió unos gigantes y se los calzó de inmediato.
—¿Cómo me veo? —indagó Olga, girando la cabeza con pose de diva.
—Perfecta —contestó Serguéi, y al ver la sonrisa de Olga, supo que su corazón, que había sido una roca, acababa de caer bajo los hechizos del amor y la mercancía de lujo.
—Solo por estos regalos, y por lo que acabas de decir, acepto que salgamos esta noche. Te espero a las siete, guapo —Olga se acercó a Serguéi con una desfachatez que hizo temblar sus rodillas, dándole un beso tan cerca de los labios que a Serguéi le pareció haber tocado la gloria.
Olga volvió a entrar a la mansión con sus regalos, feliz porque le habían ahorrado el viaje de compras. Serguéi se quedó parado frente a la puerta como un idiota romantizado, acariciando el punto de su mejilla que Olga había rozado.
—Debo resignarme. Esa mujer será mi dulce y
cara perdición —Serguéi se fue de la mansión pensando en el itinerario de la noche. Aún tenía la tarjeta de crédito de su jefe. Como la idea de la cita fue suya, ¡él pagaría! Podría llevarla a un lugar lujosísimo y, de paso, cumplir la orden de conquistar a la prometida del jefe. Un plan brillante.
Mientras Serguéi se marchaba soñando con citas de alto standing, en el hospital, los médicos lograron desinflar a Uriel.
—El señor se encuentra estable y mucho mejor. Únicamente necesita descansar y tomar muchos líquidos. La manzanilla es el némesis de su existencia, pero todo salió bien —le informó una enfermera a Nyra, quien sintió un peso de culpa del tamaño de una camioneta 4x4.
—¿En cuánto tiempo podemos irnos? —indagó Nyra, calculando cuánto tiempo tenía para conseguir el regalo definitivamente no alérgico para su cuñado.
—Un par de horas. Todo depende de la evolución del paciente —Nyra sonrió, le encomendó a Uriel a la enfermera como si fuera un tesoro nacional y salió volando del hospital, decidida a compensar a su cuñado por haberlo convertido en un pimiento humano.