El Que No Pude Tener

Capítulo Dos: La señora de la casa

HABLEME DE USTED, señorita Sherwood.

Arudhita Yogananda se inclinó levemente hacia delante en su colorido sofá de dos asientos, con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos, la formidable tela de su atuendo de tres piezas; choli, una blusa que la cubría hasta debajo del estómago, ocultando algunas redondeces, una amplia ghaghra, falda que cubría sus piernas para revelar solo, parte de los pies, graciosamente decorados con unas Pajed, exquisita pieza de joyería alrededor de los tobillos.

Bev, sabía todo esto porque se había estado informando por semanas en la librería nacional en su ciudad londinense, absorbiendo todo lo posible sobre el país que la adoptaría por un periodo de tiempo, y, de la cultura que la sorprendería durante su estancia.

Quería dar una buena impresión. No parecer una extranjera ignorante, especialmente, no delante de una mujer como la señora Yogananda. Todo en ella emanaba riqueza. Y era obvio que todo lo que llevaba puesto era exquisitamente caro. Aun no entendía como había sido contratada, esta mujer tenía una postura y andares de realeza. Y qué decir de su inglés, era tan prefecto y claro como el mío. ¿De verdad necesitaba a una tutora nativa de inglés y etiqueta?

—Bueno... —empecé, entrelazando mis manos sobre mi regazo y eligiendo mis palabras con cuidado. Incluso después de toda la aprobación, aún existía una pequeña posibilidad de rechazo por parte de ella... Pero, aun así, decidí dar lo mejor de mí. —Nací y crecí en la ciudad de Londres. Solo tuve algunos trabajos como profesora de inglés, como ya pudo ver en mis cartas de recomendaciones. —Mi escueto, pero formidables momentos vividos con las familias Watson y los Garfield. —Y me encantan los niños. Y también... —Miré alrededor de la habitación donde frente a una de las enormes ventanas, una jaula colgante gigante, albergaba dos cacatúas de llamativo plumaje. —Soy una gran amante de los animales.

—¡Londres! —Sonrió ella. —Mi esposo, el señor Yogananda, vivió en su misma ciudad, durante cinco largos años, convirtiéndose en uno de los mejores en el negocio mercantil. —Esto último lo dijo mirando a su alrededor, haciendo gala, de cómo llegaron a convertirse sumamente ricos. —¿Usted también vivió en Londres? —pregunté un poco curiosa. La señora Yogananda cogió entre sus dedos un extremo de su chunri, algo asi como una larga bufanda fina, casi transparente, su cabello negro brillante, lo llevaba recogido detrás de su cabeza en una gruesa y larga trenza con la raya del pelo dividida en dos, perfectamente peinado, destacando la línea hecha de polvo brillante rojo bermellón. Localmente llamado Sindoor, utilizado solamente por mujeres casadas, algo así como la alianza de matrimonio.

Debía rondar casi los cincuenta años, pero, aun así, se veía deslumbrante con ese atuendo, podría ser una mujer común, pero era tan claro como el cielo de este día de marzo, que ella, usaba su considerable riqueza para aprovechar al máximo lo que tenía y lo que era. Simplemente admirable. Clase alta de la sociedad india, y es por eso yo, estoy aquí.

Quizás para aprender de ella, porque debo decir que, la señora Yogananda con algo más que unas maduritas curvas, y con sus grandes ojos negros almendrados, marcados a la perfección con Knol, un pigmento que se obtenía de la galena molida, lineando el contorno de sus ojos, los hacia parecer enormes, alertas y observadores.

Y yo, simplemente no podía apartar la mirada de ella. Desde el pin nasal con una delicada cadenilla dorada que iba hacia detrás de la oreja, hasta las pulseras y el collar largo de perlas de cuatro vueltas. Impresionante, era lo único que podía pensar de esta mujer.

Algo que no podía decirse sobre mi atuendo. Yo, parecía estar en la dirección totalmente opuesta. No cabía duda de que podría ser una de sus hijas, por la diferencia de edad. Pero, aun así, solo deseaba que me tomaran en serio. Con mis vientres años recién cumplidos, mi intención era que ella y su familia, me viesen como la persona eficiente que era, y segura de mí misma.

Así que, para este día de mi llegada, llevaba puesto un chaleco largo de puntilla color miel sobre una blusa, atado a un cinturón fino y una falda larga plisada rozando mis tobillos. Mi cabello rubio lo llevo recogido en un moño severo detrás de mi cabeza. Parecía profesional y completamente nada atractiva sentada frente a mi anfitriona.

—Sobre sus tareas, —dijo Arudhita. —Será principalmente impartir clases de matemáticas, historia y enseñar a las gemelas los modales de la clase alta londinense, y mejorar su inglés. Pasaran juntas bastante parte del día, por lo que estoy segura que llegará a conocerlas, y, sobre todo, a reconocer quien es quien, son como dos gotas de agua. También hacemos fiestas, ocasionalmente, y nuestros invitados... Bueno, la mayoría son hombres de negocios afincados en los alrededores de esta parte de la comarca, con sus esposas y también algunos oficiales. Los clientes de mi de mi esposo, son personas muy importantes, y nuestros vecinos, por así decirlo, ya que el más cercano esta probablemente a cinco minutos en carreta, son bastante exclusivos, —remarcó esa parte, mirando nuevamente a su alrededor. —Un alto porcentaje de nuestros vecinos son blancos y nativos ricos... como nosotros. Por lo que siempre me aseguro de que todo salga acorde con mis reglas.

—Si señora. Estoy deseando empezar. —Y era verdad, quería acostumbrarme a mis entornos y ser parte de la comunidad de ricos comerciantes. Interesante. Los ojos oscuros de Arudhita se iluminaron.

—¡Eso es maravilloso, de escuchar! Sinceramente, esperamos que le guste, tenemos muchos sirvientes para cubrir todo lo que necesite. —Se ríe. —Son muy serviciales, todos ellos.

Reprimí cualquier tipo de respuesta crítica. La señora Yogananda no hacia el trabajo, ella solo daba órdenes y esperaba resultados óptimos.




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