El Que No Pude Tener

Capítulo Uno: Viaje a lo desconocido

Tres meses atras

CON LA CALIDA BRIZA SILBANDO ENTRE SUS FALDAS,Beverly se detuvo por un momento, al divisar la ciudad que la niebla despejaba ante ella. Agarrándose a la baranda de la cubierta del puente de SS Loyalty. Beverly Sherwood, supo, en ese momento, que no había vuelta atrás. Una nueva aventura de su vida, se abría paso ante ella. Apretando los nudillos alrededor del frio metal, no pudo evitar pensar en Leonor. Su adorable y dulce hermana, ahora convertida en la señora Hamilton.

Y esa, fue la razón principal por la que decidió embarcarse en esta aventura. Su hermana y Richard, necesitaban la dulce privacidad de unos enamoradísimos recién casados. Bev, como solían llamarla, solo sería un estorbo entre ellos, si decidía quedarse a vivir en la casa donde nacieron, crecieron y ahora, compartían los tres. Por lo que el anuncio en el Nacional Daily, había sido como maná caído del cielo. La perfecta excusa.

¿No crees que tu idea de viajar y vivir en la India es, drástica? —Le había dicho Eleonor, mientras tomaban el té en un pequeño café londinense. —Aquí también podrías enseñar. —Le había vuelto a recordar por enésima vez, ese día. —Estarías en la misma ciudad, he incluso podrías vivir independiente. Por favor considéralo. ¿Lo harás, Bev? Debes de saber que Richard y yo… Bueno, creemos que la India está muy lejos de todo, ¿cómo podría asistirte si estas a miles de kilómetros de nosotros?

Creo que el cambio de aire me sentará muy bien. —Le había respondido ella, enérgica y segura de que su decisión. —Además, lo más alejado que he viajado a sido Escocia, y fue para asistir al funeral de tía Margaret, no muy aventurero que digamos. ¿Y qué decir del salario semanal? seria tonta si desaprovechara esta oportunidad.

Aun no podía creer en su suerte, se había repetido desde que el telegrama llegase dos semanas atrás. Después de una larga e interminable entrevista de casi una hora en la embajada india, en Waterloo. Y casi cuatro semanas de espera, la familia Yogananda, les ofrecía el puesto de Tutora de Inglés y etiqueta. Un contrato de seis meses como periodo de prueba, sobre todo para ver si ella podría acostumbrarse y adaptarse al clima y al país. Después, se podría prolongar hasta dos años, siempre y cuando, los Yogananda quedaran contentos con su trabajo. Y ¿por qué no? se dijo. Un clima algo más intenso y tres meses de Moonsoon, no mataría a nadie. Y ahora, aquí estaba. Entrando en el muelle de Bombay, era finales de marzo, y el calor, se sentía como un abrazo del enemigo. Indeseable.

El atraque fue suave y el desembarco lento. Carros de tiros congregados en fila esperaban ser cargados de mercancías que, a mano, eran sacadas de las bodegas por hombres de piel sudorosa, de hombros fuertes y mirada cansina. El constante trajín de mercaderes, vendedores ambulantes, pequeñas tiendas maltrechas apiñadas entre ellas, desplegaban una variedad en multicolor de especies y olores penetrantes. Bombay era una ciudad que parecía no dormir.

Los primeros pasajeros empezaron a desembarcar entre un ajetreo de baúles y maletas. Beverly estaba abrumada por la penetrante experiencia que estaba viviendo, no le desagradaba, solo esperaba saber acostumbrarse. Una ráfaga de brisa matutina la acarició, respiró hondo, intentando asimilar el nuevo aire de un país desconocido.

La primara visión que tuvo del muelle fue el magnífico edificio de East India Company, la nueva sede de la empresa en Londres lucia impresionante, con un pórtico con seis columnas, no escatimaron en gastos, pensó ella. Sobre la entrada divisó, El tímpano, una pared decorativa mostraba al rey Jorge III defendiendo el comercio del Oriente.

Entre la abrumadora realidad de encontrarse en un país del que apenas conocía, y sola. Beverly, se aferró a su bolsa de mano apretada contra su pecho, como un chaleco salvavidas, mientras bajaba la mugrosa rampa de madera, sin saber muy bien dónde ir, sabía que alguien la esperaría en su desembarco, pero no tenía idea por quien.

A un paso de poner un pie en tierra, un hombre de estatura media, de tez oscura, ojos vivarachos y de nariz bulbosa, se paseaba entre la multitud pregonando su nombre, ¿señorita Sherwood? ¿señorita Sherwood? Beverly nunca se había sentido tan aliviada al escuchar su nombre en boca de un extraño.

—Soy yo… —dijo, en voz suave y baja mirando al hombre que prácticamente pasaba a su lado.

—¿Señorita Sherwood? —se giró para mirarla con una amplia sonrisa genuina, como un hombre que completase con éxito su misión. —Namaste, señorita Sherwood, bienvenida a Bombay, por aquí por favor. —dijo, guiándola a través de la pequeña multitud que se arremolinaba frente a los buques, en busca de un trabajo rápido a cambio de unos rupis. —Soy Suhan, el chofer de la familia Yogananda, y su fiel servidor. Aquí estamos, señorita Sherwood —dijo—ofreciéndole una mano, para ayudarla a subir a la berlina.

Bev, se apoyó sobre la mano fuerte y callosa que él le ofrecía. Una vez que estuvo acomodada en unos de los asientos traseros, Suhan desapareció para volver segundos después con sus maletas, colocándolas frente a ella entre los asientos, y cerciorándose de que estaban seguras, saltó hasta el pescante.

—¿Esta lista señorita Sherwood? —dijo girando levemente la cabeza hacia ella con una perenne sonrisa y agitando las riendas.

Bev, asintió, se alegraba estar aquí. La brisa de la mañana pareció despejar su incertidumbre, para volver a ser ella, la entusiasma y positiva, Beverly Sherwood.

***

LA PROPIEDAD DE LA FAMILIA YOGANANDA, estaba a tres kilómetros al este de los muelles, en el paso, solo había campos de algodón, yute y campos de arroz. Otras casas estaban salpicadas en la distancia, como manchas contra la mañana, y en la lejanía, se encontraba las llanuras del norte de la India. Era una tierra salvaje de marrón a amarillento, los claros de las plantaciones y kilómetros de cultivos parecían sonreír a un sol tibio, plácido, complaciente. Mientras el carruaje la llevaba por la carretera amarillenta hacia su nuevo hogar, Bev, tuvo un sentimiento de culpa, le hubiera gustado tanto que Eleonor y Richard estuvieran aquí, con ella, disfrutando de las impresionantes vistas.




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