Nyra irrumpió emocionada en una tienda de mascotas demasiado especiales, el tipo de lugar donde los perros tienen mejor CV que la gente. Iba por un arma de destrucción masiva... digo, un perro guía para su cuñado.
—Disculpe, señor, estoy buscando un perro guía... para guiar a un pobre e indefenso ciego —Nyra casi vibraba de la alegría ante el regalo-bomba que le daría a Uriel.
—Por supuesto que sí, señorita. ¡Pase por aquí! Tenemos dos hermosos perros guías —el encargado le mostró las opciones y le suplicó, con la mirada, que se llevara al tranquilo.
Obviamente, Nyra tomó al espécimen más enérgico, inquieto y, francamente, caótico. El encargado le entregó la correa con una lágrima invisible, rezando para que el ciego en cuestión tuviera una columna vertebral de titanio, pues ese perro iba a arrastrarlo hasta el fin del mundo.
Nyra salió de allí sintiéndose la heroína del siglo, mientras el cachorro, con una correa que ya parecía un misil balístico, caminaba alegremente, moviendo la cola con la emoción de quien está a punto de cometer un delito menor.
En el hospital, el médico le dio el alta a Uriel, ya recuperado de su alergia misteriosa. Cuando una enfermera lo llevó a la salida, Uriel se encontró con Nyra y, peor aún, con un perro. El aire se le fue de los pulmones. Tuvo que forzar una expresión de serena ceguera o su pequeña y lucrativa mentira se iría al traste.
—¡Qué bueno que ya estés mejor, cuñado! Te traje un regalo para disculparme por haberte causado... eso —dijo Nyra. La cara de Uriel seguía roja por la alergia, lo cual le sirvió perfecto para disimular la furia que sentía por el regalo.
—¿Qué regalo? No hace falta, de ver... —Uriel se tragó la palabra “dad” justo a tiempo. Ya sabía lo que venía.
—¡Un perro guía! Así podrás pasear por todos lados, solito, con tu mejor amigo peludo —Nyra le colocó la correa en la mano. Uriel suspiró tan fuerte que le tembló el hospital. Él nunca se había llevado bien con ningún animal; los perros, en particular, lo miraban con desprecio.
—Gracias... me será de mucha maldita ayuda —dijo Uriel, casi envenenándose al tragar el sarcasmo.
—¡Se llama Roky! ¡Vamos, camina con él! —lo animó Nyra.
Antes de que Uriel pudiera siquiera mover un músculo, Roky alzó la pata con precisión quirúrgica y regó el pie de Uriel como si fuera una planta. Uriel inhaló profundamente, conteniendo un rugido que hubiera roto los cristales.
—¿Qué... fue... eso? —preguntó Uriel, con una calma que solo la furia extrema puede generar.
—¡Perdón! ¡Debí haberlo llevado al parque! ¡Mil disculpas! —Nyra quería que se abriera la tierra y se la tragara.
—No te disculpes más. Vámonos a la mansión. Necesito desinfectarme y tomar una ducha tan larga que podría licuarme —Nyra asintió y lo metió en el auto. Se fueron a la mansión con Roky, el nuevo acompañante de Uriel. El cachorro era puro éxtasis. Uriel, pura migraña.
Por otro lado, Olga se puso más guapa que un día de pago. Se colocó los lentes que le regaló Serguéi y sonrió al espejo. Un poco de maquillaje y esos lentes disimulaban muy bien el ojo morado cortesía de su hermana menor y algunas copaz.
—Hoy no te escapas, Serguéi. Esta noche va a ser tan inolvidable que la vas a recordar como una pesadilla febril —pensó Olga, convencida de que hoy lo conquistaría.
Mientras tanto, Serguéi llegó a la mansión temblando más que una gelatina en terremoto.
—Solo son unos tragos. Bailar con ella... Lo que no sé hacer. Haré mi mayor esfuerzo para no pisarla, o de seguro chilla más fuerte que una sirena con ataque de pánico. Luego la traigo a su casa y yo me largo a la mía —Se acercó a la puerta y pidió que le avisaran a Olga que su verdugo había llegado.
Cuando la chica bajaba las escaleras, Serguéi quedó en shock. Se veía impresionante. Era un momento mágico...
...hasta que Olga se tropezó en los últimos tres escalones y aterrizó encima de Serguéi. Tanto Serguéi como el momento mágico quedaron aplastados.
—¡Perdón! ¿Estás bien? —Olga se levantó a la velocidad de la luz para fingir que no era propensa a la catástrofe, pero Serguéi no podía ni hablar: Olga le había sacado hasta el aire que había guardado para el invierno.
—Sí, excelente. Mi nuevo hobby es ser un colchón inflable humano para que damas como usted aterricen cómodamente —Serguéi no podía creer su suerte. Ya estaba resignado: esta noche, todo iba a salir catastróficamente mal.